Semana eterna




A siete días de resolverse la elección presidencial, se mantiene la incertidumbre sobre su resultado. El nerviosismo se refleja en el rostro de los protagonistas y sus colaboradores, como también se demuestra en sus vacilaciones y errores de las últimas semanas. En un ambiente apretado, donde cada voto cuenta más que nunca, todos saben que el balotaje podría decidirse menos a favor del candidato con más aciertos y sí más contra el aspirante que cometa mayores equivocaciones.

Se trata, además, de un proceso marcado por la asimetría de las expectativas. Después de que todos daban a Piñera como seguro triunfador y Guillier era sindicado como el símbolo de la estrepitosa derrota oficialista, el solo hecho de que se haya instalado un proceso competitivo se transformó en una pesada mochila para el primero y en una inyección de optimismo para el segundo. Es por eso, y pese a que estamos en presencia de los mismos candidatos, con similares propuestas y despliegue comunicacional, que tanto la prensa como la opinión pública los perciben ahora de manera diferente.

Otro rasgo a destacar en este segundo proceso, es su carácter eminentemente emocional. Confirmando que lo más objetivo de la política es justamente su dimensión subjetiva, hoy más que nunca las emociones juegan un rol estelar en la decisión que adoptarán los ciudadanos, y muy especialmente en la capacidad para movilizarlos ese día. En la discusión ya poco importan el programa o las medidas, y menos todavía la racionalidad de sesudos análisis económicos o sociales. Lo que se instaló sobre la mesa son los símbolos e imágenes, que representan conceptos como esperanza, miedo, confianza, empatía, capacidad y voluntad.

Es la propia Presidenta de la República quien mejor ha entendido esta cuestión y así lo hizo ver en las últimas semanas. Azuzada por un renovado aire a consecuencia de la mejor evaluación de su gobierno, ha querido responder a la pregunta de qué se decide la próxima semana. En efecto, en un escenario de mayor polarización, y donde paradojalmente nuestra política se hizo más binaria que nunca, ella se instaló como la barrera que divide a los que están de uno y otro lado. Así entonces, el balotaje es también un plebiscito sobre la inspiración política que animó su administración en general, y sobre el sentido y profundidad de las reformas implementadas en particular.

A días de la elección, y ya que se trata de una variable decisiva para determinar quién será el próximo Presidente de la República, la mayor interrogante es saber cuánto más, o menos, será la participación electoral comparada con la primera vuelta. Y aunque a estas alturas ya no me atrevo a apostar, sí creo que se consolidó la idea de que nos jugamos algo muy relevante.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.