Thomas Harris: La maldición del poeta maldito

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La fuente de soda Marbella está a un costado de la Biblioteca Nacional. Allí, entre prietas con papas y vodka tónica, el poeta más maldito de todos los poetas malditos chilenos, Thomas Harris, habla de vida, muerte, burros y monstruos. Todo, a pocos días de que sus compañeros de trabajo lo postularan al Premio Nacional de Literatura, galardón por el que compite con su mujer, la poeta Teresa Calderón, también nominada.




Paula 1203. Sábado 1 de julio de 2016.

Bip. Marca en la micro y luego en el metro. Bip, marca en la Biblioteca Nacional. Cuando entra, cuando sale. Bip, bip, bip. Es Thomas Harris (60), supuestamente un poeta maldito, pero marca tarjeta y en el camino se come una barrita de chocolate. Arma versos llenos de lobos y monstruos, pero se viste con bluyines y chalequitos con escote en V.

Harris, el autor de Cipango, uno de los poemas emblemáticos escritos en dictadura (sin siquiera utilizar la palabra dictadura), almuerza en el casino "de la biblio" arroz con pollo. Es un poeta maldito que vive en Las Condes y ha dedicado 40 años de su vida a la poesía hecha con el horror cotidiano, el de la burocracia, el de la miseria, el de la esclavitud con contrato. Ha publicado 18 libros propios y cinco antologías ajenas. Ha sido traducido al inglés, al sueco, al italiano y al francés.

No presume, pero tiene sobre sus hombros el Premio Casa de las Américas por Crónicas maravillosas y el Municipal de Santiago por Cipango y otras tantas estatuillas que premian la poesía intertextual y arquitectónica que cruza su cabeza. Lo llaman de esta parte del mundo y de esta otra a dictar conferencias o simplemente a leer sus poemas con voz de lobo. Escribe con dos dedos. No toma notas. No va a eventos sociales. Quiso ser cura. Ahora es ateo.

¿Cuál es tu lado más Doctor Jekyll?

Tomar té con miel.

¿Y el Mister Hyde?

Un vodka tónica, por favor.

Estamos con Thomas Harris en el Marbella. Esta es el "Cecil Bar" de la poesía de Harris. Entrar acá con él es entrar al corazón de su literatura. Acá florece el Mister Hyde que lleva dentro: salud.

Sobre el mesón de melamina, el poeta recuerda su punto de no retorno cuando en mayo de 1993, se tiró por la ventana de un cuarto piso vestido con una polera de Baudelaire. Eran las 11 de la mañana y se había tomado una botella de pisco de 45 grados, solo.

Tenía 37 años y creía que todo el mundo era un esclavo del sistema.

¿Te tiraste pensando en matarte?

No estaba pensando mucho: me tiré o caí simplemente. O quizá quería volar. Vaya a saber uno, en el estado en que estaba.

Thomas Gilberto Harris Espinosa ese año 1993, tocó fondo. Hacía cuatro años que había dejado Chihuayante, a sus hijos, a su ex mujer y, por si fuera poco, su padre, Thomas Harris, se había pegado un tiro en la cabeza. Después de todo eso, él salto al vacío.

La infancia de Harris fue gótica. Lo criaron sus tías abuelas, todas solteras. "La Laura era la que llevaba el buque de la casa. La Isaura lo único que hacía era bordar. Y la Adela, decía mi mamá que se tiraba al jardinero. También bordaba y jugaba ludo con las otras viejas. Era una onda muy donosiana".

Hoy, lo único que queda de esa caída es una cojera per sécula y una terapia sicoanalítica con antabuse de por medio que le reseteó la conducta.

Ahora, trabaja de lunes a viernes, de sol a sol. En su escritorio lleno de libros y recortes de diarios resalta la foto de un niño montado en burro. Ese niño era él en Algarrobito.

¿Quién puso esa foto allí?

Yo mismo.

Harris fue un niño gótico. Un niño flaco que comía pastillitas de anís.

¿Cómo era tu casa?

El número de la puerta era 666. Colón 666. Era una casa colonial, rosada, que tenía a un costado un mosaico de Don Quijote y en el otro, uno de Sancho Panza. Esa casa era de mis bisabuelos, que habían hecho plata en las minas.

¿Eras el único niño en esa inmensa casa?

Sí. Según mis tías había fantasmas que tocaban el piano por las noches y movían la vajilla.

¿Viste algo tú?

Solo un fuego fatuo que provino de algún perro enterrado. O de alguna otra cosa.

Mi tío Humberto, que era masón, hermano de mis tías, creía en cosas raras. Entre ellas, que el tesoro del pirata Bartolomé Sharp estaba en la casa y por eso las penaduras y fuegos fatuos. Una noche, mi tío llevó a la casa a un señor con un palo, de estos que buscan agua. El hombre llegó justo a la pieza de mi tía Laura. Y el palo se clavó en el piso, justo debajo de la cama. Y ahí excavaron.

¿Había un tesoro?

Puras piedras en forma de huevo, como de lecho de río. La pieza quedó así, con el hoyo para siempre.

¿Por qué no lo taparon?

No lo sé. Quedó por años un forado inmenso, como un cráter, que hacía aún más siniestra la casa.

LOS PADRES

"Cuando yo nací mi madre tenía 16 años y era una niñita de una familia pequeña burguesa de La Serena. Mi padre, quien era militar, se fue a la Antártica en 1958 para darle lo que se suponía que tenía que darle a esa niñita pequeña burguesa, que era muy bonita por lo demás. Yo tenía 8 meses de vida. En la Antártica mi padre ganaba el triple y pasó de teniente a capitán. Mi mamá se opuso al viaje, pero él se fue igual. Cuando volvió ya no pasaba nada entre ellos. Lo intentaron pero no resultó: se divorciaron. Fui el primer y único hijo de ese matrimonio. Yo creo que mi mamá ya tenía otro".

¿Y chao con Harris?

Chao con Harris. Mi abuela le dijo: si te separas, te vas. En esa época te casabas para siempre. La Serena era una ciudad chica y pacata. A los 18 años se vino a Santiago a trabajar como secretaria en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile.

¿Se vino contigo?

No, sola.

¿Y la guagua? O sea tú, ¿dónde quedaste?

Con las tías abuelas.

¿Cómo no te trajo?

No podía, si no sabía hacer nada. Imagínate, sola, conmigo, en una pensión.

¿Pero para qué se vino?

Para hacer su vida. No me gustaría juzgarla. En la situación en la que estaba mi madre en ese tiempo, era lo mejor. Yo me quedé protegido por tres tías abuelas.

Resúmeme a tus tías.

Eran todas solteras. La Laura era la que llevaba el buque de la casa. La Isaura lo único que hacía era bordar. Y la Adela, decía mi mamá que se tiraba al jardinero. También bordaba todo el día y jugaba ludo con las otras viejas. Era una onda muy donosiana.

¿Las tres eran tus madres?

Mi madre sustituta fue mi tía Laura. Ella me crió realmente. Me malcrió. No alcanzaba ni a decir lo que quería y ya la Laura lo sabía. Como que me adivinaba el pensamiento.

¿Qué querías?

Revistas de historietas: El Monje Loco, Dr Mortis. Pastillitas de anís y una proyectora de películas de 8 milímetros.

¿Tu mamá no volvió? ¿Se vino forever?

Forever, forever.

¿Nunca fuiste a verla?

Sí, de vacaciones cuando cumplí 13 años. Ella vivía en Concepción con su marido que era alemán y que había peleado en la II Guerra Mundial. Y, cuando llegué a su casa, me di cuenta que la vida era otra cosa. En Chiguayante jugaba a la pelota, me subía a los cerros y había 11 cines en Concepción, que quedaba cerquita.

¿Y tu padre?

De adulto debo haberlo visto unas 10 veces. Era muy depresivo, finalmente eso lo llevó al suicidio, en el año 89.

Un año duro para ti.

Y bien significativo: me separé de mi ex mujer, murió mi papá en mayo, cayó el Muro de Berlín, cayó la dictadura y yo me vine a Santiago y conocí al amor de mi vida. Mucho, para un solo año.

Nos fuimos bien adelante.

Me quería ahorrar un poco de infancia. Mi niñez en La Serena fue demasiado gótica; prefiera lo gótico en la literatura, en el cine, en la representación. Vivirlo es brumoso, triste, cruel.

¿Cómo te avisaron que tu padre había muerto?

En ese tiempo vivía en Concepción solo y trabajaba en los productos Avon. Les llevaba las cajitas con los productos a las consejeras. Y en esos días andaba medio perdido, no tenía teléfono, pero alcancé a llegar a Santiago al funeral de mi papá, que estuvo una semana en la UTI. ¿Hablemos del suicidio?

¿No te da cosa?

Siempre me ha obsesionado la idea del suicidio. Si tu papá se suicida, los motivos pueden ser múltiples; puede haber sido por depresión o por la participación que tuvo el 11 de septiembre. Era un tipo muy para dentro e indudablemente tiene que haberle afectado el Golpe de Estado. Pero para mí también el suicidio es un tema literario apasionante: una opción heroica y existencial.

De esos 10 momentos que tuviste para hablar con él, ¿recuerdas alguna conversación memorable?

Mi papá nunca se abrió para nada. Cuando se abría era cuando tomaba whisky y se ponía chistoso. Yo de mi abuelo sé muy poco: solo sé que era un ingeniero escocés y que lo trasladaron de Edimburgo a Valparaíso. Toda mi familia paterna vivía allá, pero tengo un gran vacío de antepasados. Mi padre no nos dejó memoria. Eso influye en la escritura: si no te dejan memoria, hay que inventársela.

"Con Teresa CalderÓn (también poeta) nos conocimos en el año 90, después de una gran debacle en mi vida con prostitutas y pornografía de por medio. Ahora sé que ella es el gran amor de mi vida", dice Harris.

¿Cómo participó tu padre en el Golpe?

Nunca me contó nada. Siempre guardó un profundo silencio al respecto.

¿Y eso que sale en el libro de Peña Hen (escrito por Castillo Didier) que estuvo involucrado en La Caravana de la Muerte?

No sé, se lo cuenta un testigo a Patricia Politzer y ella reproduce un diálogo, una situación que involucraba a mi papá. Tengo un amigo que me dice si quiero conversar con él, con el testigo del que habla Politzer, pero quizás es mejor dejar las cosas como están. El asunto del suicidio es contagioso: yo mismo me tiré de una ventana del cuarto piso y, cuando caí, tuve rabia de no morir.

¿En ese tiempo lo tuyo era pisco o vodka?

Lo mío siempre fue vodka. Absolut, absolutamente. Cuando recuperé la conciencia me pusieron un siquiatra en la puerta, así que tuve que empezar a hablar con él. Desde ese día cambié significativamente.

Antes, ¿cómo eras?

Bastante compulsivo, pensaba que tenía la razón en todo, me creía demasiado mi cuento de poeta maldito, despreciaba a la gente que trabajaba: los encontraba esclavos del sistema y lo son, y ahora yo también lo soy, pero ¿qué te queda? Quizá algún día, cuando jubile, pueda cumplir mi utopía de irme a vivir al valle de Elqui fuera de toda sujeción a la burocracia y al poder.

Finalmente, el hijo del militar se convirtió en poeta.

Sí, es curioso; pero hay casos en la literatura: el padrastro de Baudelaire era militar. Bueno y en eso también se manifiesta mi Jekyll y Hyde: soy un poeta que trabaja en la administración pública, asunto que, por lo demás, es bastante común, pero burocracia y poesía son como agua y aceite. Nadie lo vivió y escribió mejor que Kafka. Se pasa mal a veces. Pero cómo quejarme: soy un privilegiado de trabajar entre libros.

UN POETA EN AVON

¿Quisiste siempre ser poeta?

No, monaguillo.

¡Monaguillo!

Pensaba que el mejor futuro era ser cura, porque sales del seminario y tienes pega altiro. Planeaba irme a Algarrobito, porque me encantaba la iglesia de allá. Era chiquitita, oscura y fresca por dentro. Y el cura tocaba el órgano. Y, como estaba acostumbrado a tratar con viejas beatas, ser cura era lo mío. Además, ahí estaba el burro Piel de Rata, el de la foto que está en mi escritorio.

¿Se hablaba de amor en la casa de tus tías solteras?

No era un tema que les preocupara. O por lo menos yo no lo percibía, porque era muy niño. Uno descubre primero la conciencia de la muerte, que la pulsión erótica.

Pero tú buscaste el amor. ¿Lo encontraste?

Sí, con Teresa Calderón (también poeta, también nominada al Premio Nacional de Literatura) nos conocimos en el año 90, después de una gran debacle en mi vida con prostitutas y pornografía de por medio. Ahora yo sé que ella es el gran amor de mi vida. Llevamos 25 años juntos y nos conocimos a los 34, cuando todavía éramos jóvenes y bellos poetas, con todo el mundo por delante. Leíamos poesía en festivales de Suecia, Bélgica, París, Frankfurt, La Habana. Nos casamos imaginariamente en cada catedral de cada ciudad que visitamos. Ahora llevamos una vida pequeño burguesa y rutinaria; pero qué mejor, la rutina más que mata, yo creo que le hace bien al amor: crea ritos, te da paz.

Los dos nominados al Premio Nacional. ¿Cómo pasó eso?

Primero nominaron a La Tere, tres instituciones culturales de La Serena. Yo había dejado de lado la idea, porque competir con mi mujer me parecía extraño. Pero cuando ella se enteró de que los trabajadores de la Biblioteca Nacional me querían postular me instó, casi obligó a que me nominaran.

¿Quieres ganar?

Que me hayan nominado la mayoría de mis compañeros me produce mucha alegría, ya que en la biblioteca prácticamente vivo: estoy ahí hace 21 años, de 9 a 6 de la tarde. Además, en poesía ya estar nominado es un honor.

¿Quién es tu candidato o candidata?

Son mujeres porque nuestra literatura, de vergonzosa tendencia patriarcal, les debe muchos reconocimientos a las escritoras. Me gustaría que ganara Teresa Calderón o Elvira Hernández.

Qué generoso. ¿Cómo cultivas tú la oscuridad que no tienes?

No creas, soy bien oscuro. Hay una novela de Maurice Blanchot que se titula Thomas, el oscuro; algo tengo de ese personaje. Y también me adentro en la oscuridad con el arte, sobre todo el romántico y con películas de terror serie B. Y con la narrativa gótica del siglo XVII, con Lewis, Le Fanu, Maturin. Y con cierta cultura pop, con el Dr Mortis, El Monje Loco y los clásicos; Edgar Allan Poe, Drácula, el Marqués de Sade.

¿Cómo te vienen los poemas a la cabeza, a la mano, al cuaderno?

Son ideas que voy desarrollando, armo primero una arquitectura donde se insertan los poemas. Pero también aparecen fragmentos que uno no sabe de dónde vienen, surgen de ese lugar inexacto que se ha llamado inspiración. Hay un misterio ahí.

¿Tienes cuadernos?

No, mira mi letra. Ni yo la entiendo. Empecé a escribir a máquina; tenía que pegarles firme a las teclas porque era dura. Ahora hago pedazos los teclados del computador; las teclas saltan. Y siempre he escrito con dos dedos.

¿Cómo hiciste Cipango?

Tenía que empezar una nueva forma de escribir después del golpe. La dictadura lo cruzaba todo y era imposible no hacerse cargo del momento. ¿Y cómo hacerlo sin que resultara panfletario? También estaba la ciudad que habitaba en esa época: Concepción. Así creé una ciudad imaginaria sobre un Concepción real. La idea fue crear una imagen con los espacios marginales: los bares, los prostíbulos, las poblaciones, las cárceles secretas; era leer la ciudad desde esos escenarios. Y yo la había recorrido de bar en bar, con una jauría de perros vagos detrás.

¿Cuáles eran tus bares en Concepción?

El Cecil Bar, frente a la estación. El Yugo Bar, en la calle Prat. Caminaba mucho en ese tiempo: Cipango es producto de un permanente deambular.

¿Qué encontrabas en los bares?

Me sentaba, pedía una cerveza. Conversaba con los parroquianos o me quedaba solo buscando imágenes, como quien compone una pintura mentalmente.

¿Y acá en Santiago?

Salgo con amigas o amigos, pero no muy seguido. No camino mucho, porque me duele el pie, sobre todo en invierno. Vengo al Marbella los viernes a la salida del trabajo. Las camareras colombianas me saludan de beso en la mejilla y antes de que les diga lo que quiero, como mi tía Laura, me tienen servido un vodka tónica en la mesa.

¿De dónde sacas los zombies?

De las películas. Sobre todo de El amanecer de los muertos vivos, de George A. Romero, que inaugura una visión más política sobre los zombies. Además, desde hace un tiempo, las calles están llenas de muertos vivientes.

¿Cuál es tu monstruo favorito?

Drácula, por supuesto, porque tiene todo el poder: el de la vida eterna y el de la seducción. Tiene colmillos que en realidad son falos y tiene abolengo. Es un héroe romántico tipo Lord Byron.

¿Cómo son tus sueños?

Cuando no tengo insomnio, son plácidos. Y, cuando tengo pesadillas, sueño con maremotos, con el tiempo en que hacía clases en los liceos municipales durante la dictadura y con la administración pública. Si lo pienso bien, mis peores pesadillas son con la administración pública. Parecen narradas por Kafka.

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