Mi parto precipitado: “No podemos exigirnos ser caballos de carrera en la maternidad”

Mi parto precipitado: “No podemos exigirnos ser caballos de carrera en la maternidad”

Andrea Ferrada tuvo a su segundo hijo en menos de media hora. No alcanzó a llegar a la clínica. Y aunque es partidaria de los partos naturales sin anestesia, advierte que hay que tener en consideración los riesgos, visibilizarlos.




“La noche antes de que naciera mi segundo hijo, Emiliano, con mi marido pedimos McDonald’s. Era un miércoles cualquiera. Parecía que Emiliano estaba súper cómodo y aun no tenía intención de salir. Tenía 39 semanas y un día, y mi guagua ya estaba de casi cuatro kilos. Nos fuimos a dormir, y me desperté ese jueves a las 6.18 de la mañana. Sentí un malestar que parecían retorcijones, lo que es una sensación normal al momento de parir. El día que tuve a Lorenza, mi primera hija, estuve inmersa en una depuración natural de mi cuerpo. Fue una señal, ahí supe que venía. Pensé que ahora sería lo mismo.

En 15 minutos, o quizás un poco menos, pasó todo: fue una depuración exprés. Fui al baño, sangré, me dio asco, vomité, volví a sangrar, rompí bolsa. A las 6:45 ya tenía a Emiliano en mis brazos. No recuerdo todo con exactitud, recuerdo más bien fragmentos.

Me acuerdo de que en ese intertanto intenté despertar al Seba, mi marido, quien tiene un sueño muy profundo. Le pedí que fuera a comprar Viadil para distinguir si eran contracciones de Braxton Hicks o de parto. Vivimos cerca de una farmacia así que agarró el auto y fue. Se demoró nada. Me abrió la boca para meterme el remedio. Él no quería que Emiliano naciera en casa. Yo estaba en trance, pero con una consciencia absoluta de cada movimiento. Las contracciones eran muy intensas. El Viadil no me hizo nada, y ahí entendí racionalmente lo evidente: eran contracciones de parto.

Mi marido me decía que veía la cabeza de mi guagua y me pedía desesperado que gritara, que vocalizara. Recuerdo que yo le decía que no, porque mi hija mayor estaba durmiendo y no la quería despertar

El Seba estaba pendiente de mi hija y de mí. Vivimos en un departamento antiguo, con un pasillo largo, y para no despertarla, instintivamente me había ido al baño de visitas que está en la entrada y alejado de nuestra pieza, donde estaba la Lorenza durmiendo. Las contracciones deben haber sido cuatro o cinco, no tuve tiempo ni para pensar en ir a la clínica. La verdad es que nunca pensé que podría haber logrado llegar a la clínica. En un momento sentí la necesidad de pararme, hice todo lo posible para lograrlo. El dolor era enorme. Cuando lo hago, me toco y siento que casi la mitad de la cabeza de Emiliano estaba afuera. Ante el riesgo de que naciera de una manera más incómoda aún, tomé la decisión sin pensarlo: le dije al Seba que Emiliano iba a nacer en la casa. No alcanzábamos a llegar a ningún lado.

Mi marido estaba impresionado, pero en estado de alerta. No lo podía ni quería creer. Pero dentro de todas las sensaciones que pudo haber tenido, hizo todo perfecto. Y nuevamente, súper instintivamente, porque yo tampoco tenía idea qué hacer, le pedí que trajera toallas limpias.

Mi cuerpo se apoderó de mis movimientos. Nada fue pensado. Simplemente dejé que mi instinto me guiara. Ahí me di cuenta de que la rotura de bolsa anterior había sido parcial, porque volví a romper bolsa estando en la posición en que mi cuerpo decidió parir. El Seba me decía que le veía la cabeza, y me pedía desesperado que gritara, que vocalizara, lo que me había servido mucho al momento de tener a mi primera hija. Recuerdo que yo le decía que no, porque mi hija estaba durmiendo y no la iba a despertar.

Soy una mujer súper inquieta, con mucha energía, pero en ese momento la quietud y la calma se apoderaron de mí. Pensaba en qué pasaría si mi hija me veía. No quería que se asustara ni que estuviese ahí preparada en un contexto inadecuado. La impresión de ver a tu mamá pariendo, debe ser muy fuerte. La calma controló todo. El Seba me dijo que pujara y, la primera vez que lo hice, Emiliano nació.

El Seba lo recibió, lo tomó y me lo entregó. Me lo puse al pecho. No lloró de inmediato. Me llamó la atención. Pero luego de unos segundos, lloró explosivamente. Yo estaba al teléfono con mi matrona y lo escuchó. Justo después de que naciera, llegó ella y mis papás. Recuerdo haber llamado a mi papá y haberle dicho que Emiliano estaba naciendo y que fueran pronto. Lo mismo con mi matrona, quien milagrosamente vivía a cuadras de mi casa.

Ella hace 30 años que ejerce la profesión y jamás había accedido a ir a la casa de una paciente. Sólo tenía guantes quirúrgicos esterilizados, nada más. Esto porque, en términos legales, en caso de que exista algún tipo de inconveniente de salud, la persona responsable es el profesional.

Luego de que Emiliano hubiese nacido, mi marido llamó al Servicio de Atención Médica de Urgencia (SAMU). Dice que tan sólo pensó en llamar al 131.

Sin herramientas

Mi edificio no tiene ascensor. Vivimos en el tercer piso. Bajé las escaleras con el cordón todavía sin cortar, todo ensangrentada y con mi hijo en brazos. El SAMU llegó y nos pidió que volviéramos a subir al departamento. Nadie entendía por qué, y mi papá y mi marido comenzaron a discutir con el equipo. No permitieron que el Seba se fuera conmigo en la ambulancia, pero sí permitieron que lo hiciera la matrona, aunque de muy mala gana.

Ellos solo contaban con tijeras estériles. Mi matrona, de alguna u otra manera me daba la fuerzas para aguantar lo que faltaba: expulsar la placenta. Ese es el momento donde ocurren los riesgos de hemorragia. El SAMU no tenía ninguna herramienta para asistirme en caso de que eso ocurriera.

El trato fue horroroso. La matrona trataba de acercarse a mí y a Emiliano para ver cómo estábamos. La empujaron, no dejaban que tuviese contacto conmigo. De hecho, una de las mujeres del equipo le pegó tan fuerte, que le dejó un moretón gigante. Me acuerdo que me preguntaron a qué clínica íbamos, y le dije que a la Clínica San Carlos de Apoquindo. Me dijeron “¿y no puede ser una más cerca?”. El conductor era un bruto. Fue un momento poco grato, en realidad bastante desesperante porque no podía hacer nada. Y se me hizo eterno. Llegué a la clínica alrededor de las 7:30 de la mañana, y ya a las 8 había botado la placenta.

Todo iba perfecto hasta que Emiliano comenzó a tener temblores, pensaron que podía ser epilepsia. Estuvo cuatro días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Después llegaron a la conclusión que fue un hecho aislado, pero yo lo atribuyo a la forma en que nació. Puedo estar equivocada, pero me sentí culpable.

Yo soy una mujer que siempre velará por el libre albedrío. La libertad de decidir cada paso en tu vida. Pero ahora aprendí que aún cuando sea partidaria de que el parto es tuyo, de que puedes apoderarte de él, hacerlo con la menor intervención médica posible, los riesgos siempre estarán presentes. Hay factores que por más que uno quiera no puedes controlar, y muchas aristas que son ajenas a nuestro control y capacidad de resolver.

La vida no es algo seguro

Mi primer parto fue natural, sin anestesia, pero en la clínica. Tengo ciertas enfermedades autoinmunes y, por indicación médica, no podría tener partos en mi casa, debo hacerlo en lugares donde cuenten con las herramientas necesarias en caso de alguna complicación.

Estoy segura que mi primer parto me preparó para sobrellevar este segundo parto en la casa. Y es que con la Lorenza me preparé mucho mental y físicamente. Me conecté con ella, con mi cuerpo, con lo que sentía, y el proceso de parto fue llevadero, fluido y corto. En esa oportunidad, el trabajo de parto duró cuatro horas y nació en exactamente seis minutos, con el primer pujo.

Pienso que las personas que deciden tener partos en sus casas lo hacen asumiendo los riesgos, sabiendo que existe la posibilidad de un riesgo. Y lo respeto profundamente.

Para mí el parto es un regalo, y considero que cada parto es hermoso. No existen formas de parir mejores que otras. De todas formas, hay que considerar que por más que nos predispongamos o planeemos hacerlo de tal o cual forma, siempre existirán riesgos. El cuerpo es el lugar donde habitamos y debemos ser responsables y tener consciencia de que no tenemos el control absoluto.

Hoy veo a muchas mujeres empoderadas queriendo apoderarse de lo que siempre ha sido nuestro: el parto. Mujeres trabajando para poder lograr el parto que cada una decida. Con todo, y con mucha humildad, pienso que más a allá de decidir de qué manera quieres parir, el lugar o la compañía, la asistencia de profesionales de la salud es indispensable. Así, ante cualquier eventualidad tendrás un soporte que podrá manejar situaciones que en mi caso, no podría haber solucionado.

Ya con este segundo parto mi doctora piensa que tengo esta condición de partos precipitados. Además, pareciera que tengo un umbral del dolor absurdo. Me dilaté muy abruptamente. Eso no es una buena mezcla en términos de prevención, o para planear dónde puede nacer la guagua. Si llegásemos a tener un tercer hijo, probablemente me van a tener que inducir, independientemente de que yo quiera nuevamente un parto natural.

En mi familia no hay ningún antecedente de partos precipitados ni nada por el estilo. Todavía no logro entender cómo logramos manejar tan bien la situación, porque no es menor. ¿Qué haces si tu guagua no llora? ¿Qué haces si te llega a pasar algo y no cuentas con las herramientas para poder solucionarlo? Son cosas que uno no sabe. Me pasó y no tenía nada en caso de necesitarlo.

En mi primer embarazo hicimos un curso de parto natural y la persona me dijo con total seguridad y certeza que estaría en trabajo de parto entre 12 y 15 horas mínimo. Me decían que fuera a la clínica cuando estuviese en las últimas, que no me arriesgara a ir antes de tiempo, teniendo en consideración que estábamos en plena pandemia. Como me dijo después el medico que me atendió, si yo hubiese esperado cinco minutos más, la Lorenza hubiese nacido en el auto. Con esto quiero decir que no es llegar y dictar un curso. Se debe hacer de manera responsable, de una forma que permita amarte a ti, tu cuerpo, tu templo. De una manera que te permita velar y cuidar la vida de tu hijo, su salud. Todos los cuerpos son distintos, existen diversos tiempos, diversas maneras. Si bien se establece una media que determina los tiempos, nada es exactamente certero. Tal como me paso a mí.

Como mujeres debemos confiar en nosotras mismas, tenemos el poder de decisión con respecto al parto que cada una quiera, pero creo firmemente que siempre hay que tener en consideración los riesgos y saber cómo enfrentar las situaciones que no estaban dentro de nuestros planes. Las cosas pueden salir de una manera que uno no espera. No tenemos el control de la vida. Por eso, es mejor cuidarla. Aventurarse con responsabilidad.

No tenemos que imponernos ser un caballo de carrera en la maternidad. Todas somos distintas. Los caminos para vivir la maternidad son muchos y nadie es quien para juzgar si ese camino es el correcto o no. Y con esto me refiero desde cómo llevas tu embarazo, el parto, la lactancia y crianza, y todo lo que a maternidad respecte.

Decide sin miedos. Decide siempre siendo responsable contigo y con la vida de tu hijo. Eso es amor”.

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