Me volví zero waste (cero residuos)

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Decidida a contribuir con su granito de arena al cuidado del planeta, la abogada María Fernanda Piedra (31, @mariafstone) y su marido Tomás, residentes en Londres, se han vuelto una pareja Zero Waste: hacen su propia pasta de dientes a base de aceite de coco y bicarbonato, utilizan servilletas de género, compran las verduras en la feria más cercana, reciclan sus desechos orgánicos, andan en bicicleta o en Metro. Aquí, relata esta experiencia y da consejos para iniciarse en este estilo de vida donde menos es más.




Paula 1215. Sábado 17 de diciembre de 2016.

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¿Es posible, e incluso deseable llevar una vida verdaderamente consciente, eco-amigable y saludable en cualquier parte del mundo, y al mismo tiempo ahorrar dinero? Descartando las opciones de ingresar a la cultura Amish, convertirse en activista de Greenpeace o hippie-hipster que decide partir al área rural, ¿qué opción queda para la persona citadina, común y corriente? Creo que el secreto está en el movimiento Zero Waste (Cero Residuos) que defino como un minimalismo con propósito. Se trata de encontrar lo esencial para lograr una existencia más simple, sana y responsable con el medio ambiente. Tiene harto que ver con el la tendencia del "hazlo tú mismo" y es de vital importancia tomar decisiones de compra inteligentes –o sea informadas–. Parte fundamental de la filosofía es la adhesión a lo local y estacional. También está ligado a la idea de comunidad. Es la alternativa que tenemos como consumidores hasta que todo esté diseñado desde su concepción con el concepto cradle to cradle (de la cuna a la cuna).

Hace un par de años, yo estaba dirigiendo una revista, trabajaba de lunes a lunes, tenía el pelo platinado, me preocupaba de delinear mis ojos estilo "cat eyes" y de estar a la vanguardia en moda. Además, me gustaba salir a comer a todo tipo de restoranes y, si quedaba comida en los platos, no siempre pedía llevar los restos a casa. Devoraba completos mínimo una vez a la semana. Tomar café en un vaso desechable con bombilla era algo cool y comprar agua embotellada una práctica diaria. ¿Bebidas en lata? Obvio. Iba al supermercado y volvía con muchas bolsas plásticas. El auto era mi medio de transporte. Me declaraba amante de la naturaleza porque me gustaba esquiar en la montaña –a pesar de ignorar los nombres de los árboles del valle de las Trancas de las Termas de Chillán–. Claro que me preocupaba del medio ambiente, porque me dedicaba a reciclar. Un poco.

Todo cambió después del nacimiento de mi primer hijo, Clemente. Me vi obligada a suspender la revista por falta de recursos, así que estaba sin un rumbo definido. El término de mi proyecto me hizo pasar por un duelo, y honestamente, requirió terapia. Pero tenía que enfocarme en ser mamá, aun cuando no lo había buscado. Tomás, mi marido, me aseguró que todo iba a estar bien. Nos habíamos comprometido en un mágico lugar de Chile, llamado lago Rosselot, un mes antes de saber que seríamos padres (y allí también nos casamos). Yo solo pensaba "¿qué voy a hacer con mi vida?". Había planeado dejar el título de abogada colgado en la pared y no sacarlo jamás de ahí. Quizás tendría que desempolvarlo… Además, Tomás había sido aceptado en un MBA en Imperial College en Londres, por lo que tendríamos que partir a la capital inglesa eventualmente. Bacán, volveríamos al lugar donde nos conocimos, pero ahora todo era incierto para mí.

No recuerdo bien por qué me enteré que los pañales desechables demoraban en promedio 500 años en desintegrarse completamente y que contenían químicos que mejor no estuvieran en contacto con humanos. Eso me impactó mucho. Por ese tiempo también vi un documental sobre la industria de la moda rápida, llamado The True Cost. Yo ya estaba bien instruida acerca de la mal llamada "democratización de la moda": el copy-paste de Inditex y compañía, la contaminación de los recursos naturales, las penosas condiciones laborales de las mujeres en Asia, y los 12,7 millones de toneladas de ropa-basura que produce solo Estados Unidos anualmente, y que terminan en lugares como Haití. Verlo fue diferente. Lloré. Soy demasiado sensible en todo caso. Paralelamente, aprendí sobre el 30-40% de comida que se produce globalmente y que termina en un basurero, lo cual me dejó mal. Así que lo anterior me obligó a reaccionar. Pensé que tenía que hacer algo al respecto, pero no tenía bien claro qué.

"Usamos servilletas de género. La esponja tóxica del lavaplatos la sustituimos por un cepillo de madera. Siempre llevo conmigo una bolsita de género para no usar bolsas plásticas y tenemos unas bombillas de acero inoxidable para evitar las desechables. Compro las legumbres y cereales a granel y llevo frascos de vidrio para ponerlos".

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Supe de Bea Johnson y su familia en San Francisco a través de un video de Youtube. No sé si fue antes o después de An Inconvenient Truth de Al Gore. El tema es que Johnson es la autora del libro Zero Waste Home (2013) y, básicamente, enseña cómo simplificar la vida a través de la eliminación de la basura del día a día. Ordené su publicación por Amazon y la leí rápidamente. Comprendí que la forma en que esta mujer, su marido y dos hijos lograron confinar sus desechos generados durante dos años, a un envase de vidrio conservero, fue y es mediante la aplicación de cinco términos clave: rechazar, reducir, reutilizar, reciclar y rot (descomposición a través del compostaje). En otras palabras rechazando lo que uno no necesita (como panfletos y catálogos), reduciendo lo que uno sí necesita (¿es realmente necesario un escurridor de ensalada?), reutilizando lo que uno sí tiene (caso de los "keepables" en oposición a los desechables), reciclando (si se debe comprar algo nuevo, escoger vidrio, metal o cartón) y haciendo compost.

Más tarde investigué que en los 70, una compañía californiana, Zero Waste Systems, logró encargarse de los productos químicos que una naciente industria electrónica producía, revendiéndolos a científicos, experimentadores y a otras compañías. Eran los únicos que lo estaban haciendo, por lo que lograron notoriedad internacional. El fundador de ZWS, el químico Paul Palmer, abrió el Zero Waste Institute y escribió Getting to Zero Waste (2005). Declaró que zero waste "es una teoría práctica de cómo obtener la máxima eficiencia en el uso de los recursos (...) donde la mejor manera de evitar el desperdicio es reutilizar todo repetidamente; o sea, perpetuamente. Esto solo puede hacerse si la reutilización está diseñada en todos los objetos desde el principio. "Wow" me dije a mí misma, "¿por qué no me enseñaron esto en los ramos electivos de diseño que estudié durante la carrera de Derecho? ¿Será parte de la malla curricular ahora?".

La idea de Palmer fue desarrollada más en profundidad por el arquitecto estadounidense McDonough y el químico alemán Braungart en Cradle to Cradle, ReMaking the Way We Make Things (2009). Estos autores dicen resumidamente en su brillante publicación: En la naturaleza no hay desechos inútiles, todo sirve para otro proceso. Así, llegaron a la equación waste = food o desecho = alimento: un animal que muere, alimentará el pasto, insectos y otros animales. Los humanos somos parte de la naturaleza, ¿por qué generamos entonces basura? Este dúo estima que deberíamos diseñar productos que una vez que cumplan su función, se biodegraden o si tienen un componente tecnológico, se reutilicen infinitamente en un loop cerrado. De esta forma, el modelo de manufactura de la revolución industrial "cradle to grave" (de la cuna a la tumba) donde los recursos son extraídos, moldeados y transformados en objetos para luego ser descartados, debería descansar en paz al fin. Ford, Nike, la UE, China y Estados Unidos son algunos de los clientes de estos tipos.

En este punto ya tenía más o menos definido lo que quería hacer: tenía que comunicar toda esta valiosa información de alguna forma, así que lancé una revista digital en español e inglés para llegar a todo el mundo. Con Tomás conversamos que aplicar los tips y trucos de Johnson para evitar el consumo de packaging y plástico, podría ser nuestro granito de arena en la reducción el calentamiento global, lo cual mostraríamos a través de tutoriales en la web. Esto era algo que podíamos comenzar aquí y ahora. Tan simple como hacer unos reemplazos por aquí y por allá. Nuestras elecciones de compra serían una forma de votar: "con este acto quiero un mundo más limpio". ¿Por qué no intentarlo? ¿Qué podríamos perder? ¿Qué podríamos ganar?

Partimos por el baño. Lo primero que hicimos fue pasta de dientes. La receta es la misma que usamos aún, y es rápida y fácil de hacer: se revuelven 4 cucharadas de aceite de coco, 2 de bicarbonato de sodio y 20 gotitas de aceite esencial de menta piperita y listo. La mezcla la ponemos en un envase de vidrio que solía ser un colado de Clemente. No genera espuma en la boca, pero ya nos acostumbramos. De esta manera, evitamos el uso de recursos para la creación del tubo de plástico y no lo enviamos a un vertedero (donde se descompondría en 500 y 700 años), porque francamente, ¿quién recicla estos productos? Cambiamos el cepillo de dientes de plástico por uno de bambú. La afeitadora de plástico por una de acero inoxidable. El desodorante tradicional por piedra alumbre que compré en La Vega la cual se moja y aplica en la axila. Tiene el efecto de inhibir el mal olor, pero no elimina la transpiración –lo cual es natural en los individuos– y funciona aproximadamente durante un año. Esto lo sé porque empecé apestar a curry aquí en Londres, así que tuve que hacer mi propio desodorante con ayuda de Google y estoy satisfecha con el resultado.

"Supe de Bea Johnson, autora del libro Zero Waste home, por Youtube. Ella y su familia lograron confinar sus desechos generados durante dos años, a un envase de vidrio conservero reduciendo, reutilizando, reciclando (...). Y quise hacer lo mismo".

El champú fue posible encontrarlo sin empaque en la tienda de una marca inglesa de jabones bien perfumados, pero tuvimos que dejarlo porque contenía unos componentes dudosos. Ahora usamos una versión en barra sin empaque 100% cruelty-free, natural y orgánico, hecho aquí en UK. No usamos bálsamo porque Tomás y yo tenemos el pelo corto, pero de tener que aplicar algo, usaríamos vinagre de sidra de manzana con agua tibia. Las varitas de algodón para limpiar los oídos fueron desalentadas por nuestro pediatra. Usamos papel higiénico, pero es reciclado y viene en un envoltorio compostable hecho a partir de papa. A todo esto, ¿en qué minuto lo higiénico se convirtió en sinónimo de desechable? Quiero unos pañuelitos de género para el caso de un resfrío, y nadie puede sentir disgusto porque usamos ropa interior que se lava y vuelve a usar. Punto.

En el ámbito de la cocina y despensa, usamos servilletas de género para reemplazar servilletas de papel. Para proteger los alimentos, el film de plástico pasó al olvido y en su lugar usamos una tela de algodón bañada en cera.

La esponja tóxica del lavaplatos fue sustituida por un cepillo de madera. Siempre llevo conmigo una bolsita de género y tenemos unas bombillas de acero inoxidable para evitar las desechables. Todo tipo de legumbres, nueces, cereales, semillas y pasta los puedo comprar a granel para lo cual llevo bolsitas de muselina y/o frascos de vidrio los días de compra.

Las frutas y verduras los adquirimos de nuestro farmer's market los sábado y provienen del Reino Unido. Mi suegra nos tejió a crochet una bolsita para nuestro escobillón, de manera que con eso se puede limpiar el piso de la cocina muy bien.

Si no es por este estilo de vida, quizás no me hubiera dado cuenta de que tenía la capacidad de hacer preparaciones tan básicas como yogurt, queso crema, leche y mantequilla a partir de distintos tipos de nueces, hummus, tahini, kétchup, mayonesa, mostaza, pesto, extracto de vainilla, queque, galletas, bolitas energizantes, puré, sopas, salsa de tomate y "manjar" de dátiles. Es que supimos que en promedio, el 15% del precio de un producto es su packaging, ¿por qué no ahorrar ese dinero? Bonus: dejamos de consumir sustancias artificiales y/o que causan deforestación en países como Malasia en Indonesia.

Un capítulo especial es hablar de la moda. Lentejuelas a las 10 A.M., harto doré y leopardo, color-block, estampados, transparencias, encajes. Qué no probé. La moda siempre ha sido para mí una forma de expresar identidad, a la vez que el espíritu de los tiempos. Por esto dediqué parte de mi vida a leer y escribir sobre las contra-culturas del siglo XX, los diseñadores y las megatendencias, y simultáneamente, a buscar prendas que pudieran manifestar mi personalidad.

Recuerdo el asombro que me provocó un top a un precio ridículamente barato a los 16 años. Estaba en París, la tienda olía tan bien, los colgadores llenos de ropa, todo era lindo. Estaba enganchada. Esto de estar vestida igual a la pasarela, pero a una fracción del precio, me pareció lo mejor del mundo. Después, los titulares de las noticias me hicieron ver el panorama completo. Había personas, mujeres y niños especialmente, que recibían sueldos miserables por largas horas de trabajo en la confección de esas piezas. Eran y son subcontratados la mayor parte del tiempo, por lo que el retail se desliga del problema. Decidí que buscaría elementos únicos vintage y de segunda mano, porque no podía ser parte de la injusticia. Sin embargo así llegué a ocupar tres clósets en mi hogar, y en la temporada de invierno o de verano guardaba maletas de ropa en la bodega. Vergonzoso, lo sé. La mudanza a Londres con mi familia me obligó a hacer una edición. Regalé cosas a amigas. Opté por básicos que funcionaran entre sí. Simplificación. Esto está más en sintonía conmigo ahora. Estar fuera del círculo vicioso y enfermo de la industria de la moda me ha traído paz. Paz y oportunidades.

"Vivimos libres de colorantes, saborizantes, preservantes, aceite de palma, bpa, azúcar, parabenos y un largo etcétera. Estamos más en control de nuestras vidas".

Con Tomás logramos cumplir con nuestros deberes domésticos porque somos un verdadero equipo. Si yo cocino, él lava, y lo mismo al revés. Él propuso que el baño era responsabilidad de él y pasar la aspiradora la mía. Nos turnamos para hacer la pasta de dientes (que demora 1 minuto máximo, lo prometo). Los residuos orgánicos que mantenemos en un espacio del freezer, yo los llevo a la compostera de Whole Foods Market, porque nuestra municipalidad no se encarga de ellos. Tomás saca la escasa basura que producimos y la bolsa del reciclaje, y también echa a lavar los pañales de bambú de Clemente que se lavan y secan en la lavadora (esto último en el invierno). Tenemos un ritmo, aunque nos tomó unos meses llegar a él. En Santiago teníamos nana tres veces a la semana, y en realidad era fácil. Demasiado.

Aquí en Londres creé el grupo Zero Waste Life-London en la plataforma Meetup.com. Hay casi 200 miembros y a ellos les aviso cuando realizo talleres zero waste. Quise compartir todos estos conocimientos con personas afines a las idea de sustentabilidad. Después de un taller zero waste bathroom que hice, me contactó una chica que trabaja con Airbnb desarrollando la nueva plataforma llamada Airbnb Experiences. Me ofreció convertirme en anfitriona de un tour zero waste (diseñado por mí) llevando a personas por mis lugares preferidos de Londres. La experiencia incluye un mix del bathroom y beauty workshop en The Dry Goods Store, un circuito sustentable por el este de Londres, y finalmente una preserving party a cargo de The Mindful Kitchen para concluir con un almuerzo en un restorán que promueve el cero desperdicio.

Hoy tengo hartas canas. Uso la misma ropa varios días seguidos si está limpia y llevo un vaso de vidrio reutilizable diseñado para el café o té. Con Tomás decidimos seguir una dieta plant-based con el afán de reducir aún más nuestra huella de carbono. Vivimos libre de colorantes, saborizantes, preservantes, aceite de palma, azúcar, parabenos, y un largo etcétera, y llenos de lo que sí nos hace bien. Andamos en bici, Metro y bus. Estamos más en control de nuestras vidas, contentos, y nos sentimos en armonía con el planeta.•

5 acciones para iniciarse en el Zero Waste

1) Leer: Garbology, de Edward Humes; Natural Capitalism, de Paul Hawken, Amory B. Lovins & L. Hunter Lovins; Slow Death by Rubber Duck, de Rick Smith; How Bad are Bananas? The Carbon Footprint of Everything, de Mike Berners-Lee.

2) Bucear en Pinterest e Instagram las palabras #zerowaste #zerodechet #ceroresiduos #basuracero #bulk #vrac #unpackaged #unverpackt. Las cuentas de Bea Johnson @zerowastehome, Lauren Singer @trashisfortossers y Shia Su @_wastelandrebel valen la pena.

3) Ver los documentales que dejan en evidencia la sobreabundancia de toda clase de bienes, y nuestra inclinación por tirarlos sin criterio:

Just Eat It, A Food Waste Story, Plastic Paradise y The True Cost.

4) Donar, obsequiar, son verbos que todos debiéramos practicar con frecuencia. También está la opción de vender cosas que no usamos en portales online. Luego, aplicar el método KonMari de la japonesa Marie Kondo para organizar la casa.

5) Sustituir: ojo con las marcas S'well, KeepCup, Bunkoza y el sitio www.lifewithoutplastic.com/store para reemplazar los descartables del día a día.

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