La precursora de la velocidad

Renata Adler es una famosa periodista estadounidense que trabajó 40 años en The New Yorker. Además de reportajes políticos, publicó dos novelas impresionantes. La primera, Lancha rápida, se acaba de traducir al español: una vertiginosa narración de la década del 70.




Paula 1170. Sábado 28 de marzo de 2015.

Renata Adler es una famosa periodista estadounidense que trabajó 40 años en The New Yorker. Además de reportajes políticos, publicó dos novelas impresionantes. La primera, Lancha rápida, se acaba de traducir al español: una vertiginosa narración de la década del 70.

Nació en Milán en 1936 de padres alemanes que escapaban del nazismo; estudió lingüística, filosofía y literatura en Harvard y la Sorbonne, con maestros como Roman Jakobson y Claude Lévi-Strauss; más adelante también se especializó en Derecho en Yale. Con esta formación solidísima se dedicó al periodismo: la guerra, la política y los derechos civiles en la convulsa década de los 60 fueron los temas que persiguió con curiosidad y reflexión.Contemporánea de Joan Didion, Janet Malcolm y Susan Sontag, y tan valiosa como ellas, criticó sin medida a jueces, congresistas, colegas e intelectuales. Sus memorias, tras cuatro décadas en la revista The New Yorker, publicadas en 1999, causaron gran controversia y la alejaron de las redacciones, hasta que la nueva generación literaria rescató, hace un par de años, lo más raro y perdurable de su obra: la ficción.

En los 70 Renata Adler comenzó a publicar cuentos, que de inmediato recibieron premios, y en 1976 sorprendió con su primera novela Lancha rápida, que la editorial Sexto Piso acaba de publicar en español, en un rescate que tomó casi cuarenta años, pero que parece escrito ayer. Es una obra velocísima, hecha con la premeditada intención de narrar una época agitada. Son las experiencias fragmentarias, pero no desconectadas, de una joven periodista que se va encontrando con el cinismo y el absurdo, la mezquindad y la falsedad del mundo en que vive y construye. Reconoce no tener intereses particulares, sino una vaga y voraz necesidad de saber, y ser emocionalmente una sanguijuela: se pega y despega de lo que encuentra con la misma facilidad. Más que un collage narrativo, como se ha llamado, parece un inquietante reality show sin guión ni artilugio.

La vorágine de un tiempo descompuesto, la década de 1970, se vuelve una premonición de estos días rápidos en que el lenguaje se alimenta de inutilidad aforística y sensibilidad improbable. Adler, precursora del peso anímico de nuestra época, resulta embriagante, filosa y humorística, no fría ni certera: "La ficción vanguardista tiende a despreciar la mayoría de los llamados a la emoción, el sentimiento, la preocupación por los personajes y lo que les ocurre, como barato y kitsch, y se mantiene en un ámbito gélido. Hoy no se puede escribir una novela como las de Henry James sin que suene falso. Adoro los efectos vanguardistas, pero Kafka, aunque perfecto, es frío. Así es que me preguntaba si en estos tiempos existe una forma de poner sentimiento convencional". Este es su intento, que sigue reverberando, listo para ser descubierto otra vez, en su elegante y demoledora disección.

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