Dependencia emocional




En la película de Pedro Almodovar La Flor de su secreto, Leo (interpretada por Marisa Paredes) le pregunta entre lágrimas a su marido Paco que está abandonando la casa en común, si existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo suyo. Él, sin siquiera voltear, le responde que no. Leo parece deshacerse de dolor.

Esta escena grafica el fin de una relación de dependencia emocional.

Frases como “no puedo vivir sin ti” o “sin ti no soy nada”, son frecuentes de escuchar. En historias como la de Romeo y Julieta -con personajes que literalmente mueren por amor- o en relatos cinematográficos, poesía y literatura se muestra la dependencia emocional como una forma de amar esperable, incluso deseable.

Cuando se habla de dependencia emocional, se hace referencia a una forma de vínculo afectivo que se manifiesta a través de comportamientos “adictivos” que se dan en una relación íntima que puede ser de pareja, amistad o familia. Sin embargo, no es cualquier relación: ésta se caracteriza principalmente por ser asimétrica.

Si bien los seres humanos necesitamos de afectos, en este tipo de vínculo el afecto es poco funcional y, sobre todo, genera sufrimiento en quien depende de ese afecto. “Me muero sin ti”.

Esta forma de relacionarse no aparece de la noche a la mañana. Si nos detenemos a reflexionar, nos podremos dar cuenta que a lo largo de nuestra vida esa necesidad de amor y vínculo se puede haber repetido más de una vez. Un pololeo “intenso” en la adolescencia, una relación adhesiva con alguna amiga de juventud, una necesidad asfixiante por desear sentirse querido. En esa reflexión nos damos cuenta que se ha convertido en un patrón.

La pregunta que se aparece es ¿quiénes se vinculan de esa manera? Si bien no hay una respuesta única, las personas que tienden a depender emocionalmente de otros son personas que temen estar solas y ven sus vidas incompletas si no tienen un vínculo de pareja o de intimidad. Muchas veces bajo la premisa del cueste lo que cueste. Personas que se sacrifican por la otra porque no sólo aman, sino porque necesitan a ese objeto de amor que a su vez los hace dejar de lado a otras personas que aman. Además, suelen basar su felicidad en esa persona, dejando de disfrutar la vida si no es con ese otro/a.

Cuando aparece la persona amada, la sensación de vacío disminuye, sin embargo, es como un pozo sin fondo, donde la necesidad del otro nunca termina de ser saciada.

La pareja se transforma no sólo en lo que yo quiero de mi vida, si no en mi vida completa.

La persona que depende emocionalmente necesita mucho la aprobación de los demás, trata de evitar conflictos, poniendo la necesidad del otro por sobre la propia.

Otro ingrediente de esta tormenta perfecta tiene que ver con la idealización de la persona amada. Le cuesta ver cualidades negativas en esa persona. “Para mí, eres perfecto”. Siente que es lo más maravilloso que ha conocido, los errores son propios, no se imagina su vida sin ese objeto de amor y hará lo imposible por no perderlo. Asimismo, descalifica sus cualidades, siente que no merece ese amor y que tiene que esforzarse para ser amada.

Se vive por y para ese amor, se vuelve su centro, lo que implica un deseo de saber siempre sobre esa persona. Le mandas mensajes, llamadas, revisas sus estados, necesitas saber en qué está cuando no está contigo. Me falta el aire si no estás.

Por el miedo que genera perder esa relación, suelen demostrar un amor que parece ser desmedido, halagando, regalando, mimando constantemente para no ser dejados.

Son personas que no se sienten capaces de terminar la relación, pues prefieren sufrir antes de terminar ese vínculo, porque la ansiedad lo inunda y se sienten amenazadas constantemente de ser abandonadas. También se muestran muy autocríticos, pues no se sienten merecedores de amor.

La tragedia es que no consiguen disfrutar ni ser felices si no es a través de un otro y por eso siguen vinculándose con ellos, donde aparece una ilusión de control para asegurar que no lo perderé.

Aparece el aislamiento social, sólo disfruta estando con esa persona.

Hasta ahora pareciera que lo anterior responde a características del primer periodo del enamoramiento, no obstante, la gran diferencia es que cuando nos enamoramos, igualmente disfrutamos de otras áreas de nuestras vidas. Amar es algo que necesitamos como seres humanos, depender de ese amor no. Tampoco necesitar crónicamente a alguien que te haga olvidarte de ti mismo.

Cambiar patrones relacionales no es fácil, pues probablemente aprendimos esta forma de relacionarlo en vínculos más tempranos, sin embargo, un primer paso puede ser reflexionar sobre qué nos llevó a ese lugar, cómo hemos ido construyendo nuestra identidad y sobre cómo nos relatamos a nosotros mismos cómo somos. Comprender que a lo largo de mi historia puedo haber asumido categorías impuestas por otras personas significativas para mí, que las asumimos como verdades absolutas, como nuestra forma de ser y de amar.

Podemos haber adquirido creencias como es mejor estar acompañado que solo o haber crecido cuidando a alguien, olvidando nuestro bienestar para ayudar a otros.

Para lograr vincularnos sanamente puede servir el ejercicio de enfrentar el miedo a perder a tu pareja, cambiando ciertas acciones como mostrar lo que sientes, a pesar de que al otro podría no gustarle.

O de pronto, generar espacios de soledad, poniéndose en primer lugar, siendo menos complacientes, explicitando qué quiero y qué es lo que no quiero de la relación.

Recordar cómo era mi vida antes de esta relación e ir retomando aquello que me generaba goce.

Vincularse saludablemente implica comprometernos con nosotros mismos y dejar atrás la idea de la media naranja por relacionarnos con una fruta completa, distinta de mí.

Vale el esfuerzo.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

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