Columna de Paula Escobar: Una gran familia, de Kast a Kast

Los dirigentes de Chile Vamos junto a José Antonio Kast tras inscribir el pacto para constituyentes.

¿No será que, como la derecha del hemisferio norte, decidieron sacrificar principios en pos de votos, y ahora quieren salvar la cara con estos alegatos performáticos?



“¿Cómo sigue el estado de salud del joven que practicaba natación en el Mapocho el día de ayer?”, escribió en uno de sus tuits Teresa Marinovic, columnista y licenciada en Filosofía, refiriéndose al menor de edad “impulsado” por Carabineros al Mapocho. Este caso -hoy investigado por la fiscalía- puso en el centro del debate el abuso policial y el respeto a los derechos fundamentales. Protegerlos, de hecho, es uno de los objetivos más importantes de una Constitución. Y Marinovic está ahora intentando ser parte de quienes escriban nuestra nueva Carta Magna, como candidata por el distrito 10, apoyada por el Partido Republicano de José Antonio Kast, y en el pacto de la alianza gobernante.

Ese es solo uno de sus tuits, pero refleja la esencia de su personaje público. Uno que comulga en forma y fondo con el partido de JAK y sus similares en el mundo, cuyo Sumo Pontífice -quizás ahora no lo recuerden- era (¿es?) Donald Trump. Es una ultraderecha global que dice recuperar los “verdaderos valores” de un sector que ven desdibujado. Que se declara en lucha cultural contra lo que consideran la “dictadura de lo políticamente correcto”. Que alega contra las “cancelaciones”, pero bullean en Twitter sin medirse, y que han tenido cancelados a quienes no piensan como ellos por décadas. Luchan por la predominancia de sus valores conservadores en lo moral, pero son libertinos en lo económico: ni regulaciones ni estados de bienestar ni nada que huela a Estado protector. Sobre todo se nutren (y nutren a su vez) del resentimiento y el miedo de quienes se ven como los perdedores de la era de la globalización, y proyectan esa rabia afuera, donde se pueda: contra los inmigrantes, el progresismo, la comunidad LGBTQ, el feminismo, entre otros blancos.

Ese discurso ha planteado un gran dolor de cabeza a los partidos de centro y de derecha democrática del planeta. Angela Merkel decidió que pactar con esos sectores era imposible. Otros, como el Partido Republicano norteamericano, decidieron dar el sí y abrazar a Donald Trump hace cuatro años: un pragmatismo amoral se impuso. Y ese “pacto fáustico”, como dice Daron Acemoglu, se rompió recién con el asalto al Capitolio: fue necesario el sacrilegio de una turba armada y trumpiana a un símbolo democrático máximo para que, al menos algunos republicanos, despertaran. Pero sorpresa no hay: con Trump sembraron vientos y cosecharon tempestades.

Su responsabilidad en lo sucedido es muy relevante: Trump sin apoyo republicano no hubiera sido más que una anécdota; un payaso misógino y vulgar como tantos.

¿Y qué pasa con la centroderecha chilena y su alianza con los”republicanos” de JAK? Cuando hace días se les advirtió que esta concesión les iba a costar más caro que los 15 votos (que sus cálculos les dicen que sumarán con esta alianza), optaron por mirar al techo y apelar a la unidad a toda costa. Evópoli alegó un poco, pero su consejo mayoritariamente accedió. Mario Desbordes y Joaquín Lavín llamaron activamente a hacer esta alianza con JAK, argumentando, además, que los candidatos de este partido eran gente “razonable”.

El lunes, cuando entre gallos y medianoche les incorporaron a Teresa Marinovic, gritaron, furiosos, ¡escándalo! Desbordes se desbordó de indignación, el diputado Undurraga dijo que el Partido Republicano es “de ultraderecha y populista, ultramontano y conservador”. Los RN “sociales” y Evópoli dijeron que fue un golazo, que José Antonio Kast no les avisó, que si hubieran sabido… ¿Pero si hubieran sabido qué, exactamente, no habrían pactado con el Partido Republicano? ¿Qué era lo que no sabían? ¿No será que, como la derecha del hemisferio norte, decidieron sacrificar principios en pos de votos, y ahora quieren salvar la cara con estos alegatos performáticos? La única que hizo algo real, de hecho, fue Sylvia Eyzaguirre, candidata independiente en cupo RN en el mismo distrito 10. “Podría terminar beneficiando ideas y principios que no comparto”, dijo, y renunció.

Aún no está claro que puedan sacarla. Pero ella reaccionó como corresponde: con la valentía y coherencia que a los líderes de su sector les faltó. Mostró una identidad democrática nítida, aquella que define los bordes de con quién se puede pactar y asociar, y que es capaz de actuar en consecuencia.

Habría que darle “doble clic” a esa capacidad de cohesión exprés de la derecha. Quizás se debe -como este episodio revela- a que no hay tantas diferencias dentro de este sector, a que no hay tal “diversidad”, como Chile Vamos pregona. A la hora final, entre gallos y medianoche, las diferencias se borran.

Pues son, en el fondo, lo mismo: una gran familia, de Kast a Kast.

Una familia que puede tener algunas peleas.

Pero, al final, estarán todos sentados en la misma mesa el domingo.

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