Manifiesto: Pedro Ruminot, comediante




No fui con la intención de ser un éxito rotundo en el Festival de Viña. Habría sido un mentiroso si hubiese subido a Viña a hablar de actualidad, política y hacer todo lo fácil para llevarme la ovación. Tampoco fui para quedar bien y que después me llamaran de todos lados y tener miles de contratos. Pensé: tengo que hacer lo mismo que hago en un bar, y eso hice. Hay cosas que no filtré, porque no soy farsante. Para mí nunca fue un sueño llegar al Festival de Viña. La primera vez que bajé del escenario me dio un ataque de risa, porque estaba muy nervioso. La segunda vez, miré a mi mánager y le dije que creía que lo había hecho muy rápido y que había salido bien como las hueas la última parte. El me miró y me contestó: sí, es cierto.

Me ofrecieron ir al Buenos Días a Todos, pero todavía no defino lo que haré ahora. No sé si me llama tanto la atención. Voy a terminar un libro sobre paternidad que hago con una amiga y con Malaimagen. También estoy en una película que tengo que terminar de escribir, pero así como un objetivo o meta, no tengo muy claro por ahora.

Tengo asperger. Es primera vez que lo cuento, pero ya no tengo de qué avergonzarme ni nada que ocultar. Me cuesta expresarme, no entiendo las insinuaciones ni los dobles sentidos, y tengo que controlar las cosas que digo. El diagnóstico partió así: hay cosas que no entendía de mí y empecé a ir al psicólogo después de que me pasaron muchos chascarros en mi pega, como la discusión con Francisco Vidal en un programa de televisión. A veces me hacen preguntas y digo lo primero que me sale, lo que realmente pienso, en lugar de decir “tengo que procesar esta respuesta, porque me puede traer consecuencias”. No hay tratamiento para esto, así es que tengo que recibir la información, procesarla y responder. Ahora que lo estoy asumiendo soy un poquito más libre.

Crecí en una casa con piso de tierra y la echo de menos. Tenías que echar un tarrito de agua para que no se levantara arenilla. La casa era de madera y tenía hoyos donde se filtraba el frío en el invierno. Quedaba en un lugar muy campestre de Maipú y, por lo mismo, nunca me he sentido santiaguino. Ahora llevo una mejor vida, pero echo de menos el olor de esa casa. La extraño. Hay cosas que no me gustan como vivo ahora, porque vivo bien, pero siento que le ponen color con algunos detalles en las terminaciones. Sé que estoy mejor, pero no me olvido de dónde salí.

Para mí, El Club de la Comedia no significa nada. El programa es parte de mi pasado y no miro hacia atrás nunca. No sé si todos los integrantes de El Club de la Comedia nos odiábamos, pero sí sé que todo era intenso. Nunca digo nada sobre Natalia Valdebenito, porque creo que se puede agrandar el círculo y la historia. Fue un programa donde estuve entre los creadores, pero prefiero pensar que voy a inventar algo mejor en el futuro antes que llorar o seguir hablando de algo que se acabó. Es complicado trabajar en grupos creativos, porque siempre alguien queda herido y llora años por eso. Prefiero seguir adelante y, pese a lo mal que lo pasé en los dos últimos años, nunca me senté a pensar qué pasó o quiénes fueron los culpables. Y me aburre mucho sólo escuchar El Club de la Comedia.

No es cierto que seré candidato a alcalde por el PRO. Tampoco soy parte de un partido. Sí me ofrecieron la candidatura, pero no me siento preparado. Si hago algo así alguna vez, sería desde abajo, de la manera más humilde posible, luego como concejal durante algunos años y luego alcalde. No quisiera llegar a ser candidato sólo por ser conocido, prefiero el camino largo. Quizá a los 50-55 años podría ser. Si es que vivo hasta esa edad…

Mis compañeros de curso me recuerdan como un niño malhumorado. De niño era muy tímido. Me costaba mucho mirar a la gente. Era complejo todo, porque mi casa era divertida y mi entorno familiar me gustaba, pero cuando tenía que ir al colegio y hablar con los demás, se me hacía complicado. Yo creo que eso es porque no encajaba, que era una sensación que tenía desde chico, pero que después ya la pude entender. Antes no tenía las herramientas para reírme de lo que me pasaba como hoy.

Hay sólo una cosa que me da pena en la vida: la muerte de mi abuelita. Pasó hace dos años y me duele todavía, porque yo era, junto a mi madre, la persona que más le importaba a ella. Eramos súper cercanos y estuvimos juntos toda la vida. Cuando se murió, yo pescaba el teléfono para llamarla y era doloroso, porque olvidaba que había muerto. Fue súper difícil. Me cuesta todavía asumirlo. Cuando uno va a la casa de mi mamá, su pieza todavía está intacta, llena de sus cosas y todo tal cual. Es entre tétrico, triste y muy raro.

Cuando me dijeron que tenía cáncer me dije a mí mismo: no me voy a morir. Sólo necesitaba dormir para que pasara todo el problema. Y así con todo. Esa vez pensé que era una cámara escondida, porque en ese tiempo hacían un programa de ese estilo y yo ya salía en la tele. Pero no fue así. Me dijeron que me iba a morir en 15 días y me fui en una camilla a una sala común con puros abuelitos. Eramos como 20. No entendía mucho. Me afectó un ratito, pero no alcancé a deprimirme. Fue un día de pena y luego dije: no saben nada los doctores; no me voy a morir. Y tuve razón: no tenían idea de nada.

Siempre he ido contra todo. Por lo mismo, sé que hay gente de programas de farándula que no me tienen buena, porque no los pesco no más. Y no los pesco porque, si bien no creo lo mismo de todos los programas de farándula, a la mayoría le encuentro penca su trabajo. Cuando me van a entrevistar les digo que no quiero hablar, pero no es por el rollo de hablar para un programa así, es porque me preguntan por cosas que no me importan. Lo encuentro fácil. Por lo mismo, sé que en algún momento me van a hacer pebre en todos lados, pero no voy a transar mi estilo.

Me encantaría tener una panadería. Cada vez que Alison -mi esposa- me dice que hagamos un negocio fuera de lo que hacemos, pienso en algo así. También en algo donde tenga que cocinar. Cocinar me calma y me tranquiliza completamente. Es la única forma de lograr alguna conexión con mi abuela y me encanta ver el efecto que la comida que preparo provoca en las personas, es sentir -creo- lo que ella sentía cuando cocinaba para nosotros.

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