La historia de una enemiga de Putin

Christya Freeland, periodista y parlamentaria canadiense, se encuentra entre los políticos que tienen prohibida la entrada a Rusia. En conversación con La Tercera cuenta su disputa.




La parlamentaria canadiense Chrystia Freeland estaba preparando el almuerzo de sus hijos cuando un mensaje en Twitter la alertó: su nombre aparecía en la lista de políticos con estricta prohibición de entrar a Rusia. La medida, anunciada en marzo de 2014, era una respuesta a las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea habían impuesto contra de Moscú por la crisis en el este de Ucrania. “Tenía sentimientos encontrados. Por un lado me gusta mucho Rusia. Amo el idioma y la cultura; viví muy feliz allá durante cuatro años, lo disfruté mucho, tengo muchos amigos rusos. He visitado el país desde entonces muy frecuentemente. Estoy triste de que me quiten eso”, dice en conversación con La Tercera.

Una lista similar de 89 políticos europeos fue presentada por Rusia el 5 de junio pasado, entre los que figura el ex viceprimer ministro británico, Nick Clegg y el escritor y filósofo francés Bernard-Henry Levy. Al igual que en esta oportunidad, a Freeland no le explicaron la razón de la medida.

“Fue una sorpresa para mí, recién había sido elegida (al Parlamento por el centro de Toronto). Nuestro partido está en la oposición en Canadá. Claramente he estado haciendo algo que a ellos no les gustó”, cuenta.

“Me opongo fuertemente a lo que Putin está haciendo en Ucrania y lo que ha estado haciendo en Rusia. En ese sentido, que me prohíban la entrada es, de alguna forma, un reconocimiento, es una aceptación de mi oposición. Entonces se puede decir que es un honor”, añade.

Como periodista, Freeland tuvo que cubrir la guerra en Chechenia a fines de los 90 y desde entonces ha mostrado su descontento hacia el Kremlin. Incluso más, escribió un libro sobre los cambios experimentados en  Rusia tras la caída de la Unión Soviética  (Sale of the Century: Russia’s Wild Ride from Communism to Capitalism). Y, en 2011, cuando Vladimir Putin decidió recuperar la Presidencia, que estaba en manos de Dmitri Medvedev, señaló en una columna en el diario The New York Times que Rusia iba camino a convertirse en una dictadura que sería vulnerable al levantamiento popular.

“Me preocupaba después de que Putin llegó al poder, porque empezó a aplicar mano dura con los medios de comunicación y la oposición. He estado preocupada por el autoritarismo en Rusia y el nacionalismo, especialmente conducido por Putin. Pero la invasión rusa a Ucrania fue un resultado más deprimente de lo que imaginaba”, dice.

De abuelos ucranianos, Freeland siempre ha seguido de cerca lo que ocurre allí. Es por eso que siguió atentamente la revolución en Kiev (Kyiv para los ucranianos) en noviembre de 2013 y redactó un ensayo para el centro de estudios Brookings Institutions, llamado My  Ukraine (Mi Ucrania).

Desde que Rusia se anexó la provincia de Crimea a su territorio en marzo del año pasado, Putin ha señalado que está protegiendo a los hablantes rusos de Ucrania. La parlamentaria explica que desde el punto de vista de Putin y de muchos rusos, “la idea de Ucrania como un Estado separado es algo que ellos no han aceptado completamente”. “Quizás se puede hacer una analogía entre Inglaterra y Escocia. Existe una apreciación de que los ucranianos son, de alguna forma, diferentes a los rusos, pero hay un sentido de que existe una identidad de las raíces. Creo que eso es una fuente de tensión”, explica.

En ese sentido Freeland sostiene que es necesario entender la identidad de Ucrania. “Putin tiene dos enfoques: por un lado, cuando habla del derecho de los hablantes rusos en Ucrania.  Por otro, cuando se menciona Ucrania como un todo, o al menos gran parte, y su cercanía a Rusia”, explica.

Respecto a la defensa de los hablantes rusos, la periodista dice que en Ucrania casi todos son bilingües. “Eso uno lo ve en la forma en que opera Ucrania. Por ejemplo, en el Parlamento ucraniano es un lugar común que se hable en ucraniano o en ruso, sin que haya traducción y todos asumen que el resto entiende ambos idiomas. Se ve lo mismo en la televisión. Por ejemplo, Petro Poroshenko, el Presidente, sólo habló ucraniano en 1996 cuando fue elegido al Parlamento, lo entendía, porque todos lo entienden. En su casa, con su familia, habla ruso”, cuenta.

Cuando han pasado cinco meses desde la firma del acuerdo en Minsk, que tenía por objetivo poner fin a los enfrentamientos en el este de Ucrania, existen reportes que señalan que el cese de hostilidades no se ha cumplido del todo. “Creo que la situación es muy complicada, estoy optimista, pero de forma muy cauta. Es difícil por dos razones: por la guerra en curso con Rusia, todavía hay enfrentamientos, cinco ucranianos mueren todos los días, eso es mucho. El Kremlin está haciendo mucho para socavar a Ucrania de otras maneras. Al mismo tiempo, la revolución de la Maidan ocurrió como una protesta del gobierno increíblemente corrupto y represivo. Así que el trabajo de este gobierno es llevar a cabo estas reformas, las que son difíciles de implementar incluso en tiempos de paz. Eso implica mucho dinero. Hacerlo ahora, es un desafío inmenso”, concluye.

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