De fútbol y galletas

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Hay vida después del fútbol. Y Benjamín Ruiz lo sabe mejor nadie. El otrora jugador de Colo Colo, Audax y Everton, entre otros equipos, decidió cambiar a los 29 años los botines por un carrito de obleas. Y la apuesta dio resultado. Su pequeño emprendimiento es hoy una franquicia y el exfutbolista del retiro precoz, un precoz empresario.




Es viernes en las alturas del cerro San Cristóbal de Santiago y el frío invernal de las últimas semanas parece haber concedido una suerte de tregua a los transeúntes. El Parque Metropolitano se encuentra atestado de visitantes. A las 12, Benjamín Ruiz (30) toma el teleférico en dirección a la cima. Arriba se encuentra uno de sus carritos de galletas. Esos por los que decidió dejar el fútbol hace hoy poco más de un año. Podía haber continuado jugando, pero simplemente se cansó. La verdadera vida -pensaba- tenía que estar en otra parte.

"Algunos compañeros me preguntaban cómo iba a dejar el fútbol si todavía me daba para jugar más. No tuve lesiones graves, no me faltaban ganas, pero la vida te lleva a tomar estas decisiones. Tengo tres niños y hay que velar por eso", explica hoy, detenido frente a uno de sus carritos de obleas gourmet, el ex defensor de Audax Italiano y Colo Colo, antes de reflexionar, en voz alta: "Es muy difícil la transición del fútbol a la vida normal, porque la vida del futbolista no es normal".

Nacido en Santiago el 21 de agosto de 1986, Ruiz realizó toda su formación futbolística en las series menores de Universidad Católica, a las órdenes de técnicos como Fernando Carvallo, Nano Díaz o Juvenal Olmos. Al cumplir los 18, sin embargo, se vio obligado a emigrar. "En esa época en el plantel estaban Gorosito, Beto Acosta... y había muy pocas posibilidades de hacerme un sitio, así que rescindí contrato y me fui a Audax Italiano", recuerda. Fue en La Florida donde se produjo su debut en el profesionalismo, el año 2001, y en donde el lateral comenzó a experimentar un crecimiento que lo llevaría a firmar por Colo Colo un lustro más tarde. "En Audax me tocó estar con Chupete Suazo, con Salvador Cabañas, y de técnico llegué a tener a Claudio Borghi, que fue quien me llevó a Colo Colo junto con el Chupete", recuerda. Pero en las filas del Cacique, de nuevo a las puertas de la consolidación en un club grande y de nuevo eclipsado por un puñado de futbolistas rutilantes, las cosas no marcharon según lo previsto. Y llegaron los préstamos. Otra vez el destierro como única vía de escape: "No tuve mucha continuidad. Me fui a préstamo a O'Higgins, Palestino, La Serena, y después cuando volví a Colo Colo me di cuenta de que iba a ser la misma historia otra vez. Había un equipazo. Estaban Sánchez, Vidal, estaban todos, y ganaban los partidos caminando. Quizás tampoco estaba yo maduro al ciento por ciento y, bueno, supongo que en Colo Colo no se me hizo realidad el sueño".

Y en su regreso al mundo real, el peregrinaje de Benjamín Ruiz en el balompié chileno lo llevó a formar parte de las nóminas de Everton, Ñublense y, finalmente, Unión La Calera, experiencia tras la cual decidió decir basta. "El año que viví en Calera me di cuenta de que se había terminado. Como profesional, el funcionamiento del club fue muy malo. Pasaron cosas que no son de un club de Primera División. Y se me quitaron las ganas de seguir jugando", sentencia. Pero en la estación previa al inicio de su pesadilla en las filas del conjunto cementero, en Chillán, nació una idea que terminaría por convertirse en el motor de su vida cinco años más tarde.

Junto a su hermano Cristián, ocho años mayor y publicista de profesión, Benjamín Ruiz decidió poner en marcha un negocio que nada tenía que ver con el fútbol. "Todo empezó hace cinco años, cuando yo estaba jugando todavía, en Ñublense. Y empezó con mi hermano, que es mi socio, y con un carrito allá en Chillán, con el clima, la lluvia y el viento para todos lados. Al principio funcionábamos en eventos, en cumpleaños, pero cuando dejé de jugar me centré ciento por ciento en el negocio. Y ahora abrimos puntos más grandes establecidos y la opción de franquicia", sintetiza ahora Ruiz, el empresario, pero también el exjugador.

El nombre de la empresa, Santa Oblea, lo ideó Cristián; pero la verdadera autora intelectual fue la esposa de éste -la cuñada de Benjamín-, una colombiana que había crecido disfrutando del sabor de las obleas, unas gigantescas galletas de barquillo con diferentes rellenos y sabores muy populares en algunos países de Centroamérica. Y el milagro se produjo.

Hoy, un año después de su precoz retiro de las canchas, el producto ha llegado ya a los supermercados, los carritos que actúan como puntos fijos tienen cientos de adeptos, los módulos se están empezando a vender y las franquicias amenazan con florecer por todos los rincones del país. Para el exzaguero, la clave del negocio radica "en su rentabilidad", un modelo que, asegura, "podría servir a otros jugadores como una herramienta que poder replicar después del fútbol". Porque hay vida después del fútbol. Y porque el fútbol también puede ayudar a la hora de empezar a construir una nueva vida. "El nombre que yo me hice en el fútbol me sirvió muchísimo, pero depende de cómo seas. Si eres alguien creíble y has tenido un buen comportamiento, tu marca va a funcionar. Yo he tenido buena relación con la mayoría de los clubes y de los jugadores, y creo que eso me ha ayudado a surgir más rápido con este emprendimiento", recapacita.

A las 13.30, el sol sigue brillando en la cima del Cerro San Cristóbal. Y los transeúntes siguen comprando galletas. Y Ruiz, claro, sonríe por eso. Ha sobrevivido al retiro y le ha ido bien. Además del negocio de las obleas, el exfutbolista más parecido al actor Gonzalo Valenzuela que ha dado el balompié chileno ("ahora no veo el parecido, pero antes en verdad sí que me confundían con él y era un halago, porque la rompe el Manguera", acota riendo), tiene también otros proyectos. Trabaja como modelo para una agencia, ha aparecido en un par de comerciales, no le cierra las puertas a la televisión y tiene en mente crear una escuela de fútbol de Universidad Católica en la Quinta Región, donde vive desde hace algún tiempo. Porque también extraña el fútbol, dice. Porque su otra vida, la anterior, también pesa: "Me ha costado mucho el tema de no jugar todos los días, de no entrenar, del camarín, porque eso es lo que de verdad se extraña. Pero nunca me faltan las pichangas".

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