Pepa es enorme

Pepa Moya

María José Moya debió dejar todo a un lado para alcanzar la novena medalla dorada de Chile. Fue un esfuerzo tremendo: incluso estuvo dos meses sin ver a su pequeña hija Giuliette.



La pequeña Giuliette, de tan solo un año y medio, no entendía muy bien lo que ocurría. Al mediodía, su familia en San Miguel celebraban a rabiar, con aplausos y gritos al cielo. Giuliette es la hija de María José Moya, su tesoro y a quien debió dejar a cargo de sus abuelos para amasar la novena medalla de oro que ayer consiguió Chile, marcando la mejor actuación histórica nacional en Juegos Panamericanos.

Así funciona el alto rendimiento nacional. No hay medallas al azar. Mucho menos sin un desgastante trabajo de fondo. Y de eso sabe muy bien Pepa, quien debió incluso adelantar su posnatal cuatro meses para poder soñar con lo que ayer consiguió.

Luego de pasar dos años dedicada solo a su embarazo y posterior maternidad, la patinadora más brillante de Chile se decidió a volver con una meta clara: el oro panamericano. Era la medalla que le faltaba. Antes, ya fue multicampeona mundial, de Juegos Mundiales y de sudamericanos, pero aún no conocía la gloria sobre el podio de continental; solo plata y bronce.

Por eso es que se quebró tras la proeza. Y es imposible no empatizar con ella. Alejada de todo, olvidando los instintos maternales tan puros e intrínsecos, se decidió a acallarlos por el hambre de gestas con la que ha crecido toda su vida. Así vive Pepa la competencia. Y su apuesta tenía sólidos fundamentos.

Ayer, se lanzó con todo para quedarse con el oro en la contrarreloj. Enfrente tenía a la siete veces campeona mundial Geiny Pájaro, quien recién había llegado de ser campeona en los World Roller Games en esta misma prueba. Y, eso, la chilena lo sabía, pero también entendía que con su experiencia y, sobre todo, con el trabajo que hizo para llegar hasta acá, tenía cómo soñar.

Sabía que la colombiana podía amargar su mañana, por eso se lanzó por el oro. Las dos vueltas a la pista, para completar los 300 metros, las cubrió en 26"441, imponiendo hasta ahí la mejor marca de la final. Y cuando salió Pájaro, la tensión fue total. Casi consigue desplazar a la chilena al segundo lugar, pero no. Estuvo a 186 centésimas (26"627 de crono) de Pepa. Y de ahí la alegría fue total para Chile.

"Fue un entrenamiento muy duro. Estuve dos meses separada de mi hija", dijo María José al saber que el oro estaba garantizado. "Es un renacer, el reencuentro con mi deporte. Hace dos años que no competía internacionalmente, pero demostré que aún estoy vigente", añadió.

Hizo su puesta a punto en las alturas de Tunja, en Colombia. Allí vivió el último período de su acondicionamiento, alejada de todos sus cercanos, solo con su entrenador. "Preparé muchísimo esta competencia y mucha gente trabajó para esto. Costó, no diré que no. Estuve lejos de mi casa, de mi hija, pero ya se logró y estoy feliz. Mi hija y mi familia, mi hermana Valentina, que me acompaña a todas las competencias, fueron mi principales motivaciones para hacer esto", confesó.

Fueron muchas las veces en que pensó claudicar. No es sencillo para una madre ser, además, campeona panamericana. Y eso lo sabe bien Gonzalo Guajardo, el técnico. "Fueron muchos momentos en que hubo que contenerla. Fueron muchos días de lágrimas. Pasó su cumpleaños fuera de casa y muchas veces la vi llorando tras hablar con su hija por videollamada", rememora.

Ya, tranquila

Pero ya está. Su trabajo tuvo la mejor paga de todas. Aunque hoy compite en la eliminación de 10 mil metros, puede quedarse tranquila que su principal misión ya la consiguió. Eso sí, pese a que hoy no compita en su prueba fundamental, saldrá a pelear igual por un puesto en el podio. Así se vive el deporte Moya, al todo o nada.

Al menos, aunque por ahora la pequeña Giuliette no entienda mucho de lo que ayer ocurrió en su casa, sabrá en unos años de que su madre escribió un nuevo capítulo dorado del deporte chileno.

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