Brazos cortados y la cabeza en una lanza: la sangrienta muerte de Pedro de Valdivia un día de Navidad

El 25 de diciembre de 1553, el entonces gobernador de Chile fue capturado en la batalla de Tucapel, donde los mapuche simplemente arrasaron con los españoles. Posteriormente, sus captores le dieron muerte, aunque de este hecho hay varias versiones. Aquí revisamos uno de los hitos menos conocidos de nuestra historia.


Estaban molestos. La idea de los mapuche era levantarse contra lo que consideraban una profunda intromisión en su territorio. En 1553, el gobernador de Chile, Pedro de Valdivia, hizo levantar dos fuertes: Tucapel y Purén, ubicados entre el océano Pacífico y la Cordillera de Nahuelbuta, y entre los ríos Biobío e Imperial.

Valdivia aún intentaba ingresar de hecho al corazón mismo del territorio mapuche, territorio que le podría proveer de la mano de obra necesaria y tan requerida en el resto del territorio, junto con proporcionarle metales preciosos tan necesitados por Valdivia, dado ahora la magnitud alcanzada por su jurisdicción, debido a la ampliación o expansión que la gobernación de hecho había logrado”, señalan los geógrafos Héctor Caviedes, Ulises Cárcamo y Raúl Valpuesta en su artículo Don Pedro de Valdivia y su hueste: el proyecto Chile y su ámbito territorial.

En plena Guerra de Arauco, la idea del extremeño era reforzar la ciudad de Concepción, fundada poco antes, en 1550. Además de los yacimientos de oro de Quilacoya, en la actual región del Biobío.

Desde la fundación de Santiago, el 12 de febrero de 1541, la idea de Valdivia siempre fue avanzar hacia el sur. Muy al extremo sur, de hecho. Él mismo lo expresó en una carta, el 4 de septiembre de 1545, al Emperador Carlos V: “Sanctiago del Nuevo Estremo es el primer escalón para armar sobre él los demás y ir poblando por ellos toda esta tierra a vuestra Majestad hasta el Estrecho de Magallanes y Mar del Norte”.

La zona del Biobío era un polvorín. Los mapuche ya habían entrado en contacto con los españoles en la batalla de Andalién (cerca de la actual Concepción), en 1550. Tras una sufrida y dificultosa victoria, Pedro de Valdivia decidió darles un escarmiento ejemplar a los prisioneros: ordenó que les cortaran la mano derecha y las narices. El conquistador pensó que el horror de ver desfigurados a sus paisanos les serviría de lección a los mapuche y lo pensarían dos veces antes de volver a sublevarse. Pero lo que logró fue exactamente lo contrario.

“Al recibir a sus peñis mutilados los mapuche, dicen, dijeron “bajo estos amos sólo sufrimientos tendremos, y si la tierra debe regarse con sangre, más vale que también corra la sangre de los winkas”, asegura el testimonio del religioso Juan Barba, quien estuvo con los mapuche.

De este modo, los mapuche comenzaron a tomar las armas. “Se produjo un gran levantamiento indígena en la provincia de Tucapel, donde estaba la casa fuerte del mismo nombre. Los defensores de la fortaleza, liderados por el capitán Martín de Ariza, se vieron obligados a huir al fuerte de Purén”, señala el académico Miguel Donoso en su artículo Pedro de Valdivia tres veces muerto.

Enterado de los hechos, Valdivia sale a la zona desde Concepción solo con 40 soldados. ¿Por qué tan pocos? “En aquel tiempo eran los indios tenidos en poco, como gente que no sabía pelear ni aun tenían ánimo para ello; mas después que conocieron los caballos y trataron a los cristianos, supieron defender sus tierras”, indica el cronista español Alonso de Góngora Marmolejo, uno de los que dejaron testimonio de los días de la conquista.

El problema para Valdivia, es que los mapuche dispuestos a la lucha eran muchísimos más. Algunos hablan de 50 mil, pero son estimaciones de la época no muy fiables. Hoy, se acepta que los mapuche presentes fueron cerca de 6 mil, según las estimaciones del reconocido etnohistoriador Osvaldo Silva Galdames. El mando lo ejercía el joven Lautaro, quien, a contrapelo de lo que suele señalarse, no era oriundo de la zona del Biobío, sino que del valle central. Ahí había sido paje de Pedro de Valdivia y de él aprendió, entre otras cosas, a montar a caballo.

Por esos años, los mapuche eran fundamentalmente un pueblo de tradición oral, sin cultura lectoescrita (a diferencia de otros pueblos precolombinos, como los mayas). Por ello, es que los testimonios que han llegado hasta hoy corresponden a cronistas españoles, que a su vez los fueron recogiendo “de oídas”. Así fueron los casos de Pedro Mariño de Lobera, Jerónimo de Vivar, o Alonso de Góngora Marmolejo. Este último fue quien narró cómo fue que Lautaro convenció a los mapuche de levantarse contra el invasor.

“En voz alta les comenzó a decir que los cristianos eran mortales como ellos y los caballos también, y se cansaban cuando hacía calor más que en otro tiempo alguno; que si ellos querían pelear bien no dudasen sino que los desbaratarían, y echarían de sí el yugo de servidumbre tan áspero, y que entendiesen que no era nada lo que al presente servían y trabajaban en comparación de lo mucho que habían de trabajar ellos y sus hijos y mujeres; que quisiesen más como hombres morir una muerte noble, defendiendo sus casas, que no vivir siempre muriendo, y que si querían estar por lo que él les dijese, que les daría orden cómo habían de pelear y de lo que habían de hacer para desbaratallos”.

De este modo, Lautaro guió a los 6 mil mapuche para embocar a Valdivia. El 25 de diciembre de 1553, el español se internó en la zona de Tucapel, donde se encontró que el fuerte que había dejado se encontraba en ruinas. De súbito, desde los espesos bosques de la zona comenzaron a salir las hordas de mapuche dispuestos a acabar con los invasores. No todos a la vez, sino que, copiando las tácticas hispanas, fueron saliendo de a diferentes grupos, de manera de tener siempre soldados de refresco. Así, acorralaron a los españoles. Ello obligó a Valdivia a huir. Cuando intentaba cruzar una ciénaga, su caballo se empantanó. Ahí cayó prisionero.

Tres versiones para una muerte cruel

Tomado cautivo, Valdivia sufrió un duro castigo por parte de los mapuche, quienes no le perdonaban lo de Andalién. Sin testigos presenciales de lo que ocurrió después, las noticias fueron llegando a los cronistas por otras fuentes. Góngora Marmolejo describió cómo fue su caso. “El cómo murió [Valdivia] y de la manera que dicho tengo, yo me informé de un principal y señor de el valle de Chille en Santiago, que se llamaba don Alonso y servía a Valdivia de guardarropa, que hablaba en lengua española, y de mucha razón, que estuvo presente a todo y escapó disfrazado en hábito de indio de guerra sin ser conocido, y aquella noche llegó a la casa fuerte de Arauco y dio nueva de todo lo sucedido a los que en ella estaban, los cuales se fueron a la Concebición, que estaba de allí nueve leguas, antes que los indios les cerrasen el camino”.

Valdivia fue tomado preso junto con un indígena yanacona que lo servía. “Teniéndolo en su poder lo desarmaron y desnudaron en carnes, y ataron las manos con unos bejucos, y ansí atado lo llevaron a pie casi media legua, sin quitalle la celada borgoñona que llevaba, que aunque lo probaron muchas veces no acertaron a quitársela; y como era hombre gordo y no podía andar tanto como querían, llevábanlo algunas veces arrastrando, diciéndole muchos vituperios y burlando de él, hasta un bebedero, donde llegados con él se juntaron todos los indios y repartieron toda la ropa y despojo por su orden entre los señores”, relata Góngora Marmolejo.

Valdivia, según el cronista, usando al yanacona como traductor, les ofrece retirar a los españoles de reino y dos ovejas a cambio de su vida. Pero los mapuche no lo aceptaron. Su destino estaba trazado.

“Hicieron los indios un fuego delante de él, y con una cáscara de armeja de la mar, que ellos llaman pello en su lengua, le cortaron los lagartos de los brazos desde el codo a la muñeca (teniendo espadas, dagas y cuchillos con que podello hacer, no quisieron por dalle mayor martirio), y los comieron asados en su presencia. Hechos otros muchos vituperios, lo mataron a él y al capellán, y la cabeza pusieron en una lanza juntamente con las demás de cristianos, que no les escapó ninguno”, narra Góngora Marmolejo.

La versión contrasta con la de otro cronista, Jerónimo de Vivar, quien incluso da el nombre del asesino de Valdivia. Según él, la muerte del conquistador fue mucho más limpia. “Como es gente de tan ruin entendimiento, no conociendo ni entendiendo lo que hacían a esta sazón, llegó un mal indio, que se decía Teopolican (N. de la R: se refiere a Caupolicán) que era señor de la parte de aquel pueblo, y dijo a los indios que qué hacían con el apo que porqué no le mataban, ‘que muerto ese que manda a los españoles fácilmente mataremos a los que quedan’. Diole con una lanza de las que dicho tengo y lo mató”.

Enseguida, según él, exhibieron la cabeza como trofeo. “[Los mapuche] llevaron la cabeza a Tucapel y la pusieron en la puerta del señor principal en un palo, y otras dos cabezas con ella, y teníanlas allí por grandeza, porque aquellos tres españoles habían sido los más valientes, y contaban cosas del gobernador y de los dos españoles que habían hecho aquel día”.

Otra cosa es la que señala Pedro Mariño de Lobera, quien dio a conocer dos versiones del hecho. En la primera asegura que el asesino de Valdivia fue el cacique Pilmaiquén. “Levantó una gran porra que tenía en las manos y la descargó con gran furia sobre el infelice Valdivia haciéndole pedazos la cabeza”. En la segunda, asegura que el castigo fue otro, pero esta versión parece más una novela que un hecho verídico.

“Trajeron una olla de oro ardiendo y se la presentaron, diciéndole: ‘Pues tan amigo eres de oro, hártate agora dél, y para que lo tengas más guardado, abre la boca y bebe aqueste que viene fundido’; y diciendo esto lo hicieron como lo dijeron, dándoselo a beber por fuerza, teniendo por fin de su muerte lo que tuvo por fin de su entrada en Chile”.

Como sea, Valdivia encontró la muerte en Chile, donde había venido justamente en busca de nuevas experiencias. Él se lo describió así al rey Carlos V en una carta del 4 de septiembre de 1545. “( ... ) que no sino descobrir y poblar tierras a vuestra Magesta, y no otro interese, junto con la honra y mercedes que será servido de me, hacer por ello para dejar memoria y fama de mi ( ... )”. Y vaya que dejó fama y memoria.

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