Sinéad O’Connor: rasgando demonios

Sinéad O’Connor: rasgando demonios

La búsqueda espiritual, la insistencia por encontrar respuestas en distintas religiones, la melancolía congénita de su música con electrizantes desvíos pop rock, que abrieron caminos para estrellas alternativas como PJ Harvey o Tori Amos, hicieron de Sinéad O’Connor una figura de poderosa influencia en los últimos 30 años, a pesar de los demonios que consumieron su vida. Lee aquí la columna de nuestro crítico de música, Marcelo Contreras.


El consejo de Madonna para Alanis Morissette cuando la fichó en el sello Maverick, fue dirigir su música hacia el estilo emotivo y visceral de Sinéad O’Connor. Como respuesta, la estrella canadiense publicó Jagged little pill (1995), uno de los álbumes más vendidos de la historia. La reina del pop se lo contó a la fallecida cantante irlandesa mientras hacían las paces, tras años de fuego cruzado.

La versión de Nothing compares 2 U, original de Prince y single central de su segundo álbum I do not want what I haven’t got, había ganado a Vogue en los premios MTV de 1990, provocando la furia de la chica material. Un año más tarde, Sinéad cuestionó en la revista Spin el feminismo encarnado por Madonna. “Hay una mujer a la que la gente admira”, sostuvo, “(...) que hace campaña por los derechos de las mujeres. Una mujer que, de una manera abusiva hacia mí, dijo que (...) era tan sexy como una persiana veneciana”.

Sinéad O’Connor subrayó que Madonna, referente feminista, la criticaba “por no ser sexy”.

A raíz del incidente de la foto rasgada del Papa Juan Pablo II en Saturday Night Live el 3 de octubre de 1992, Madonna se burló de ella en el mismo programa. A la par, criticó a O’Connor en la prensa irlandesa. “Creo que hay una mejor manera de presentar sus ideas en lugar de romper una imagen que significa mucho para otras personas”. El actor Joe Pesci, orgulloso católico y anfitrión de SNL a la semana siguiente, aseguró que “le habría dado una bofetada”.

sinead o'connor foto papa 2

El negocio de la música siempre parecía tener planes distintos para Sinéad O’Connor. Cuando el director John Maybury, el mismo de West end girls de Pet shop boys, rodó el video de Nothing compares 2 U, conquistando el primer puesto Billboard el 21 de abril de 1990, hazaña repetida en 17 países, el proyecto original consideraba filmar en París. Así se hizo, pero el video pasó a la historia por concentrarse en un primerísimo primer plano sobre el bello rostro de la cantante, de 23 años en ese entonces.

Rapada -detalle que provocó un shock en las audiencias juveniles-, O’Connor lloró genuinamente ante la cámara. El recuerdo de su madre muerta en un accidente de tránsito en 1985 mientras conducía para concurrir a misa, asaltó su memoria.

A la larga, el episodio en SNL, que significó su cancelación en EEUU tras ser atacada con huevos a la salida del programa neoyorquino, y abucheada tres semanas después en un tributo a Bob Dylan (Kris Kristofferson la apañó diciéndole que no se dejara abatir por “esos cabrones”), fue un acto de liberación para Sinéad O’Connor.

“Mucha gente dice o piensa que romper la foto del Papa arruinó mi carrera”, escribió en sus memorias. “Yo no pienso lo mismo. Siento que tener un disco número 1 descarriló mi carrera y que romper la foto me devolvió al buen camino”.

Miley Cyrus la ninguneó en 2013 cuando en una carta pública, Sinéad O’Connor le advirtió sobre los peligros de la industria discográfica y el manejo de su imagen.

“El mensaje que sigues enviando es que de alguna manera está bien prostituirse”, advirtió a la intérprete de Wrecking ball. “No está nada bien Miley... es peligroso. Las mujeres deben ser valoradas por mucho más que su sexualidad. No somos meros objetos de deseo”.

La respuesta de Miley Cyrus no fue un ejemplo de sororidad, burlándose de la salud mental de la cantante irlandesa.

(AP Photo/Casper Dalhoff, Polfoto, File)

Paradojalmente, el video de aquel single de la ex chica Disney, contenía un tributo a Sinéad O’Connor. En una secuencia, la cámara se cierra en su rostro mientras lágrimas corren por sus mejillas.

Su consistente último álbum, el rockero y feminista I’m not bossy, I’m the boss (2014) fue ilustrado con una irónica imagen: Sinéad de melena y flequillo enfundada en un ajustado vestido negro de latex, abraza una guitarra y mira coqueta de reojo, como cualquier princesa del pop del siglo XXI. Fue el empaque que la industria intentó imponer desde un principio a la cantante, aprovechando su hermosura. Ese traje diseñado para dirigir la atención a su imagen, nunca tuvo oportunidad en su manera de entender el trabajo artístico.

Descubiertos los abusos sexuales de sacerdotes católicos a menores en prácticamente todo el mundo, se especuló que la foto papal rasgada en la televisión estadounidense, respondía al conocimiento de la cantante sobre esos hechos. Sin embargo, el acto era una manera de exorcizar los demonios de su pasado de niña maltratada. Su madre, criada en un rígido ambiente profundamente católico, acostumbraba desnudarla y golpearla. O’Connor estaba convencida que el credo había dañado irremediablemente a su progenitora. Apenas muerta la madre, la artista retiró una fotografía del Papa Juan Pablo II de visita en Irlanda en 1979, atesorada en su dormitorio.

La música y el estilo de Sinéad O’Connor provocó un profundo impacto en la escena musical femenina de la década del 90. Es imposible pensar en Dolores O’Riordan, la fallecida líder de The Cranberries, sin remitir a Sinéad y su impronta vocal. Por cierto, el consejo de Madonna a Alanis, fue claramente obedecido. En el timbre de la estrella canadiense hay una referencia inequívoca a la irlandesa, rastro que posteriormente deriva hasta llegar, vaya, a Shakira, la antítesis de lo que Sinéad O’Connor aspiraba del rol femenino en la música popular.

La búsqueda espiritual, la insistencia por encontrar respuestas en distintas religiones, la melancolía congénita de su música con electrizantes desvíos pop rock, que abrieron caminos para estrellas alternativas como PJ Harvey o Tori Amos, hicieron de Sinéad O’Connor una figura de poderosa influencia en los últimos 30 años, a pesar de los demonios que consumieron su vida.

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