Mario Vargas Llosa y su amor por Francia: “La literatura francesa fue la mejor y sigue siéndolo”

El octogenario escritor peruano acaba de publicar Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa, que de alguna manera celebra su ingreso a la Academia Francesa. En sus páginas, pasea por autores clásicos como Molière, Flaubert, Víctor Hugo o Simone de Beauvoir.


Por estos días, el octogenario Mario Vargas Llosa acaso el último símbolo viviente del “Boom Latinoamericano”, sonríe. Por segunda vez se repone satisfactoriamente del Covid-19, tras haber sido internado la semana pasada en Madrid. La primera, fue en 2022.

“Como ya es público, mi padre ha recibido el alta y está recuperado. Muchas gracias al Hospital Ruber Internacional, que lo ha atendido impecablemente. Innumerables personas nos han hecho llegar mensajes conmovedores desde muchos países en estos días”, escribió en Twitter su hijo, Álvaro Vargas Llosa.

Mario Vargas Llosa. FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE / AGENCIAUNO

A sus 87 años, está lejos de pensar en el retiro, a mirar cómo giran las ruedas. Tras su bullada separación de Isabel Preysler (terminando un romance de ocho años), el Nobel de Literatura 2010 ingresó -no sin detractores- a la Academia Francesa. La noticia causó impacto porque la institución pasaba por alto dos de sus normas. La primera, admitir a un escritor que no escribe en francés; la segunda, a un candidato mayor de la edad tope de 75 años, ya que el peruano tenía 85 en ese momento.

Pero a los galos, no les importó, y Mario Vargas Llosa ingresó oficialmente a la Academia Francesa en febrero de este 2023. En traje de ceremonia, al estilo del siglo XIX, como un Flaubert cualquiera. De esa forma, el autor de Pantaleón y las visitadoras hizo historia como el primer autor en lengua castellana en ser ingresado en la tradicional institución. En su discurso, pronunciado en francés, se refirió al rol de la literatura en las democracias, criticó a los regímenes autoritarios (en particular a Vladimir Putin) y celebró la rica cultura literaria del país europeo. “Ha hecho soñar al mundo entero con otro mundo mejor”, aseguró.

Mario Vargas Llosa pasó a ocupar de manera oficial el sillón número 18 de la Academia, el que correspondió al filósofo e historiador Michel Serres, hasta su muerte en 2019. Según el organismo, fundado por el Cardenal Richelieu en 1635, su ingreso fue aprobado por 18 votos a favor de los 22 miembros electores de la Academia, y solo recibió el voto en contra de Frédéric Vignale; además de dos abstenciones y uno en blanco.

Es por ello que a través de la editorial Alfaguara se acaba de publicar Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa, que de forma literaria celebra el ingreso del autor a la señera institución francesa. Resulta que Vargas Llosa es un seguidor formidable de la literatura nacida en Francia. “La literatura francesa fue la mejor y sigue siéndolo. La más osada, la más libre...la que se insubordina a la actualidad, la que regula y administra los sueños de los seres vivos”.

Mario Vargas Llosa

Algo de razón tiene. Más allá de su evidente fanatismo, es un hecho irrefutable que a nivel mundial, son las autoras y autores galos quienes están teniendo una presencia fundamental en el panorama literario, con nombres capitales como Annie Ernaux, Emmanuel Carrère, o Michel Houellebecq. ¿Por qué ha ocurrido? Para los especialistas, se trata de libros que abordan temas actuales y que además son ágiles y frescos.

Lo de la lengua francesa ahora, es un fenómeno. Estos autores son muy vendidos, muy premiados y muy prestigiosos -comenta el columnista de La Tercera, Matías Rivas-. Por ejemplo, Stephen King hizo el prólogo del libro de Houellebecq sobre Lovecraft, eso da cuenta del nivel que tiene. Carrère es otro superventas, sus libros se comentan. También las mujeres, la misma Annie Ernaux, a quien la consideran precursora de la ‘Literatura del yo’, en alguna medida es la madre de la autoficción francesa. La última novela de Houellebecq se va a la provincia, y Ernaux escribe desde ahí. Agrego a Jean Echenoz, que es uno de los precursores de este grupo; la Amelie Nothomb, belga que escribe en lengua francesa y es súper ventas; Leïla Slimani, marroquí que escribe en francés”.

Leyendo clásicos

En Un bárbaro en París, que recoge textos realizados durante toda su trayectoria, lo que más nos encontramos es con la presencia de clásicos. Sin duda las lecturas formativas del Nobel peruano (como también lo fueron de Pablo Neruda). Por ejemplo, en 2012 escribió sobre el célebre dramaturgo Jean-Baptiste Poquelin, mejor conocido como Molière.

“Pocos creadores de su tiempo ayudaron tanto a los franceses, y luego al mundo entero, como el autor de el enfermo imaginario, a salir de los quebrantos, las infamias, la coyunda y las rutinas cotidianas y a transformar las amarguras y los rencores en alegría, esperanza, contento, a descubrir la solidaridad y la importancia de los rituales y las formas que desanimalizan al ser humano y lo vuelven menos carnicero”.

Y sobre sus obras de teatro destaca “la creación imaginaria de mundos donde podemos refugiarnos cuando aquel en el que estamos sumidos nos resulta insoportable, mundos en los que transitoriamente somos mejores de lo que en verdad somos, mundos que son el mundo real y a la vez mundos soberanos y distintos, con sus leyes, sus ritmos, sus valores, su música, sus ideas, sostenidos por una conjunción milagrosa de la fantasía y la palabra”.

También habla de Víctor Hugo, el célebre autor de Los miserables. “En la casa de la plaza de los Vosgos donde vivió hay un museo dedicado a su memoria, en el que se puede ver en una vitrina un sobre dirigido a él que llevaba como única dirección: ‘Mr. Víctor Hugo. Océan’'. Y ya era tan famoso que la carta llegó a sus manos. Aquello de océano le viene de perillas, por lo demás. Eso fue: un mar inmenso, quieto a ratos y a veces agitado por tormentas sobrecogedoras, un océano habitado por hermosas bandadas de delfines y por crustáceos sórdidos y eléctricas anguilas, un infinito maremágnum de aguas encrespadas donde conviven lo mejor y lo peor -lo más bello y lo más feo- de las creaciones humanas”, escribió en septiembre de 2003.

Del creador de Madame Bovary, Gustave Flaubert, Vargas Llosa anotó en 2004: “¿Qué puede aprender de Madame Bovary un novelista de nuestros días? Todo lo esencial de la novela moderna: que ésta es arte, belleza creada, un objeto artificial que produce placer por la eficacia de una forma que, como en la poesía, la pintura, la danza o la música, es en la novela el factor determinante del contenido”.

“En la novela flaubertiana las reacciones emocionales ante los sucesos de la historia correspondían al lector, la función del narrador era poner bajo los ojos de aquel éstos sucesos de la manera más objetiva posible, dejándolo en plena libertad de decidir por sí mismo si, ante las peripecias de la historia, entristecerse, alegrarse o bostezar”.

Mario Vargas Llosa

Por supuesto, ya entrando el siglo XX, una ineludible francesa es Simone de Beauvoir. Sobre ella, escribió en 1967 comentando su novela Las bellas imágenes (1966). “Desde luego que el libro no es un alegato contra el progreso, un manifiesto oscurantista contra las máquinas. Es un llamado de atención en favor del progreso, que debe ser siempre el objetivo esencial del progreso, el amo y beneficiari de esa prodigiosas máquinas modernas y no su víctima”.

“El progreso de los hombres, parece decirnos Simone de Beauvoir, será simultáneamente material, intelectual y moral o, sencillamente, no será”.

Por supuesto, no podía faltar una mención al pensador Albert Camus, de quien Vargas Llosa escribió en 1975. “Camus fue un hombre de la frontera, porque nació y vivió en ese borde tenso, áspero, donde se tocaban Europa y África, Occidente y el Islam, la civilización industrializada y el subdesarrollo. Esa experiencia de la periferia le dio a él, europeo, respecto de su propio mundo, de un lado, una adhesión más intensa que la de quien, por hallarse en el centro, mide mal o no ve la significación de la cultura a la que pertenece, y de otro, una intranquilidad, una conciencia del peligro, una preocupación por el debilitamiento de las bases mucho mayor que la de quien, precisamente porque se halla lejos de la frontera, puede despreocuparse de esos problemas, o, incluso, socavar suicidamente el suelo en que se apoya”.

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