El largo y sinuoso camino de la Constitución de 1925: entre crisis, golpes y depresión

Entre 1925 y 1932 se vivió un duro proceso de instalación de la carta magna que había impulsado el Presidente Arturo Alessandri Palma, para hacer frente a los problemas sociales. El período que vino inmediatamente después fue turbulento: resistencia de los partidarios del parlamentarismo, militares interviniendo en política, mandatarios derrocados y una crisis económica fueron un difícil caldo de cultivo, que revisamos junto a tres historiadores.


Se puso de pie y pidió la palabra. En medio de encopetados dirigentes políticos, platos y copas de vino, el 19 de septiembre de 1925 se celebró un banquete por el Día de las Glorias del Ejército. Ahí, el ministro de Guerra, el coronel Carlos Ibáñez del Campo, hizo una emotiva alocución dirigida al Presidente Arturo Alessandri Palma. Habitualmente parco, esta vez Ibáñez fue locuaz: “No sería justo si no se dijera en estos momentos y entre vosotros que, entre las páginas de la nueva Carta Fundamental, flota el alma vigorosa, idealista, patriótica y creadora del Presidente de la República”. Fueron esas mismas palabras las que años más tarde recordaría en sus memorias el mismo “León de Tarapacá”.

Las Fiestas Patrias de ese año estuvieron cargadas de símbolos. El 18 de septiembre, tras el tedeum ecuménico en la Catedral, Alessandri encabezó en el Salón Rojo de La Moneda la ceremonia en que se promulgó la nueva Constitución que comenzaba a regir en el país. Acompañado por autoridades civiles y militares, parecía el final de un proceso que pocos días antes había tenido su expresión en las urnas.

El 3 agosto de ese año, los chilenos fueron convocados a un plebiscito para manifestar su posición ante el texto. A pesar de que solo votó un 45% del padrón electoral de la época, el 93% de los hombres que concurrieron a votar (todavía faltaban años para el voto femenino) depositó la papeleta roja que marcaba la aceptación de la nueva Constitución.

La Carta Fundamental de 1925 había sido redactada por una comisión designada y presidida por el propio Alessandri. En rigor, la idea original era de que se trabajara al mismo tiempo en dos comisiones: una encargada de elaborar un anteproyecto constitucional (“comisión chica”) y otra que debía discutir el mecanismo para aprobar el texto (“comisión grande”). La idea (reflotada por el expresidente Ricardo Lagos esta semana) había surgido en unos diálogos que el mandatario había sostenido junto a un grupo de 150 personas, representantes de todos los sectores políticos. En la práctica solo funcionó la primera, la “chica”, liderada por él. La segunda solo se reunió en tres ocasiones, sin mayores resultados.

Antes, Alessandri había descartado la propuesta inicial de una Asamblea Constituyente, a pesar de que él mismo había apoyado la idea en un telegrama que envió desde su exilio en Roma, a inicios de 1925. ¿Por qué? Así lo explica en sus memorias: “Por la falta de material de tiempo para verificar las inscripciones del electorado, para instalar enseguida la Constituyente y para que dispusiera del tiempo necesario para terminar su misión y alcanzar a fijar las reglas de elección del Congreso y del Presidente que debía reemplazarme”.

Pese a ello, una Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales se había formado de manera espontánea y sesionó en el Teatro Municipal los días 8, 9, 10 y 11 de marzo de 1925 por iniciativa del Partido Comunista y de la Federación Obrera de Chile (FOCH). Fue la llamada “Constituyente chica”. De los 1.250 asambleístas que participaron -incluyendo a personalidades como Elena Caffarena, Amanda Labarca o el poeta Pablo de Rokha- solo un nombre llegó a la comisión de Alessandri: el comunista Manuel Hidalgo.

La nueva Constitución aspiraba a dar solución a los problemas sociales que venían arrastrándose desde inicios de siglo y que Alessandri prometió atender en su campaña. Pero el gastado parlamentarismo fue una piedra de tope para las reformas y un levantamiento militar lo obligó a ausentarse del país entre septiembre de 1924 y marzo de 1925. Luego, un nuevo golpe derrocó a los oficiales que habían destituido a Alessandri y le pidieron volver. Como condición para reasumir, el “León” pidió una nueva Constitución.

AlessandriWEB

Esa intención de avanzar hacia lo social en la carta del 25 lo explica la historiadora Valentina Verbal, profesora de Historia Constitucional de la U. de las Américas: “Aunque en 1925 no se estableció expresamente que Chile es un Estado social (porque esa denominación no existía en el derecho constitucional comparado), el país sí avanzó hacia una mayor preeminencia del Estado en materia social, esto es, en una mayor preocupación de las autoridades públicas por la suerte de las personas más necesitadas. Sin embargo, y también contra el mito que a veces se señala, no se establecieron directamente ‘derechos sociales’, sino más bien el deber del Estado de ocuparse de la protección al trabajo, a la industria y a las obras de previsión social”.

Una difícil implementación

Pero a contrapelo del optimismo que flotaba en septiembre del 25, el proceso para ponerla en marcha fue tumultuoso. “Los problemas fueron diversos. El primero es que no se previó un sistema razonable de transición, sino que comenzó a regir inmediatamente”, explica Alejandro San Francisco, historiador y académico de la Universidad San Sebastián y Universidad Católica de Chile.

El agitado contexto del período entre 1925 y 1932 fue un factor relevante. “Recién con la elección de Alessandri, para su segundo gobierno, en 1932, vamos a ver un período de aplicación normalizada de la Constitución”, señala el historiador Cristóbal García-Huidobro, académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santiago. Valentina Verbal complementa: “Si por implementación entendemos la entrada en vigencia del texto constitucional, diría que su demora en comenzar a aplicarse en plenitud no fue producto de la carta misma, sino más bien del clima de inestabilidad y militarismo bajo el cual ella fue dictada”.

Verbal no exagera. Tres presidentes entre 1925 y 1932 no finalizaron su mandato: Emiliano Figueroa, Carlos Ibáñez del Campo y Juan Esteban Montero. Todos, derrocados por sendos movimientos militares y civiles. Además, los efectos de la “Gran Depresión” de 1929 crearon una profunda inestabilidad económica. El estudio de la Liga de las Naciones (la antecesora de la ONU), denominado World Economic Survey 1923-1933, señaló que Chile fue el país más golpeado en el mundo por la recesión.

Presidente Carlos Ibáñez del Campo

“Se trató de un periodo de interrupción de la vida política civil; por ejemplo, cuando se escribió la Carta de 1925 el Congreso estaba cerrado -explica Verbal-. Además, y como contrapartida, se trató de un tiempo de fuerte militarismo, esto es, de una época caracterizada por el activo protagonismo de los militares en la política y, en particular, en el proceso constituyente de 1925″.

Aunque la irrupción de los militares en política no era un fenómeno aislado. “De alguna u otra manera era parte de un fenómeno mundial. Eran los tiempos del fascismo italiano, de la política militarizada. El ejemplo emblemático es la figura de Mussolini, un civil que usa uniforme y que el mismo Alessandri conoció personalmente en su exilio en Italia, en 1925″, complementa Verbal.

Alejandro San Francisco agrega: “El Congreso Nacional no funcionó de manera institucional, primero por mantener el parlamentarismo de hecho y luego por el Congreso Termal. Desde la caída de Ibáñez en julio de 1931 hasta el advenimiento de Arturo Alessandri en su segunda administración, en diciembre de 1932, en Chile hubo nueve gobiernos con participación de militares, jueces y políticos, con juntas y gobiernos unipersonales, con gobiernos legales y fácticos, a lo que se sumó una crisis económica. En ese contexto era prácticamente imposible iniciar un proceso serio de institucionalización de la Constitución de 1925, como se esperaba cuando comenzó a regir formalmente tras su aprobación”.

En una muestra de la tensión entre quienes se resistían a dejar el gastado parlamentarismo y quienes pujaban la nueva carta, Cristóbal García-Huidobro cita como ejemplo al primer gobierno post 1925, el de Emiliano Figueroa, quien había sido proclamado como candidato de consenso. “El gobierno de Figueroa tiene que ver con la implementación de la Constitución, pero de una forma contraintuitiva, porque su elección determina que la Constitución no sea implementada, sino que se vuelven a repetir las mismas prácticas parlamentarias del período anterior, que la Constitución del 25 venía a resolver”.

Multitud en las calles celebrando caída de Ibañez, 1931. Colección: Biblioteca Nacional de Chile.

Tras la renuncia de Figueroa, en 1927, en las elecciones venció Carlos Ibáñez como candidato único, alcanzando un inédito 98% de los votos. Pero a juicio de Cristóbal García-Huidobro, su gestión no ayudó mucho a implementar la nueva Carta Magna. “Su gobierno autoritario no tenía interés en respetar el itinerario político establecido en la Constitución. Tras su caída vino casi una decena de gobiernos entre 1931 y 1932, lo que va a impedir que la nueva Carta Fundamental entre en pleno vigor”.

Eso sí, García-Huidobro agrega que Ibáñez tenía un sustrato ideológico propio. “Era un gobierno que tenía ínfulas nacionalistas y restauradoras, incluso algún dejo corporativista en sus políticas. Un ejemplo clásico de populismo en un momento, a finales de la década de los 20, en que comienza el auge populista en Sudamérica”.

Para Valentina Verbal, lo de Ibáñez tiene cierta explicación más allá de un mero autoritarismo personal. “Se pensaba que una autoridad ejecutiva fuerte era esencial para darle una mayor preeminencia al Estado, por ejemplo, en la implementación de las llamadas ‘leyes sociales’, sobre todo enfocadas en mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, y también de los militares que recibían sueldos muy bajos en esa época”.

Presidente Emiliano Figueroa Larraín

Esto último es un punto clave, pues una rebaja de salarios a los empleados públicos anunciada en agosto de 1931, a fin de contrarrestar la fuerte crisis económica, gatilló el alzamiento de los suboficiales de la Marina, poco después de la caída de Ibáñez. El movimiento, que tensionó aún más el ambiente, debió ser controlado por el entonces vicepresidente en ejercicio, Manuel Trucco (en espera de las elecciones convocadas en ese año) con ayuda del Ejército y la naciente Fuerza Aérea. Aunque la situación se salvó, las tensiones se mantuvieron y desestabilizaron a los gobiernos siguientes hasta el retorno de Alessandri.

Para muestra, un botón: cuando asumió, en diciembre de 1932, quien le entregó el poder no fue ningún mandatario saliente, sino el presidente de la Corte Suprema, Abraham Oyanedel, quien había quedado al mando del país como vicepresidente tras la caída sucesiva de gobiernos.

Alessandri e Ibáñez, el “León” y el “Caballo”, fueron los animales políticos clave del período, e incluso influyeron en varios hechos de manera indirecta. “Ellos son, uno civil y el otro militar, las figuras excluyentes de la política nacional, no solo en ese periodo, sino que en las décadas siguientes: Alessandri gobernaría entre 1932 y 1938 e Ibáñez entre 1952 y 1958. Parece como que todo pasaba por sus cabezas y decisiones, en un momento de crisis de los partidos y rearticulación del sistema político e irrupción de nuevas ideas (anarquismo, comunismo, nacionalismo)”, dice Alejandro San Francisco. De hecho, Alessandri fue quien medió con las fuerzas militares que pretendían derrocar a Juan Esteban Montero, en junio de 1932, aunque sin éxito. E Ibáñez tuvo un simpatizante suyo en la efímera experiencia de la “República Socialista”, posterior a Montero: Carlos Dávila.

Paralelismo con el futuro

Una actividad común en la Historiografía es el debate de diferentes tesis. Y también las comparaciones entre diferentes períodos de la historia. Por lo mismo, los expertos consultados se refirieron a eventuales paralelismos entre el ciclo de implementación de la Constitución de 1925 y el actual proceso constituyente, estallido social incluido.

Alejandro San Francisco opina: “Me parece que, por diversas razones, el periodo que vive Chile desde la revolución de octubre de 2019 es análogo al que vivió el país en la década de 1820, hasta 1831, y en la de 1920 hasta 1932. En esos casos, y ciertamente en el actual, hubo presencia de régimen legal y también utilización de vías de hecho; existió una dinámica constituyente que parecía que iba a resolver los problemas de organización política nacional, y por último, en todos esos casos existió una gran inestabilidad, que hacía impredecible saber cómo terminaría la crisis (en el caso actual está en pleno desarrollo y el futuro se presenta abierto). Si bien cada época tiene su lógica y circunstancias, valdría la pena volver a revisar esa etapa de la historia nacional, que puede entregar luces sobre el presente”.

Mas de un millón de personas en Marcha mas grande de Chile
FOTO:SAMIR VIVEROS/AGENCIAUNO

Valentina Verbal apunta: “Sí y no. Sí, porque indudablemente Chile hoy está viviendo un momento de cierta incertidumbre, o incluso de inestabilidad. Sí, también porque importantes sectores políticos, especialmente de izquierda extrema (Frente Amplio y Partido Comunista) han legitimado —e incluso celebrado— la violencia que ha tenido lugar desde el 18 de octubre de 2019. Y sí, por último, porque ahora —luego del plebiscito de salida y ante la reemergencia de la violencia en las calles— el gobierno civil debe imponerse frente al uso de la fuerza. Esto último es lo que debería ocurrir en el marco de un Estado de Derecho”.

“Pero también existen importantes diferencias -agrega Verbal-. La primera, y quizás más evidente, es que los militares hoy ya no son actores políticos. La violencia o la amenaza de su uso ya no proviene de ellos, sino de fuerzas civiles anarquizadas. La segunda diferencia, ciertamente, es que la propuesta constitucional fue rechazada por un 62%. Aunque cabe hacer el matiz de que la propuesta constitucional de 1925 contó con una abstención de más del 50%, es decir, tampoco contó con mucho apoyo popular. Por último, una similitud que es, al mismo tiempo, una diferencia entre 1925 y 2022, es que los partidarios del cambio constitucional radical (no los partidarios del cambio gradual y moderado) buscaban —y hoy buscan— deslegitimar a las élites políticas que actúan en el Congreso. Pero la diferencia radica en que mientras en el primer caso el vacío de poder que genera ese desprestigio se realiza a través de la llamada a los militares, en el caso actual se hace mediante una llamada ‘al pueblo’”.

Cristóbal García-Huidobro sostiene: “No. Me parece que no es bueno comparar ambos períodos. Hay algunos elementos comunes, por ejemplo en la década del 10 y del 20 existe un profundo descontento con el ejercicio de la política, con una desconfianza de los partidos políticos y las instituciones, en ese sentido hay cierto grado de similitud. Lo mismo con el surgimiento de una retórica populista y cosista, además del sistema político tensionado por los extremos, con una izquierda revolucionaria y grupos de derecha con ciertos talantes paramilitares. Pero hoy tenemos una institucionalidad mucho más sólida, que logró sortear el estallido social y logró canalizar las demandas en un alargue que fue el proceso constituyente, aunque no sé si de la mejor manera. Si bien hay elementos coincidentes, hoy no está la posibilidad de gobiernos autoritarios y hay una prescindencia de las Fuerzas Armadas en materia política, a diferencia de lo que ocurrió entre 1924 y 1925, cuando hubo dos golpes de Estado, y en 1931-1932 hubo otros más. Hoy hay descontento social signado fundamentalmente en grupos radicalizados, pero no existe la misma masividad que se dio durante los primeros meses del estallido social, por eso creo que no son períodos comparables, sin perjuicio de que haya elementos de similitud”.

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