Más allá de la foto




Si la pregunta es cómo se pueden recuperar los equilibrios políticos, económicos, sociales, anímicos incluso, en un país que los ha perdido, que al final es el gran desafío que Sebastián Piñera tendrá en su próxima administración, la verdad es que no hay muchos libros donde encontrar la respuesta. Lo que sí existen son algunas experiencias que muestran que la tarea, no obstante ser difícil, es sin embargo factible si se lleva a cabo con gradualidad, cautela, persistencia y una buena cuota de sensibilidad política. El gobierno de Mauricio Macri en Argentina podría ser un buen ejemplo de ese pulso. El presidente argentino, efectivamente, se ha estado moviendo con destreza en los bordes del acantilado. Es cierto que Macri recibió de los Kirchner un país infinitivamente más golpeado y herido del que tendrá que hacerse cargo Piñera. No hay comparación. Pero eso no significa que el país no presente distorsiones y problemas de fondo que tendrá que ponerse a corregir, a contener, a neutralizar, desde su primer día en La Moneda, dado que su aspiración, harto más que mejorar un poco las cosas, está conectada a una idea de Chile -país pequeño y con muchas ganas de asomarse al primer mundo- bastante más ambiciosa. Entre esos desajustes, cuellos de botella y problemas de arrastre los más evidentes quizás sean en la actualidad los de orden económico, que en los últimos cuatro años jibarizaron la inversión al extremo de comprometer seriamente cualquier perspectiva de futuro. No hay vuelta: los países que chapotean en rangos de crecimiento como los actuales simplemente no tienen destino. Pero, aparte de eso, son muchas las áreas en las cuales Chile no está funcionando bien. Hay desafíos pendientes muy serios en modernización del Estado, en descentralización, en la calidad de la educación, en el contenido y oportunidad de los servicios de salud, en los bolsones de pobreza dura que subsisten, en la seguridad social y las pensiones, en los cambios que se dejarán caer en el mundo del trabajo, en los retornos que está rindiendo un sistema de seguridad ciudadana cada vez más sobrepasado y hay, en fin, una enorme deuda pendiente con los niños del Sename y, en general, con la infancia castigada tanto por la desintegración familiar como por la marginalidad. Complica ciertamente las cosas que la caja fiscal se vea con poco margen para sustentar programas asociados a grandes desembolsos.

El equipo de colaboradores que el presidente ha convocado al gabinete para emprender este trabajo cumple, en general, con dos estándares que son importantes: capacidad técnica y confianza política. La prensa ha destacado que si bien entre los 23 ministros hay 12 o 13 que son militantes de partidos políticos, lo cierto es que todos ellos fueron reclutados a partir de su sintonía y afinidad con el presidente. Tanto como militantes, en buenas cuentas, son piñeristas. Además, son personas que tienen trayectoria en el servicio público o que, si no la tienen, han estado conectadas a los temas que tendrán que empezar a manejar el 11 de marzo próximo. La gran mayoría conoce las reglas del juego de la política, cuenta con sus propias redes de apoyo y, lo que es más importante, sabe que su gestión será evaluada no solo a partir de la calidad de sus iniciativas, sino también de los resultados que logren y, muy en especial, de su capacidad para convencer a la ciudadanía de que lo que están haciendo es efectivamente lo único que hay que hacer.

Se ha hablado bastante del gabinete esta semana y de sus tres frentes. El político, a cargo de Chadwick; el económico, encabezado por Felipe Larraín, y el social, de Moreno. La figura del futuro ministro del Interior era insoslayable y esta vez su trabajo podría estar más garantizado que en el gobierno anterior por la unidad de la coalición y el compromiso que existe con los partidos de Chile Vamos. En el segundo frente, a esta administración se le reconocen superiores competencias, y el desafío podría estar más bien en contener las expectativas para prevenir eventuales decepciones. En el tercero, el frente social, la apuesta es más novedosa, no solo porque este es un gobierno de derecha, no solo porque a estas alturas algo de estado de bienestar interpreta a la mayoría ciudadana y no solo porque Piñera se la jugó en la campaña por mejorar la red de protección a la clase media más vulnerable; también porque el nuevo ministro debiera aplicar inteligencia, lógicas de incentivo y racionalidad sistémica a un área de gobierno donde a menudo las buenas intenciones y el clientelismo ocultan la falta de efectividad de muchos programas sociales.

Más allá del ruido generado por las designaciones en Educación y en la Secretaría de la Mujer y Equidad de Género, donde el programa de gobierno no está en duda, cualesquiera sean las opiniones personales que Gerardo Varela o Isabel Plá hayan emitido antes como ciudadanos, y más allá también del desconcierto inicial que produjo el nombre de Roberto Ampuero en Relaciones Exteriores -cargo para el cual, aunque le falte rodaje internacional, tiene atributos personales de sobra-, el nuevo gabinete se probará andando. Los gabinetes son bastante más que una foto. A veces, con fotos que han salido espléndidas, el país no anduvo. Preferible es que no se vean tan espléndidas y que el país ande. Es la única métrica que debiera contar. Todo el resto son señales, percepciones, subjetividades y opiniones a lo mejor muy respetables, pero que no le quitan ni le ponen a lo que el próximo gobierno hará. A partir de ahí, de lo que haga, de los testimonios que entregue, podrá decirse si va a ser un administración sectaria o con sentido de país y si va a incurrir en el viejo economicismo derechista o lo va a dejar definitivamente atrás, en la perspectiva de una derecha más moderna. Es atendible que muchos sectores hayan expresado sus dudas. Pues bien, serán el presidente y sus ministros los encargados de disiparlas.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.