Marjorie Infante (41): "Soy mamá de dos hermanos haitianos"

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#CosasDeLaVida "No me considero una mujer fantástica ni salvadora de nadie, pero si no los hubiera conocido no sé qué sería de ellos, ni qué sería de mi vida. Hoy son mi razón de existir. Escribí un libro como una dedicatoria a mis hijos, para que algún día conozcan su historia".


Tuve una infancia muy feliz. Recuerdo los cumpleaños y las Navidades muy familiares. Mis papás me enseñaron a ser agradecida de la vida y son mi gran ejemplo a seguir.

Mi mamá trabajó en colegios de Lampa y Colina donde había niños de muy bajos recursos. Niños que iban a clases con los zapatos rotos y niñas que no tenían panties para el frío. Si teníamos tres pares de panties, con mi hermana les regalábamos uno. Así se fue generando desde chica en mí una necesidad de ser madre.

A los 32 años dije "quiero ser mamá". Tenía trabajo, me iba bien y sentí que no quería esperar más. Había tenido algunas relaciones estables, pero en ese momento estaba sola. Y a pesar de que podía ser madre biológica, decidí convertirme en madre adoptiva.

No puedo imaginar lo que siente una mujer que lleva nueve meses a su guagua. Debe ser maravilloso sentir las patadas en la panza. Yo viví otra cosa: el proceso de adopción, el papeleo y la espera antes de que la niña viajara. Todo duró tres años, mucho más que nueve meses, y en ese tiempo las ganas de ser mamá y el amor van creciendo, hasta que finalmente conoces a tu hija y la abrazas… ¡Es la misma emoción! No descarto, si el destino así lo quiere, convertirme en mamá biológica, pero si no se da para mí, esto es más que suficiente.

El proceso de adopción es lindo, pero agotador. Soy soltera y me sentí cuestionada. ¿Por qué estás soltera? ¿Quieres adoptar porque tuviste malas relaciones de pareja? ¿Por qué niños de Haití? Tuve que contestar millones de preguntas y someterme a sicólogos y siquiatras. No sé si adoptar es tan duro para los matrimonios. Tal vez creen que necesitas prepararte mejor, no lo sé, pero ¿qué significa estar mejor preparada? Las ganas de convertirme en mamá y el amor los llevo acá adentro. Es obvio que tienen que evaluar, lo entiendo, pero fue demasiado. Yo le decía a mi familia que me querían cansar, pero nunca me rendí.

Le comenté a un amigo haitiano que trabaja en Chile que estaba tratando de viajar a Haití para adoptar a un niño. Él me dijo que su mamá vivía cerca de una familia con nueve hijos y que una de las niñas tenía malaria, parásitos en el estómago y desnutrición, y estaba al borde de la muerte. Me comuniqué con esa familia a través de la mamá de mi amigo para ayudarlos. Durante seis meses les envié los medicamentos para la niña. Luego de ese tiempo, los papás me manifestaron la intención de entregármela para que creciera en Chile.

Renette, que hoy tiene 12 años, llegó el 26 de marzo de 2013 junto con su padre. Cuando le pregunté cómo se llamaba, me respondió Renette Fígaro Saint Louis. Yo tenía todo arreglado para adoptarla, pero cuando me respondió su nombre completo, reflexioné que no porque tuviera ganas de convertirme en mamá adoptiva iba a desarraigarla cambiándole el apellido. Después de conversarlo con mi familia, dejé de lado la adopción y empecé a tramitar el cuidado personal de Renette. Me convertí en su tutora legal y tengo su cuidado definitivo hasta los 18 años.

Me entregaron una niña de cinco años que parecía una guagua: no comía con cubiertos, se hacía pipí y lloraba constantemente. Le costó mucho acostumbrarse a su nueva realidad. Los primeros días se bajaba de su cama y se acostaba en el suelo; tuve que poner una colchoneta. Ella traía puestos unos zapatos de charol con un hoyo en la suela y no quería cambiárselos. Cada vez que le ponía otros, lloraba. Después supe que esos zapatos se los consiguieron sus papás con mucho esfuerzo y por eso no quería sacárselos. Una sicóloga me recomendó llevarla a un mall para que ella eligiera otros. Escogió unas zapatillas. No eran las mejores, pero eran rosadas, de su gusto.

No estaba en mis planes tener otro hijo, con una estaba bien. Cuando Renette llevaba tres años en Chile, sus papás me buscaron a través de un asistente social en Haití. Reonel, el hijo menor, estaba desnutrido, tenía parásitos y los papás no tenían trabajo ni cómo cuidarlo. Estaban desesperados. Querían que me hiciera cargo.

No era fácil la decisión. Yo soy soltera, tengo sueldo de periodista, mis papás no son millonarios, y eso significaba someterme otra vez a todos los trámites que habían sido agotadores y angustiantes. Cuando recibí esta noticia, le pregunté a mi familia y mis papás me dijeron "tráelo". Altiro. Mi familia ha sido un gran soporte para mí.

Con Renette nos habíamos propuesto ahorrar plata porque su sueño es ir a Cuba a nadar con delfines, y pasó esto. Pensaba: ¿puedo estar juntando plata para ir a Cuba a tenderme de guata al sol y a nadar con delfines y, al mismo tiempo, estar preguntándome cómo estará Reonel? Le conté la situación a Renette y me dijo "tráelo, mamá". Quería tener a su hermano menor acá, así que me decidí.

Reonel (7 años) llegó a Chile el 1 de diciembre de 2016 con su mamá biológica. Cuando íbamos a mi casa desde el aeropuerto, ella me dijo "Marjorie, Reonel es un niño muy desordenado. Muy desordenado". Siempre recuerdo esas palabras. En ese momento, pensé "bueno, es niño, qué niño no es desordenado". Fue tal cual. Reonel es un niño que vive la vida, no tiene preocupaciones, no se estresa por nada. Cuando llegó a Chile, lo llevé a mi trabajo en el canal y lo esperaban el director, los productores y todo el mundo. Los animadores del matinal lo pusieron en pantalla y bailó como si hubiera estado años en Chile.

Mis hijos, que hoy están en un liceo de Recoleta, nunca han sufrido ningún tipo de discriminación. Ni ellos, ni estando yo con ellos en la calle o en el cine han recibido ningún comentario. Si eso pasara, no sabría cómo actuar correcta o decentemente. Gracias a Dios nunca ha pasado.

Para mí, son mis hijos. Ellos me reconocen como su madre, y yo a ellos como mis hijos, más allá de la figura legal. Yo formé una familia con ellos: me sale natural decirles hijos. Ser la mamá de dos hermanos haitianos me produce una gran satisfacción. No me considero una mujer fantástica ni salvadora de nadie, pero si no los hubiera conocido no sé qué sería de ellos, ni qué sería de mi vida. Hoy ellos son mi razón de existir. Escribí un libro que se llama De Haití a Chile. Seis mil kilómetros para ser madre de corazón, como una dedicatoria a mis hijos, para que algún día conozcan su historia.

Lo que más me gusta de Renette es su resiliencia, siempre con una sonrisa en la cara, pase lo que pase, es como una niña súper feliz, y le agradezco eso. Me dice que quiere ser doctora y que no descarta irse a Haití a ayudar a su gente. Eso les quiero enseñar, que sean agradecidos, que no se olviden de su familia biológica, de sus raíces y si estudian algo como medicina, voy a ser la primera en acompañarlos para que se reencuentren con sus primeros años de vida y con su familia.

Renette me dice mamá desde el primer día, en cambio, Rionel me dice de la forma que él quiere: a veces me dice Marjorie o Marjo, nunca le exigí decirme mamá. Pero cuando se cae en el colegio, le dice a las tías que llamen a su mamá. Y cuando les digo buenas noches, los dos me dicen "buenas noches, mamá", y yo "aw".

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