La nueva vida del testigo clave del Caso Degollados

Foto: Roberto Candia

La mañana del 29 de marzo de 1985, Leopoldo Muñoz presenció el secuestro de José Manuel Parada y Manuel Guerrero desde la puerta del Colegio Latinoamericano y recibió un disparo que casi lo mató. Muñoz, conocido como "el tío Leo", era parvulario del colegio. Han pasado más de 30 años y él no olvida: habla del odio, del perdón y de su nuevo proyecto dedicado, otra vez, a los niños.


Leopoldo Muñoz de la Parra (66) acerca la guitarra al oído y la va afinando cuerda por cuerda. Es la hora del taco, pero el ruido de los autos no lo distrae. Más tarde, con esa guitarra ensayará los acordes de "Como la cigarra", canción que popularizó Mercedes Sosa. Muñoz, guitarra en mano, va saludando a cada una de las personas que llegan al memorial en homenaje a José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, ubicado en calle Los Leones, a la altura del número 1401, donde estaba el Colegio Latinoamericano de Integración. Javiera Parada es una de ellas: se acerca, lo abraza, y mientras conversan le hace cariño en el brazo con ternura. "Gracias, tío Leo, por mantener viva la memoria, por seguir enseñando a nuestros niños y celebrando la vida", dirá minutos después la hija de José Manuel, ante cerca de 150 personas que llegaron a la cita.

Desde 1986, cada 29 de marzo, Muñoz es uno de los organizadores y encabeza este acto que él describe como "un ejercicio necesario de memoria". El viernes 29 pasado se cumplieron 34 años del secuestro de Guerrero y Parada desde la puerta del colegio donde Muñoz –el popular "tío Leo"- era el parvulario del prekínder. Un día después del secuestro, los cuerpos de ambos profesionales, más el del publicista Santiago Nattino –todos militantes comunistas-, aparecieron degollados en los alrededores del aeropuerto de Santiago.

Esa mañana de 1985, Muñoz iba camino al colegio. Había acordado juntarse en la puerta con Guerrero, profesor con quien iría a presentar un recurso en la Vicaría de la Solidaridad en favor de otros cinco docentes que habían sido secuestrados la noche anterior. Unos metros antes de llegar, Muñoz se da cuenta de que dos hombres, vestidos con ropa de calle, corren velozmente en dirección al colegio. Uno de ellos entra al colegio y el otro se lanza sobre las espaldas de José Manuel Parada, sociólogo y apoderado que acababa de dejar en la entrada a su hija Javiera. Lo comienza a golpear por la espalda, lo bota al suelo y le amarra las manos. En ese momento interviene Muñoz y trata de sacarlo de encima de José Manuel. Paralelamente, el primer hombre que vio Muñoz atrapaba a Guerrero al interior del establecimiento.

En segundos, aparece en escena un auto de color metálico marca Opala: "Se bajó un tipo y el que estaba sobre la espalda de José Manuel le gritó 'baléalo, baléalo'. Ahí me disparó en el estómago a quemarropa. Me hizo una perforación en el intestino grueso… casi me morí", relata. Muñoz cayó sentado en la acera, pero no perdió el conocimiento. "Sentí el ardor en el cuerpo. Empecé a transpirar y a desvanecerme. Y ahí, sentado, baleado, con la espalda apoyada en la pared del colegio, vi cómo se los llevaban", dice.

Esta acción fue ejecutada por un comando de Carabineros. Varios de sus integrantes terminaron siendo condenados a cadena perpetua. En la causa judicial, Muñoz fue rotulado como el testigo clave.

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Foto: Roberto Candia

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Sin odio

Se va yendo la luz del día y los niños empiezan a poner velas a lo largo de lo que era el frontis del Latino, donde hoy existe un edificio de 12 pisos. La gente canta "Yo vengo a ofrecer mi corazón", de Fito Páez, y luego Muñoz agradece la presencia de Victoria, Esperanza y Juana, tres hermanas de Manuel Guerrero que llegaron a este acto. Más tarde toma la guitarra otra vez.

Muñoz pensó en ser músico. Estudió un par de años en el Conservatorio, pero la docencia ganó el gallito. Entró a estudiar al Pedagógico pensando en dedicarse a los preescolares, algo poco común para los hombres de la época. Era, de hecho, el único hombre entre sus 200 compañeras y hasta que salió de la universidad no tuvo compañeros.

"Creo que fui el primer parvulario del país, me parece que hay algo documentado por ahí", dice Muñoz, y agrega: "En los años de la Unidad Popular había mucha efervescencia en la política y la educación, mucho libre albedrío, así que el sexismo no era tema", dice. Luego de egresar, trabajó unos años en el Centro de Observación del Niño de la universidad con menores desde sala cuna hasta los seis años. Después de esa experiencia llegó al Latino. Ahí Muñoz se hizo conocido como "el tío Leo". Hoy sigue siendo "el tío Leo".

Una vez terminada la actividad, pasadas las ocho de la noche, Muñoz reflexiona: "Este es un acto necesario de memoria para que la gente no olvide que hubo una época en Chile donde nos secuestraban y nos mataban. La memoria debe ser porfiada".

-¿Qué reflexión hace hoy de lo ocurrido?

-Han pasado 34 años y, para mí, esto ocurrió ayer: quedó marcado en la piel. Este acto me recuerda lo más oscuro que se vivió en esos años, pero también lo mejor de los seres humanos por nuestra capacidad de levantarnos y salir de la oscuridad. En un aspecto, esto me genera un profundo dolor, pero en otro, una profunda esperanza. A los que estamos aquí nos embarga una gran alegría empujada por una gran pena, que hemos arrastrado por años.

-¿Haría lo mismo que esa mañana del 29 de marzo de 1985?

-Estuve a punto de morir, pero si se repitiera la historia habría hecho lo mismo por José Manuel.

-¿Siente rencor?

Lo sentí. El ser agraviado y ver un crimen de esa naturaleza me provocó un sentimiento de rabia y de revancha. Pero no me permití quedarme preso de ese sentimiento. Al menos nosotros, en este caso, tuvimos la posibilidad de obtener un pedazo de justicia, porque eso fue, sólo un pedazo de justicia.

-¿Cómo revirtió ese sentimiento?

Es el mismo proceso que relató en algún minuto el Manuel Guerrero chico. Si te dejas arrastrar por el odio no llegas a ningún lado. Si te dejas arrastrar por la rabia, te consume. La rabia es un motor de partida, pero luego hay que sublimarla.

Nueve años después del incidente, Muñoz se encontró en los tribunales con el hombre que le disparó, el capitán (R) de Carabineros Patricio Zamora. "Yo tenía el nombre de quien me disparó, sabía quién era, pero no tenía registro de su imagen física. Es algo que esperas durante mucho tiempo: tenerlo ahí, al frente", dice.

"Tú me disparaste", le dijo esa vez Muñoz. "Y tú eres un violentista mata pacos", le respondió él. "Yo soy profe, yo no he matado a nadie. Fuiste tú el que disparó y el que va a cumplir condena", replicó. "Yo creo que él tenía miedo de enfrentar las consecuencias de sus actos. ¿Por qué cometer un crimen tan feroz? ¿Por qué degollar? ¿Por qué ensañarse con los cuerpos?", pregunta.

Sigue Muñoz: "Después pensaba que fue una oportunidad que pocos en Chile han tenido, la resolución de una historia o ver a quien te agravió o disparó. En ese minuto uno se siente un privilegiado... es una locura, pero fue así. Es una sensación extraña". Zamora fue condenado a 15 años de cárcel por su participación en el secuestro, pero en 2009 fue puesto en libertad.

-¿Perdonó?

-El acto de perdón implica un arrepentimiento, un acto de reflexión profunda y ese acto ha sido bloqueado durante años. Más que perdón, siento compasión por el daño que les causaron: les lavaron la cabeza y les borraron el corazón y el alma.

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Leopoldo Muñoz, en el memorial de calle Los Leones. Foto: Roberto Candia

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Naturaleza y vida

"El tío Leo" fue sometido a varias operaciones en Chile y en el extranjero y se reintegró al Latino dos años después del incidente. Estuvo en ese establecimiento hasta que el colegio se acabó, alrededor del año 2000.

Sin embargo, siguió trabajando con niños y hoy le atribuye un valor a esa dedicación. "Nuestro trabajo y nuestra fortaleza como profes está puesta a prueba todos los días, porque estás frente a un grupo de niños, y ellos traen una energía limpia, entonces hay un sentimiento cotidiano que es esperanzador. Creo que ese fue el principal motor para salir del hoyo: trabajar con los niños, y promover y provocar una cultura de vida. Es un enorme esfuerzo, pero muy bien recompensado".

Ese fue el punto de apalancamiento para transformar el sufrimiento de esos años en otras iniciativas de vida, familiares y pedagógicas. "No soy agradecido de lo que pasó, pero fui capaz de revertir eso en algo positivo", insiste él.

Unos años después, Mauricio Fredes, dueño de La Vinoteca, budista y apoderado del Latino, le propuso una idea: crear la primera escuela budista de Chile. Así nació la Escuela Francisco Varela, que debe su nombre al destacado biólogo y discípulo de Humberto Maturana. El objetivo era desarrollar una escuela con una intención pedagógica distinta a la de los colegios tradicionales, apuntalando el desarrollo personal y emocional de los alumnos, el arte y el cuidado del medioambiente.

Ubicado en Peñalolén Alto, al lado de los cerros, hasta ese establecimiento llegaban siquiatras y pensadores como Francisco Huneeus Cox, Luis Weinstein y Claudio Naranjo para dar charlas a los niños. "Era maravilloso ese encuentro. Una manera de cautelar nuestra pequeña reserva de materia gris, nuestra reserva intelectual", dice.

Muñoz dejó andando esa iniciativa y el año pasado jubiló. Armó las maletas y se fue con Cecilia, su pareja de hace más de 30 años, a Cochamó, comuna de la Región de Los Lagos que visita regularmente desde los años del Latino y que hoy es su nuevo hogar.

"Hice la reflexión y decidí disfrutar lo que quede de vida de otra manera, en el sur", dice. Allá, en la puerta de entrada al norte de la Patagonia, va a echar a andar un nuevo plan: una escuela de educación medioambiental. Dice que no es algo nuevo para él, que durante su vida siempre estuvo ligado al montañismo y que a los niños del Latino los llevaba a Cochamó a practicar canotaje.

Su pretexto es, a través de la naturaleza, trabajar la ecología interior y la ecología exterior. Ese es su nuevo territorio.

"Tener a los niños pegados en el Simce, en la PSU y en las pruebas estandarizadas sólo les reporta una pobreza de espíritu. Tenemos que darles la posibilidad de que se conecten con el medio", explica. Se pregunta, luego, cómo puede ser que algunas personas nunca hayan visto una cascada o no hayan estado en un bosque nativo. "Estamos creando programas para que las personas tengan un contacto directo con la naturaleza, y para que ese contacto quede en su imaginario", dice.

"El tío Leo" se escucha entusiasmado con su nuevo proyecto. Levantó un hostal y un grupo ya reservó una fecha para pasar allá su viaje de estudios. "La naturaleza es vida y hoy me siento con mucha energía", dice.

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