El señor de los océanos

Foto: Brittany Baschuk

El chileno Maximiliano Bello es la mano derecha de Sylvia Earle, la científica marina más importante del planeta, y acaba de ser reconocido dentro de “los 100 latinos más influyentes comprometidos con la acción climática”. En su trayectoria fueron clave Douglas Tompkins, la bióloga Adriana Hoffmann y el investigador David Tecklin. Bello, quien estará a cargo del tema océanos en la COP26, dice que el cambio de administración en EE.UU. es una oportunidad para metas más ambiciosas y espera que la sociedad civil en Chile asuma un mayor protagonismo para empujar a las autoridades a una actitud más decidida hacia la protección del medioambiente. Esta es su historia.


“¡Finalmente! Hace mucho tiempo estaba esperando esta respuesta”, dijo al teléfono Sylvia Earle. La exploradora marina más famosa del planeta estaba contenta. Llevaba un par de meses intentando convencer al chileno Max Bello para que trabajara con ella y había llegado el sí. Por estos días, Bello cumplió un año como asesor ejecutivo de la bióloga marina y del directorio de Mission Blue, la organización que Earle fundó en 2009 para relevar conocimiento científico e influir en los gobiernos para crear una red de áreas marinas protegidas en todo el mundo.

Earle y Bello se conocieron en 2015, mientras él se desempeñaba como oficial principal de la unidad de conservación en The Pew Charitable Trust. Una de las campañas a su cargo tenía como objetivo crear una gran área marina protegida en Rapa Nui, un lugar que la oceanógrafa había conocido en 1965, cuando era una joven científica y formó parte de una expedición de NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos). “Tuvimos un flechazo inmediato”, dice Bello. Desde ese primer encuentro, la relación se fue haciendo cada vez más cercana, viajaron por el mundo impulsando la protección del océano y también hicieron dupla en algunas ocasiones en Chile, como cuando se reunieron con los presidentes Michelle Bachelet y Sebastián Piñera en La Moneda, o cuando participaron en la Conferencia Our Ocean.

De esta manera, el chileno se convirtió en la mano derecha de quien fue la primera mujer en liderar el NOAA y que además es una reconocida “Héroe del planeta”, tal como la nombró la revista Time en 1998.

“Para mí es bien impresionante estar trabajando con alguien que ha marcado la ciencia y la conservación marina del planeta”, dice Bello. “La relación que tenemos es bien bonita, de mucho respeto y de amistad. A veces le digo ‘jefa’ y ella me reta: ‘No soy tu jefa, somos colegas’. Siento que estima mi opinión y que valora muchísimo mi trabajo, porque siempre me lo ha hecho sentir”, explica.

Max Bello y la bióloga marina Sylvia Earle.

El currículo de Max Bello está teñido de verde y de azul. Además de su labor con Earle, ocupa la gerencia para América Latina de Island Conservation, una ONG dedicada a la eliminación de especies invasoras; es fundador y asesor del programa de Ocean Leaders, de la Universidad de Edimburgo, en Escocia, y es consejero de la ONG Amigos de los Parques, que nació en 2018 para promover los parques de la Patagonia. Además, es global fellow del Wilson Center, uno de los think tanks más importante del mundo.

En la esfera ambiental, Bello es reconocido por sus redes con el mundo de las ONG y con científicos que trabajan en la conservación, como el Premio Nacional Juan Carlos Castilla, y, en términos futbolísticos es como el jugador al que le llegan todos los pases y que todos -o casi todos- quieren tener en su equipo.

Hace unas semanas, la organización ambientalista Sachamama, con sede en Estados Unidos, lo incluyó en la lista de “Los 100 latinos más influyentes comprometidos con la acción climática” de 2020, donde comparte honores con la congresista por el estado de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez, el secretario general de Naciones Unidas António Guterres y el actor español Javier Bardem. Junto a ellos, también hay otros chilenos: la ministra de Medio Ambiente Carolina Schmidt, Gonzalo Muñoz -High-Level Climate Action Champion de la COP25- y el alcalde Felipe Alessandri.

De esa lista de 100, Sachamama y la revista Forbes escogieron a 30 para participar en el evento No Planet B Latino Summit, que se realizará este martes 8 de diciembre. Bello fue uno de los elegidos.

“Me llena de orgullo, especialmente pensando en mis padres”, dice el experto en política pública oceánica. “Me gusta darles este tipo de regalos. Ellos han sido mi más grande apoyo, personas muy humildes que siempre creyeron en sus hijos y los educaron lo mejor que pudieron, con los medios que tenían a mano”.

Causas y azares

Maximiliano Bello Maldonado tiene 46 años, está casado con la bióloga marina estadounidense Brittany Baschuk y tiene cuatro hijos. Su historia personal y profesional está marcada por el sur del país. La familia de su mamá -Orielle- llegó prácticamente a colonizar Hornopirén, un pueblo ubicado en la Región de Los Lagos, y su padre -Hugo, un hombre que fue obrero, minero, comerciante y un amante de la naturaleza- es oriundo de Loncoche. Cuando llegaron los hijos, la pareja se estableció en San Bernardo buscando mejores oportunidades de trabajo, pero los viajes en tren al sur cuando era niño y sus mochileos a la Patagonia en su etapa adolescente fueron determinantes para que eligiera estudiar medicina veterinaria en Temuco.

En esa ciudad, Bello descubrió el montañismo. “Yo tenía una conexión muy fuerte con la naturaleza, pero cuando empecé a subir cerros se elevó a otro nivel”, dice. Recuerda que el papá de un amigo, que se dedicaba a hacer rejas, les fabricaba artesanalmente las herramientas para escalar y se ponían bolsas de plástico adentro de las zapatillas para capear la humedad. De esa manera se encumbró en los volcanes Villarrica, Lonquimay, Sierra Nevada o Choshuenco, entre otros.

Cuando se impuso un desafío mayor -hacer cumbre en el Aconcagua, que tiene 7 mil m de altura, esta vez con aporte de 100 mil pesos de su universidad-, conoció a un grupo de extranjeros mientras se preparaba en El Plomo y terminó siendo una especie de ‘sherpa’ para que ellos hicieran el ascenso. Una serie de eventos afortunados terminaron con Bello congelando la carrera para dedicarse ese año a subir montañas en Japón, Australia, Marruecos y algunos países de Europa, como ayudante de excursionistas trotamundos.

Bello en la cumbre del Aconcagua, año 1996.

Recuerda que, de vuelta en Chile a fines de 1997, el país estaba convulsionado debido a un gringo millonario que estaba comprando tierras en el sur. Pescó sus cosas y volvió de mochilero, esta vez, a Caleta Gonzalo, la entrada principal al Parque Pumalín. En un café de esa localidad vio a Douglas Tompkins, el famoso gringo del que todos hablaban y que estaba acompañado de la destacada bióloga Adriana Hoffmann, a quien Bello conocía porque tenía todos sus libros y por una charla en Temuco. Ella los presentó.

“Doug era una persona muy introvertida y ocupada, pero cuando nos conocimos fue bien amable y tuvimos bastante tiempo para conversar”, recuerda. Tompkins le ofreció cruzar en bote el fiordo Reñihue y conocer el fundo Pillán, un sector retirado del Parque Pumalín, para que acampara ahí, y en el trayecto apareció un grupo de toninas. “Me impresionó cómo gozó al verlas. Yo pensé ‘este tipo debe haber visto esto y muchas cosas más impresionantes un montón de veces’. Me emocionó su emoción. Ahí dije ‘este señor es especial’”.

Ese encuentro fue determinante para que, otra vez, pospusiera el regreso a clases. Una inesperada oferta de Tompkins -que demoró tres minutos en pensar y aceptar- le permitieron trabajar ocho meses en Pumalín en labores de campo, veterinarias y en la construcción de senderos.

-¿Qué aprendiste de Tompkins?

-Cosas que aún sigo procesando. Para mí fue un encuentro bien significativo, primero porque destruía el mito de que a los ricos sólo les interesa hacer cosas que multipliquen sus ganancias. Doug me introdujo en la ecología profunda y descubrí la relación de la naturaleza con la ciencia, la poesía, la filosofía y el budismo. Eso ha marcado mi vida totalmente. Siento que es algo que estaba buscando.

Con Tompkins tenían largas conversaciones y se generó una relación estrecha. “Me hizo cuestionarme cosas super profundas, como nuestro rol en la protección de las áreas naturales versus un enfoque antropocéntrico, y otras aparentemente más sencillas, como el progreso, el desarrollo, las comunicaciones o la televisión”.

-¿Se echa de menos alguien como él?

-Mucho. No sólo en lo personal, sino también como figura para este país, porque era disruptivo, orientado a la acción, a veces intransigente, lo que también es necesario en ocasiones. Él era alguien que realmente vivía lo que decía.

La última vez que se vieron fue una casualidad. Se encontraron en el aeropuerto de Santiago en octubre de 2015. “Fue bien bonito, porque lo sentí orgulloso de mis logros”, cuenta Bello. Dos meses después, el 8 de diciembre de ese año, Tompkins falleció en un accidente en kayak.

Bello sigue ligado al trabajo que inicio el filántropo en Amigos de los Parques y es cercano a su viuda, Kristine Tompkins. “Kris es la mejor persona posible para continuar ese legado. No hay otra”, dice.

Salto a la política

Cuando retomó los estudios, otro “gringo” se cruzó en su camino. El investigador David Tecklin había llegado a Chile para abrir una oficina del programa del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y necesitaba un colaborador para levantar información sobre las oportunidades de protección de la ecorregión valdiviana.

“David es de esos tipos brillantes que no tienen ego. Junto con Doug y Adriana Hoffmann, fue otra persona que me remeció en mis comienzos. De alguna manera, conocerlo fue el cierre de círculo”, dice.

Max Bello es un aficionado a la fotografía submarina. Acá, buceando en las aguas de Timor Oriental. Foto: Andy Mann.

Con Tecklin, actual codirector del Programa Austral Patagonia de la UACh, Bello conoció la importancia de las áreas protegidas y se fue convenciendo de que ser veterinario no era lo suyo. En eso estaba cuando ganó la beca Chevening -que entrega el gobierno británico- y partió en 2005 a Escocia para realizar una maestría en Administración de Recursos Naturales en la U. de Edimburgo. Allá conoció a Susannah Buchan, la oceanógrafa inglesa experta en canto de ballenas, y la invitó a trabajar en el Centro Ballena Azul, una pequeña ONG que había creado con el biólogo marino Rodrigo Hucke.

De vuelta en Chile, Bello trabajó en Oceana, donde se enfocó en su labor definitiva: asuntos públicos. Golpear la puerta de autoridades, convencerlas y empujar proyectos de ley. “En temas ambientales, la que mejor hacía ese trabajo en ese tiempo era Flavia Liberona, de Terram, que me ayudó mucho”, dice. Desde ese lugar, trabajó con la comunidad de Juan Fernández para regular la pesca de arrastre y, luego, para que se decretaran las áreas marinas protegidas, y con la de Punta de Choros, para oponerse a la termoeléctrica Barrancones.

El trabajo con parlamentarios le permitió tejer una red transversal de contactos. Bello menciona a los senadores Ricardo Lagos Weber, Alfonso de Urresti, Francisco Chahuán, Carolina Goic y Ximena Órdenes. “No era fácil para una persona de una ONG llegar y educarlos, entre comillas, especialmente con un tema nuevo como la conservación marina. El mejor mecanismo era hablarles con una base científica”, explica.

Pero su mejor aliado en el Congreso siempre fue el exsenador Antonio Horvath, quien falleció en mayo de 2018. Se conocieron en 2004 en Osorno, con motivo de una reunión donde Bello habló en representación del Centro Ballena Azul. “En ese tiempo, yo desconfiaba de los políticos, pero me pareció una persona muy amable y entusiasta. Esa vez hizo muchas preguntas sobre las ballenas y nos invitó a exponer en una comisión. Fue la primera vez que fui al Congreso”.

Y agrega: “Antonio tenía un genuino interés en estos temas y su interés era de largo aliento. Muchos parlamentarios son como picaflores, toman el tema y lo dejan. Él, en cambio, siempre estaba buscando temas ambientales en los cuales meterse y buscando provocar cambios reales, no para la galería. Antonio era super leal con la gente, con sus amigos y con sus principios”.

La mira en la COP26

En 2010 recaló en Pew, primero como jefe de la campaña de conservación de tiburones y luego pasó al equipo de política internacional de océanos. Desde ahí impulsó medidas de conservación marina en más de 20 países. Su principal logro, dice, es la de Rapa Nui. “Lo más relevante fue participar en un cambio profundo en la manera de ver y de proteger el mar en Chile”, comenta. “Ese cambio es cada vez más urgente y necesario pensando en el futuro y en las generaciones que vienen. No podemos seguir relacionándonos con el mar y con la naturaleza en general desde el extractivismo. Hoy, el país tiene el 43% del océano altamente protegido, y eso nos obliga a buscar otra forma en relacionarnos y darle paso a la ciencia y a la conservación”.

La familia en el Parque Nacional Shenandoah, en Estados Unidos. Benjamin (5), River (4) y Willow (4 meses) en los brazos de Britt.

-¿Ves una evolución en las personas y las autoridades?

-Creo que hay un avance en el discurso político, pero veo más claramente una evolución en los intereses de la sociedad civil chilena y una mayor conciencia ambiental, y eso, a la vez, cada vez se va reflejando más en el mundo político. Creo que la sociedad civil debiera ser consciente de eso: asumir un rol protagónico en los cambios, votar por quienes mejor representan un compromiso con la protección de la naturaleza y, de esa manera, empujar a las autoridades a un cambio más acelerado y profundo.

Bello fue parte del Comité Asesor Presidencial la COP25 que iba a realizarse en Chile y que finalmente se desarrolló en Madrid. En esa conferencia, por primera vez, el tema de los océanos tuvo un papel en las negociaciones. “Soy un poco ‘culpable’ de bautizar la conferencia como la COP Azul”, asegura. En enero del año pasado, con motivo de un viaje a Punta Arenas con el grupo que impulsa el proyecto Antártica 2020 -que busca proteger las aguas antárticas-, Bello dice que le planteó al Presidente Piñera que la COP era la ocasión para que Chile le mostrara al mundo sus avances en la conservación marina y liderara el tema. “Le comenté que nuestro país, al tener la presidencia de la COP, estaba en una posición inigualable y teníamos en nuestras manos la posibilidad de mostrarle al mundo lo que mejor que habíamos hecho y de lo que éramos capaces: proteger el mar”.

Para combatir el cambio climático es clave encontrar soluciones basadas en la naturaleza, porque no hay nada que el humano pueda crear que se asemeje a la capacidad de la naturaleza para solucionar este problema.

Bello recuerda que la idea de la Blue COP “provocó resistencia en algunos organismos públicos, pero finalmente fue la primera vez que en una COP se habló de océanos”. El asesor de Mission Blue fue el organizador del evento Blue Leaders en Nueva York, realizado en septiembre del año pasado, donde se concretó el encuentro entre Greta Thunberg y Sebastián Piñera, que estuvo rodeado de polémica por la negativa de la activista de sentarse en primera fila junto a los mandatarios presentes.

“Me dio lata esa polémica”, explica Bello. “Creo que ella ni siquiera reconoció al Presidente Piñera y su reacción se explica porque cuando veníamos juntos caminando se asustó cuando las cámaras se abalanzaron para grabarla y sacarle fotos. Lo vi como un acto de tratar de alejarse de las cámaras más que de alejarse de una persona en particular”.

Hace unos meses, Gonzalo Muñoz lo invitó a formar parte del equipo de Champions para la COP 26 que se realizará en el Reino Unido en noviembre de 2021. Bello tendrá a su cargo la agenda de océanos para lograr las metas del Acuerdo de París.

-¿Qué expectativas tienes para la COP26? ¿Puede esperarse algo mejor sin Trump en la presidencia de EE.UU.?

-Tengo muchísimas esperanzas debido al cambio de administración en Estados Unidos. El nombramiento de John Kerry como enviado especial de la Casa Blanca para el cambio climático es una excelente señal, porque es alguien que entiende el problema y fue uno de los actores principales del Acuerdo de París. La administración de Joe Biden cree y entiende la importancia del multilateralismo, y eso genera una oportunidad de tener más ambición en las metas y de tratar el tema como una crisis. Como dijo Kerry: este es un problema de seguridad nacional. Él además sabe de áreas marinas protegidas y ha sido enfático en subrayar la importancia de alcanzar el objetivo de proteger el 30% de la tierra y del océano para 2030, como lo propone el Convenio sobre la Diversidad Biológica de la ONU.

-¿Cuál es la materia pendiente de Chile en materia ambiental y de conservación?

-Primero, hay una oportunidad de tener una Constitución que revierta algunos de los problemas más importantes para la conservación, como son los derechos de agua y subsuelo. Por otro lado, Chile necesita urgentemente un servicio de biodiversidad y particularmente de parques, una discusión que hoy está empantanada en el Congreso. Y, por último, debemos tener una red de áreas marinas protegidas en la zona costera continental, que aseguren la repoblación y cuidado de los recursos para las comunidades más vulnerables, pero también que proteja algunas de las zonas bajo mayor presión.

-¿Crees que después de esta pandemia sacaremos las lecciones sobre nuestra relación con la naturaleza?

-Espero que sí. Una vez hablamos con Doug sobre los legados. Él me dijo que con su plata podría haber hecho un edificio más en una gran ciudad, pero ¿qué importancia tiene eso en comparación con proteger un ecosistema donde existen volcanes, glaciares, bosques o alerces milenarios? El otro día me acordé de eso. Fui al centro de Washington DC y están todos los edificios abandonados, era como un pueblo fantasma, y pensé: ‘Tanto esfuerzo en construir una ciudad de edificios que hoy prácticamente no necesitamos’. Hoy nuestro principal refugio para hacer frente a esta pandemia está en la naturaleza: las cosas que cosechamos con mis hijos, los árboles y los parques para que jueguen y corran. Me hizo mucho sentido lo que decía Doug.

Agrega: “Si pudiera dejar un legado o si pudiera pedirle a una autoridad que deje uno, no le pediría un edificio, una ciudad o una carretera, tampoco un puerto o una minera, sino que deje un legado indeleble en el momento más crítico de la humanidad: recomponer nuestra relación con la naturaleza”.

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