Cómo vio cambiar el mundo un hombre que estuvo preso 27 años

Cómo vio cambiar el mundo un hombre que estuvo preso 27 años

Dos décadas después de haber recibido una extensa pena, la misma jueza que lo condenó lo apoyó para que consiguiera la libertad condicional. Esta es la historia de Bobby Bastic, quien al interior de la cárcel se convirtió en escritor y al salir se dio cuenta que no solo él había experimentado cambios, sino que el mundo también lo había hecho.


Apenas el ciudadano estadounidense Bobby Bostic, de 44 años, salió en libertad en noviembre pasado, enfrentó repentinamente situaciones que le parecieron muy extrañas, porque antes no las había visto en la cárcel.

Había cumplido una pena de 27 años, de los 241 que se le otorgaron inicialmente. Pero no hizo falta más tiempo para que la vida cambiara por completo, al menos en el exterior.

Mientras caminaba por la calle, veía que muchas personas usaban audífonos inalámbricos. “¿Por qué la gente habla consigo misma?”, se dijo a sí mismo, esperando buscar una respuesta. También se lo cuestionó cuando otros daban órdenes a alguien llamada “Alexa”.

Si bien encontró que el mundo había mutado en todo sentido, lo que más le tomó por sorpresa fue la forma en que era la gente ahora.

“Es lo amables que son, comparados con los de la cárcel”, asegura al medio BBC. “Entras en una tienda y te dicen: ‘Señor, ¿puedo ayudarle?’ En la cárcel, no tienes más que malas caras y acoso”.

Y es que, en vez de decirle “no te acerques demasiado a mí”, ahora lo saludaban y le preguntaban cómo estaba. Palabras que, posiblemente, no solía escuchar regularmente en el centro penitenciario.

Bobby Bostic mientras estaba en la cárcel. Foto: St. Louis Public Radio.

Ahora puede volver a experimentar situaciones que extrañaba. “Es como si la vida fuera así. Esto es normal. Así es como deben ser las cosas. En el fondo, siempre quisiste esa humanidad. Esa es la alegría de ser humano”.

Salir en libertad

La última noche que Bostic pasó en su celda fue probablemente una de las más largas que tuvo durante su estadía. No podía dormir porque su libertad lo tenía ansioso, y en vez de seguir intentándolo, decidió pasar el tiempo guardando sus objetos personales. Al final solo se quedó con un artículo con el que se sentía muy unido: su máquina de escribir.

El día en que vio en una lista que podría ser libre, le costó creerlo. “No fue real hasta que vi las palabras”, afirma Bostic. “Cuando lo hice, fue como música para mi alma”.

La emoción aumentó aún más cuando tuvo que volver a su hogar fuera de la cárcel. Para la ocasión escogió cuidadosamente un traje azul: estaba cansado del color gris que había usado por 27 años. El 8 de noviembre de 2022, a eso de las 7:30 de la mañana, Bostic pisaba nuevamente las calles de la ciudad.

Cuando salió a la luz del sol, una mujer se acercó a brindarle un abrazo. Era Evelyn Baker, la misma jueza que emitió su veredicto hace 25 años atrás. En ese entonces, ella le había dicho que “moriría en el departamento correccional”. Y es que la conducta de Bostic antes de estar en la cárcel era totalmente diferente a la de ahora.

Todo ocurrió el 12 de diciembre de 1995 en la ciudad de San Luis, en Misuri. Bostic tenía 16 años de edad, y su amigo Donald, Hutson, 18. Los dos habían pasado una excesiva jornada de alcohol y drogas, hasta que en cierto momento decidieron cometer una serie de robos con armas.

Bobby Bostic en su juventud.

Primero asaltaron a un grupo de personas que iba a entregar donaciones de Navidad a familias que lo necesitaban. Amenazándolos con el arma, Bostic y Hutson les exigieron que les entregaran dinero. No contentos con eso, más tarde le robarían violentamente el vehículo a una mujer.

Un par de meses después de que los jóvenes fueran arrestados, se le ofreció a Bostic un acuerdo de 30 años de cárcel, con la opción de alcanzar la libertad condicional en algún momento si es que admitía su culpabilidad. Creyendo que las cosas resultarían a su favor, se negó a aceptar el acuerdo y decidió ir a juicio.

Así, terminó siendo declarado culpable de 17 delitos, entre ellos, robo, secuestro y acción delictiva armada. Todo eso sumaba que tendría que cumplir casi 241 años de pena en la cárcel.

Dificultades para optar a la libertad condicional

En 2018 se cumplieron 23 años de que Bostic había ingresado a la penitenciaría. Por esa época, había reconocido sus grandes deseos de salir prontamente en libertad.

Algo que lo podría ayudar en parte es que en el año 2010, la Corte Suprema de Estados Unidos determinó que no era posible condenar a cadena perpetua sin la opción de libertad condicional a aquellas personas que cometieron delitos siendo menores de edad, con excepción de los homicidios.

Bobby en 2006. Foto: Departamento de Correciones de Misuri.

Sin embargo, como a Bostic no se le impuso cadena perpetua sino que varias condenas, no se le aplicó la ley. A eso se sumó que el estado en que residía, Misuri, no estaba de acuerdo en que fuera liberado. Según las autoridades, la única manera en que Bostic podría salir con libertad condicional era la “vejez extrema”.

Aún así, Bostic presentó una apelación ante la Corte Suprema para que reflexionaran su caso. Se la negaron, pero determinó seguir intentándolo para lograr su objetivo.

“La mayoría de la gente en ese momento se rinde. Una vez que te lo deniegan, no queda nada”, argumenta.

Un nuevo intento

A pesar del rechazo inicial, una inesperada oportunidad surgió en su camino. Se trataba de una reforma a una legislación de Misuri, que permitía la libertad condicional a aquellas personas privadas de libertad que hayan sido condenados a penas extensas, por delitos cometidos en su niñez.

El 14 de mayo de 2021 era la última jornada legislativa de Misuri, pero hasta ese momento, la medida aún no se aprobaba. “No tenía mucha fe”, recuerda Bostic. Y añade: “Normalmente, si no se aprueba en enero o febrero, no hay ninguna posibilidad de que llegue”.

De pronto, un correo enviado por un cercano lo cambió todo: “La prisión empezó a dejarnos recibir emails. Alguien me envió un artículo del Missouri Independent, diciéndome que la ley se había aprobado... fue un milagro. Yo me preguntaba si realmente se iba a aprobar, si la iba a firmar el gobernador”.

Bobby recurrió a la Corte Suprema para obtener su libertad. Foto: Robert Cohen/St. Louis Post-Dispatch.

Tras la aprobación de la ley, la justicia determinó que en noviembre de 2021 Bostic podría tener su audiencia para ver si cumplía con todos los requisitos para la libertad condicional.

“No sabía qué esperar”, admite. “La junta de libertad condicional no es una tarjeta para salir de la cárcel gratis”. Como en las audiencias los internos pueden estar acompañados de un delegado que los pueda apoyar, Bostic no lo pensó dos veces y le pidió ayuda a la misma jueza que lo había condenado.

Evelyn Baker y su importante rol

Más o menos 15 años después que emitió la condena por los delitos de Bostic, a Evelyn Baker le empezó a hacer ruido su propia decisión.

Había jubilado hace poco tiempo, cuando leyó sobre los cambios que podía experimentar el cerebro humano entre la adolescencia y la adultez. De pronto experimentó un profundo arrepentimiento de la sentencia el entonces joven Bostic, y a admitir públicamente su percepción del caso.

“Bobby era un niño de 16 años al que traté como a un adulto hecho y derecho, lo que fue un error”, dijo Baker a BBC. “Me he acercado a Bobby y a su hermana. Y he visto cómo ha pasado de ser básicamente un delincuente juvenil a un adulto muy reflexivo y cariñoso. Ha madurado”.

A eso se sumó el apoyo de una de las víctimas de Bostic. Finalmente, esos elementos influyeron bastante para lograr su libertad condicional después de más de dos décadas. “Si hubiera podido dar volteretas, lo habría hecho”, reflexiona Baker.

Sobre el día en que Bostic apareció en las afueras de la cárcel con su traje azul, listo para una nueva vida, la jueza lo recuerda con claridad: “Fue como Navidad, año nuevo, todas las fiestas en una. Me eché a llorar. Bobby era libre”.

La jueza Evelyn Baker.

La realidad de la vida exterior

Lo primero que hizo Bostic al salir fue reunirse a cenar con sus amigos, familiares y personas cercanas que lo defendieron mientras estuvo cumpliendo su condena. Sin embargo, algo ocurrió repentinamente.

“Subí al coche y vomité toda la comida”, se sincera. “Cuando sales de la cárcel, llevas 27 años sin rodar por la autopista. Hay una cosa que se llama mareo”.

Al recuperarse, se fue al hogar de su hermana en la ciudad de San Luis. Desde su llegada, cientos de personas aparecieron para saludarlo y saber cómo estaba tras tantos años. La cantidad de visitantes era tanta que incluso llegaron a formar una vuelta a la manzana, rememora Bostic.

“Cuando giraba hacia aquí, le daba la mano a esta persona, a este primo, a esta tía, a este tío, a este amigo... Estuve despierto hasta las dos de la madrugada”, asevera.

Si bien esa jornada fue alegre, pronto se dio cuenta que la vida real iba más allá y también podía seguir teniendo ciertas dificultades.

Hoy en día, Bostic junto a su hermana poseen una organización denominada Dear Mama, en la que brindan artículos de necesidad a personas de escasos recursos de San Luis. También imparte un taller de escritura en un centro de niños y adolescentes que infringen la ley. Sin embargo, no recibe ingresos económicos por esas acciones, ya que son voluntarias.

Por ahora su única fuente de ingresos proviene de la venta de los libros que ha escrito, todos ellos creados durante su estadía en la cárcel, además de conversatorios y charlas ocasionales a las que acude.

Bobby pocos días después de haber salido en libertad. Foto: Danny Wicentowski.

Esos sustentos le permiten arrendar una pieza y pagar sus gastos básicos, no obstante, asegura que no siempre basta: “Con lo que hago ahora, apenas sobrevivo”. Por ese motivo, Bostic mantiene esperanzas de encontrar un trabajo que le permita vivir con mayor tranquilidad.

A pesar de las dificultades que le ha impuesto la realidad de la vida más allá de la prisión, aún así agradece la oportunidad de poder experimentar cosas que ya ni siquiera recordaba.

En sus palabras, así resume esta nueva posibilidad que llegó a su camino: “Sigo luchando con algunas cosas. Pero aparte de eso, la vida aquí es hermosa, todos los días. Reviso la nevera y veo la variedad de cosas que hay para elegir. Un baño en la bañera: ¡hace 27 años que no me baño! No doy nada por sentado, nada”.

Quien no tuvo tan buena suerte fue Donald Hutson, su amigo que fue condenado a 30 años de cárcel tras haber aceptado el acuerdo en 1995 ofrecido por la justicia. En 2019 podría haber optado a la libertad condicional, pero nunca llegaría a ver esa meta: en septiembre de 2018 falleció al interior de la cárcel por sobredosis de drogas.

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