La guerra después de la guerra

Los ataques en París han desatado un escenario similar al ocurrido después del 11/S. La pregunta es cómo la comunidad internacional debe lidiar con el Estado Islámico y cuál es la mejor opción hacia el futuro. Pero los roles y actores han cambiado en la última década, y la experiencia de Irak y Afganistán anticipa que cada paso será medido con sumo cuidado.




Un minuto de silencio. Un jugador entrando al estadio con una bandera francesa. Una orquesta filarmónica interpretando la Marsellesa como corolario de su actuación en un teatro de Nueva York. Los principales edificios y monumentos en esa ciudad, Washington y Chicago, con el tricolor azul, blanco y rojo que recuerda el emblema francés.

El fin de semana pasado fue distinto para los estadounidense. No había pasado en su territorio, pero los múltiples atentados simultáneos en París del viernes removieron a una sociedad para la que, aún casi quince años después, el recuerdo del 11-S sigue muy fresco. El dolor se sentía patente, sobre todo por la cercanía histórica que une a Francia y Estados Unidos y que está sellada en alianzas luchas de independencia y guerras mundiales.

Algunas figuras de la televisión incluso recordaban, con un dejo de ironía triste, que una de las pocas veces en que ese sentimiento se rompió fue en 2004, cuando el entonces presidente francés Jacques Chirac jugó sus fichas junto a otros líderes mundiales –entre ellos el chileno Ricardo Lagos- en el Consejo de Seguridad de la ONU para rechazar el apoyo a una intervención estadounidense en Irak. El malestar era tal por parte de EE.UU. que varios locales de comida rápida optaron por renombrar sus "french fries" –el nombre estadounidense de las papas fritas- por "freedom fries".

Pero entre 2003 y 2015 el mundo ha cambiado muchísimo. Hoy, cuando la lucha contra el Estado Islámico va siendo asumida como una necesidad por los principales líderes del globo, es Barack Obama, el actual presidente estadounidense, quien pone la cuota de cautela. Quienes conocen al mandatario señalan que esto no es casual. Obama estuvo siempre en contra de la guerra de Irak y durante sus ocho años de presidencia ha tratado de retirar tropas desde ese país y Afganistán. A cambio, ha patrocinado ataques quirúrgicos, como el que hace cuatro años mató a Osama bin Laden, y hoy es un defensor de una estrategia que combine bombardeos con la más avanzada tecnología de guerra –como los drones-, pero que no incluya desplazar soldados a combatir a terreno.

El problema para Obama es que la situación mundial de poder tampoco es la misma de hace doce años. Con la Rusia de Vladimir Putin asumiendo protagonismo y Europa siendo amenazada esta vez, el vaticinio es que serán muchos los factores que el mandatario deberá considerar para tomar la que puede ser una de las últimas decisiones verdaderamente relevantes de sus ocho años en la Casa Blanca: cómo enfrentar a un enemigo atípico tratando de minimizar los efectos secundarios que puedan surgir.

RUSIA, EL NUEVO JUGADOR

Escuchar a Vladimir Putin diciendo que se debe "unir fuerzas" con Occidente y planificar una operación conjunta militar habría sonado descabellado hace un año, cuando la Guerra Fría parecía volverse a recrear en Ucrania. Pero lo que comenzó como un apoyo al aún presidente sirio Bashar Al-Asad ahora se ha vuelto personal. El hecho de que los siempre reservados servicios de inteligencia rusos hayan reconocido esta semana que fue una bomba la que destruyó a inicios de noviembre un avión de pasajeros mientras sobrevolaba el desierto egipcio es la muestra de lo que está en juego para el gigante euroasiático.

Los analistas expertos en esa área han recordado que Putin sabe que el éxito del Estado Islámico puede insuflar ánimos en grupos radicales musulmanes de zonas como Chechenia o Daguestán, que durante las últimas dos décadas han batallado con las fuerzas rusas y han cometido atentados incluso en Moscú, la capital del país. Esa preocupación parece suficientemente elevada como para que el gobernante ruso considere aportar con lo que hoy se ve como la parte más complicada y que nadie quiere asumir: poner tropas en terreno para desmantelar al grupo en sus bastiones de Siria e Irak. El pasado miércoles, sin ir más lejos, un reporte estimó que Putin podría poner hasta 150 mil efectivos de ser necesario.

La alianza también parecía improbable un año atrás por otro motivo: Al Asad, el gobernante sirio, tenía un amplio rechazo entre los países de Occidente por las acusaciones de ataques con armas químicas a población civil en el marco del conflicto de su país. En ese entonces, fue Rusia y Putin quienes intervinieron para conseguir un pacto que evitó una intervención mayor contra el presidente. Hoy, no son pocos los análisis que estiman que Al Asad, más allá de lo moralmente correcto, es la opción más realista para tratar de dar cierta estabilidad a un país cuyo conflicto ya ha generado cuatro millones de refugiados en los últimos cuatro años.

Justamente esa arista era, hasta la semana pasada, la que causaba el mayor revuelo e inquietud a nivel internacional. Con los países vecinos como El Líbano, Jordania y Turquía recibiendo una carga de velar por millones de refugiados sirios, y tras las imágenes de los éxodos masivos a Europa, las discusiones estaban en términos de cuotas y calendarios. Pero los atentados de París devolvieron la discusión hasta un punto inicial con más preguntas que respuestas.

EUROPA MIRA HACIA ADENTRO

La alarma se empezó a desatar en Francia bastante antes de los terribles sucesos de la semana pasada: si el 11/S había sido un complot en territorio estadounidense hecho por extranjeros, atentados como el realizado en enero contra el equipo de la revista satírica Charlie Hebdo fueron cometidos por ciudadanos franceses de ascendencia islámica. Aun cuando se está en pleno proceso de investigación, hasta el miércoles las evidencias apuntaban a un patrón similar en el caso de los múltiples ataques del viernes 13.

El temor de los servicios secretos europeos es que haya poco de casualidad en esto. Los expertos que siguen de cerca los movimientos del Estado Islámico creen haber detectado un patrón en los últimos meses.

El temor de los servicios secretos europeos es que haya poco de casualidad en esto. Los expertos que siguen de cerca los movimientos del Estado Islámico creen haber detectado un patrón en los últimos meses: menos personas uniéndose al frente de combate en Siria e Irak, pero un número importante de nuevos reclutas manteniéndose en sus países de origen, por lo general al interior de la Unión Europea.

Por otra parte, aun cuando hay una creciente opinión de que se debe atacar a las fuentes de financiamiento del Estado Islámico, el argumento es complejo de aplicar por aspectos políticos: de acuerdo a los reportes de inteligencia, al menos parte de los recursos vienen por parte de organizaciones o instituciones de países del Golfo como Arabia Saudita o Qatar. El esquema geopolítico del Medio Oriente, además, hace que cada paso tenga que ser evaluado con sumo cuidado.

Pero el efecto del "lobo solitario" o la "amenaza interna", además de ser difícil de combatir, tiene ramificaciones internas. Por más que la respuesta del gobierno del socialista Francois Hollande haya sido inmediata y con fuerza –bombardeando posiciones del Estado Islámico en Medio Oriente-, en un mediano plazo la reacción antimigratoria puede favorecer a partidos más extremos como el Frente Nacional comandado por Marine Le Pen. Algo similar podría pasar en Alemania, Bélgica, Holanda e incluso al otro lado del Atlántico, donde los candidatos republicanos han endurecido su discurso sobre inmigración, además de solicitar a Obama "mano dura" para combatir al ISIS.

El problema de ese escenario, que se ve bastante probable, es el efecto que puede tener en la población en general y, en especial, en la inmensa mayoría de musulmanes pacíficos que de pronto se pueden ver discriminados o escrutados sólo por practicar una religión, sin otras distinciones. El mejor análisis en ese sentido no lo dio un político: fue Aaron Rodgers, uno de los jugadores más destacados de fútbol americano en Estados Unidos, en cuyo partido el minuto de silencio fue interrumpido por gritos contra los musulmanes. El domingo, durante su conferencia de prensa pospartido, Rodgers se mostró molesto por lo ocurrido y dijo estar decepcionado. "Fue muy inapropiado", lamentó, para cerrar con una frase directa: "Ése es el tipo de ideología basada en prejuicios que nos ha puesto en la posición en que estamos hoy día como mundo".

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