Geografía de la desesperación

Hace casi 30 años, la socióloga holandesa-estadounidense Saskia Sassen miró al futuro y lo vio sombrío. La realidad, eso sí, ha resultado incluso peor, con un mundo para cuyas fallas sistémicas aún no tenemos nombre.




Saskia Sassen piensa distinto. Distinto a todos. No es que donde los demás ven blanco ella vea negro; donde los demás ven blanco, ella ve colores a los que todavía nadie le ha puesto nombre.

Pasó con su primer concepto revolucionario, que describió en el libro La ciudad global (1991): esos espacios concentrados que funcionan como centros de comando de la economía mundial y albergan los servicios financieros, las industrias líderes, las capacidades de innovación y los mercados de consumo que en definitiva hacen funcionar al planeta. Sus ejemplos en ese entonces eran Nueva York, Londres y Tokio. Hoy son muchos más. En su lectura, la ciudad global es más que un lugar; es una fuerza transformadora que ha dejado huellas dolorosas: un orden social caracterizado por la desigualdad, la marginación de grandes mayorías, la ultraconcentración del poder económico, la informalidad e inestabilidad de los mercados laborales, los fenómenos de segregación de grupos sociales y nacionales completos.

Ese era justamente su pronóstico en 1991, cuando publicó ese libro fundamental.

Ahora reconoce que la realidad ha sido incluso peor. La dejó plasmada en su obra más reciente: Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global (2015).

"La expulsión no es la exclusión. La exclusión puede cambiar: es cosa de que mejoren las condiciones de vida de los sectores marginados de la sociedad. Pero los expulsados no tienen ninguna posibilidad".

Para ella, lo que estamos viviendo hoy escapa a las categorías tradicionales de segregación y marginalidad: "La expulsión no es la exclusión. La exclusión puede cambiar: es cosa de que mejoren las condiciones de vida de los sectores marginados de la sociedad. Pero los expulsados no tienen ninguna posibilidad. Son esos inmigrantes que murieron precisamente por expulsados: los miles que han muerto y los miles de los cuales no sabemos nada. Es una geografía emergente, una geografía de la desesperación, del vacío".

Saskia Sassen es profesora de la cátedra Robert S. Lynd del Departamento de Sociología de la Universidad de Columbia, y visitará Chile para participar en la próxima edición del Festival Puerto de Ideas, que se realizará en Valparaíso del 6 al 8 de noviembre.

—Usted ha tenido la capacidad de adelantarse al futuro: ya en La ciudad global era posible detectar cómo se estaba prefigurando la realidad de extrema desigualdad que vemos hoy, con sus consecuencias humanas tan evidentes.

—Sí, en efecto, no fue una predicción, fue una cuestión de tomar en serio realidades emergentes: estaban ahí ya en núcleo, pero invisibles a los investigadores guiados por pautas un poco rígidas, pero respetadas, y de ahí a menudo sale trabajo tímido, cauteloso. Por otro lado, para mí, creo que el hecho de haber sido una inmigrante en todos los países donde viví me dio una especie de soledad y marginalidad que me forzó a generar mis propias pautas para la investigación, para la formulación de hipótesis, para modalidades de trabajo empírico que no eran centrales en los milieu académicos donde me encontré. Yo me tomé muchas más libertades y movilicé mis convicciones mucho más que los insiders en la disciplina, que al fin y al cabo es un espacio de poca libertad, donde rigen los cánones tradicionales. Yo siempre fui una outsider. Nací en Holanda, pero a los dos años llegué a Buenos Aires, y a los 16 o 17 nos fuimos a Roma, que fue el hogar durante 14 años para mi familia. Yo después me fui a Estados Unidos por unos 4 años, sola, escapando del abrazo (asfixiante un poco) de la familia.

Esa familia estaba encabezada por Willem Sassen. El nombre debe resonarle a quienes estén familiarizados con la historia del nazismo de posguerra. Sassen militó en las SS holandesas y se instaló en Argentina poco después de la Segunda Guerra, como varios otros jerarcas nacionalsocialistas. Uno de ellos, Adolf Eichmann, considerado el cerebro de la llamada "solución final" —el exterminio de los judíos en los campos de concentración—, fue visitante frecuente de la casa de los Sassen en Buenos Aires antes de ser secuestrado por los agentes del Mossad que lo llevaron a Israel para ser juzgado y luego ejecutado. En esa casa bonaerense fue entrevistado por Willem, conversaciones que dieron origen a los llamados "Sassen Papers", y que su autor vendió en versión sintetizada a la revista Life. Esos diálogos son hasta hoy objeto de controversia, lo mismo que el verdadero rol de Sassen en crímenes de guerra.

La hija, en todo caso, desde muy joven discrepó profundamente del padre: su despertar intelectual partió en oposición a esas ideas. Se podría interpretar que ese "abrazo asfixiante" era más que el simple amor de una familia. Y explica la temprana huída y el posterior deambular. Pero, al mismo tiempo, ayuda a impulsar la enorme originalidad de su pensamiento, y la ha hecho merecedora de todos los honores disponibles para una intelectual (entre ellos nueve doctorados honoris causa, el Premio Príncipe de Asturias, la membresía de la Real Academia de Ciencias de Holanda y la Orden de las Artes y las Letras de Francia).

—¿Por qué las sociedades desarrolladas han sido tan ciegas y sordas frente al fenómeno anunciado por usted hace ya varias décadas?

—El hecho que aquellos con el poder de actores públicos y de generar las narrativas de una época no vieran lo que venía no es tan raro. Y este es un grupo amplio —políticos o académicos famosos, comentaristas, tanto de derecha como de izquierda—, que logró instalar una narrativa en Estados Unidos que era sólo parte de lo que estaba pasando. Concretamente, habitando en las grandes ciudades, lo que dominó la intepretación de esa época —los años de fines de los 80 y principios de los 90— fue el hecho de la reconstrucción de más y más espacio urbano. Más y más de Nueva York, de Buenos Aires, de París, de Tokio, se vuelve espacio de lujo, de alto precio. El orden visual de estas ciudades habla el lenguaje del progreso, del upgrading, donde todo lo feo queda fuera.

"Un hombre de 33 años en Harlem que nunca ha logrado tener un puesto de trabajo no es simplemente un 'desempleado de largo plazo'. Es otra cosa, algo que no logramos captar con el lenguaje tradicional. Es un abuso de humanidad, es racismo, es crueldad, es una expulsión profunda del tejido social de una sociedad o ciudad o situación".

—¿De qué manera la desigualdad pasó de ser un problema "intranacional" a uno internacional?

—Dos elementos en la respuesta. Primero, con las nuevas formaciones económicas, por ejemplo, las ciudades globales, vemos un plantel específico de profesionales y ejecutivos de muy alto rango en más y más países, en parte porque trabajan en sectores globalizados… Una clase profesional que tiene muy poca relacion con las tradicionales clases profesionales. Pero creo que hay una segunda razon, más sistémica. Hay una creciente incidencia de tipos de sectores y de profesionales/ejecutivos que operan en un espacio global. Es un espacio con geografías muy específicas que incluyen sólo ciertos lugares en territorios nacionales, especialmente las ciudades globales a través del mundo; hay unas cien hoy en día, y sí, Santiago es también una de ellas… O sea, este no es un espacio planetario, es un espacio operacional que se va insertando de maneras muy específicas en más y más espacios subnacionales. Estas son las que llamo "nuevas geografías de centralidad", que cruzan con gran facilidad las fronteras y las divisones Este-Oeste, Norte-Sur.

—El año 2011 la gente alzó la voz a través de distintos movimientos, y usted acuñó el término Global Street. ¿Sigue vigente ese fenómeno?

—Global Street tiene que ver con la importancia de espacios indeterminados, de acceso a todos, sin reglas de conducta más allá de lo básico. Por ejemplo, en muchos hermosos parques urbanos los minoritarios y los pobres, los inmigrantes, los performance artísticos, no se sienten bienvenidos. Y, más importante, tanto tejido urbano viene destruido y reemplazado por grandes megaproyectos que si bien agregan densidad, en efecto desurbanizan la ciudad. Todo esto importa porque la ciudad es un espacio donde los sin poder pueden hacer una historia, una cultura, una economía. No quedan muchos espacios así. El momento de las ocupaciones de hace dos años es un momento simbólico, teatral, retórico… no puede ser permanente (es trabajo duro ocupar). Pero hizo historia. Es un pedazo ahora en un espacio político-cultural. Yo lo veo además como un momento constitutivo en una trayectoria más amplia.

—¿Cuáles son las fuerzas que están empujando las "expulsiones" que usted ha descrito?

—Mi definición de expulsión es el momento cuando una condición familiar (no monstruosa, rara, sino familiar) se vuelve tan extrema que ya no la podemos captar con nuestras categorías tradicionales (conceptuales, estadísticas, etc.). Ese momento yo lo llamo systemic edge. Un hombre de 33 años en Harlem que nunca ha logrado tener un puesto de trabajo no es simplemente un "desempleado de largo plazo". Es otra cosa, algo que no logramos captar con el lenguaje tradicional. Es un abuso de humanidad, es racismo, es crueldad, es una expulsión profunda del tejido social de una sociedad o ciudad o situación. Las fuerzas detrás de esto son internas del sistema: esas tierras muertas que ya no vemos, para las cuales no tienes nombre, más allá de la destrucción del medioambiente se vuelven invisibles en su plena materialidad. No tenemos categorías de manejo administrativo, de proyecto político hacia las tierras y aguas muertas dentro de un país. Vienen expulsadas del marco administrativo, político, retórico, operacional. Les damos la espalda.

—¿Cuánto más puede soportar esta realidad?

—Lo estoy analizando ahora a partir de las nuevas migraciones: los niños que huyen hacia Estados Unidos desde América Central. Los rohingya que inundan Indonesia y Tailandia. Los eritreos, afganos, sirios, iraquíes que buscan refugio en Europa. La expulsión se vuelve visible con estos fenómenos. Cada nueva migración nos está contando una historia mucho más profunda sobre lo que ocurre en el lugar de donde vienen. Lo que buscan ellos no es una vida mejor, lo que buscan es simplemente sobrevivir.

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