El ciudadano Paredes

Hace unas semanas, Esteban Paredes fue elegido como el Mejor Jugador del año 2017. Le pedimos, entonces, al dramaturgo e hincha de Colo-Colo Luis Barrales que escribiera sobre Esteban, el de los goles; ese que empezó tarde, pero que en un par de años se convirtió en el último ídolo del Popular.




Esteban Paredes nació el año 80, pero parece de otra época. Quitado de bulla fuera de la cancha, pinchó con la tontera del futbolista posmo un ratito corto cuando le dio por hacerse visos rucios, se tatuó hasta el número del celular en la cuerpada, compró dos teles choreadas que tuvo que devolver y paremos de contar. En el resto no se parece en nada a la muchachada moderna: no se fue a Europa, no ganó millones en euros ni hizo el tony en público chocando borracho ni buscando mocha en las discotecas. Pasó sin que nadie viera lo extraordinario que era para el fútbol casi una decena de años, antes de llegar al club de sus fantasías de niño, y en apenas un par de años pareciera que lleva un siglo de reinado.

Paredes cruzó hace rato la frontera de ser un jugador extraordinario. Es mucho más que eso.

Esteban Paredes nació el año 80 y junto a un puñado más es de los pocos jugadores activos que deben tener alguna memoria de la dictadura, tal vez la del final, ese plebiscito que, tardamos en darnos cuenta, fue en sí mismo la alegría que prometía y nada más. Por eso me alegró tanto verlo hace unas semanas como vocal de mesa de las presidenciales allá en Maipú. Como buen futbolista, se le olvidó que existe más mundo que la cancha y en primera vuelta no llegó nomás, pero luego del raspacachos público, para el balotaje atinó a madrugar: fue el primero en llegar y el último en irse por causa del gentío que hizo fila el día entero para sacarse una foto con el ciudadano Paredes Quintanilla Esteban Efraín, el de los goles. Y de sopetón lo vimos maduro, no sólo de huesos y musculatura, sino de ser, a sus 37 años. Es que Paredes partió tarde en todo y en todo se las arregló para terminar primero, como este año, en que volvió a ser campeón y el mejor jugador del torneo para muchos, cuestión que personalmente me resbala porque Paredes cruzó hace rato la frontera de ser un jugador extraordinario, pues de esos esperas y quieres que anden bien porque así le va bien a tu equipo, pero a los como Paredes uno quiere que les vaya bien en todo. Siempre. Como ese domingo en las elecciones.

También queremos que logre esa proeza que le falta, la guinda de una carrera rotunda, esa de alcanzar a Chamaco Valdés como el goleador más pulento del campeonato nacional. Está a 24 pepas, yo las cuento semana a semana, hago cálculos en relación a sus promedios de goles, bajo el promedio a propósito, considerando el declive natural de sus años largos, invento una sequía de dos meses, como la que tuvo el 2009 a poco de llegar, y aun así me da, me da justito, a razón de 13 goles por año en dos campeonatos largos podría hacerla, incluso aunque los penales los haya agarrado Pajarito, el otro crack que cayó parado en este Colo-Colo de choros viejos que suenan a contru de tanto Paredes, Valdés y Barroso.

En la estupenda entrevista que le hizo el periodista Javier Rodríguez hace unos meses en esta misma revista, contaba el crack que cuando lolo quiso ser detective, pero los papeles manchados de un tío lo dejaron fuera. Aun así, algo de buen rati tiene en la cancha: pesquisa los movimientos habidos y por haber y en tres tiempos levanta una hipótesis sobre dónde irá a moverse la redonda o el compañero para estar ahí él y mandarla a guardar o en su defecto hacérsela llegar al camarada mejor ubicado, porque ese es el mérito que distingue al bueno pa' la pelota del bueno pa'l fútbol.

La gracia con la que define Paredes ya la querría uno para cualquier oficio que elijamos en la vida, pero para entender la devoción colocolina por el delantero podríamos meternos esto y lo anterior al bolsillo de perro y quedarnos sólo con la perso gigante que le brota la semana de los clásicos (sí, los clásicos duran una semana y se juegan antes en los potreros de la siquis), porque ser ídolo urge no sólo el cariño de los propios, sino que reclama además la tirria de los contras. A mí me nombran a Rivarola y yo frunzo el ceño por acto reflejo, por ejemplo, así que sólo imaginar el fantasma de Paredes en la cabeza de un archirrival es otra pequeña victoria, miserable por donde se la mire y por eso tan sabrosa en esa guerra sublimada que también es el fútbol.

En la entrevista de Rodríguez, Paredes también cuenta estar leyendo en ese momento El fútbol a sol y sombra, de Galeano, y yo intuyo que esa es tarea que le enviaron en el INAF (el periodista y profesor Víctor Gómez hace leer esa maravilla esencial todos los años a los aspirantes a DT), porque Paredes se prepara ahora para ser alguna vez entrenador del Colo-Colo de su vida y a mí me da un poco de nervio que arriesgue todo el cariño nuestro por tres partidos malos al hilo, porque en el jugador nos vemos siempre a nosotros mismos y en el DT siempre al jefe.

Pero el viejo y querido Esteban Efraín sabrá tasar tiempos y distancias y se las arreglará para emularse como el imprescindible que es, el último que hemos tenido los colocolinos, ese que llegó tarde, pero para quedarse siempre, el que empezó como Visogol, luego se volvió El Tanque y tiene todo para terminar siendo nuestro Don Esteban, el ciudadano Paredes.

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