Columna de Óscar Contardo: Agua turbia

Los días que siguieron al derrame la información que brindó la empresa a la población fue confusa o sencillamente inexistente: durante días no hubo claridad sobre la reposición del servicio, incluso el Presidente Piñera parece haber sido mal informado durante su visita a la ciudad, anunciando una solución en cuestión de horas que no fue tal. Transcurrida una semana desde el corte, aún no había suministro de agua potable en toda la comuna. El gerente de Essal, en tanto, le respondía indignado a un periodista que le pedía información precisa: "Te pido respeto, esta situación es demasiado grave. Estoy siendo transparente para que toda la comunidad tenga claro lo que está pasando. La situación supera todas las expectativas", dijo, como quien se siente ofendido ante una consulta indiscreta.



En 1977, la escritora Joan Didion escribió una crónica sobre la manera en que el agua potable llegaba hasta las ciudades de la costa oeste de Estados Unidos, un tema que la apasionaba. Didion vivió gran parte de su juventud en California, una región de clima seco, similar al Valle Central chileno. Ella sabía que para que las grandes ciudades, suburbios y pueblos de la costa del sur de California contaran con el suministro adecuado, el agua debía cruzar grandes distancias. Intuía que era un viaje complejo y quiso saber los detalles, conocer la travesía, así lo hizo, y lo que encontró le pareció deslumbrante. La escritora detalla en su artículo las diversas zonas desde donde el agua era captada y almacenada, los desafíos geográficos para canalizarla, la manera en que distintas agencias estatales se coordinaban para distribuirla y los mecanismos para compensar alguna eventual falla. "En la práctica, esto requiere una coordinación y una precisión prodigiosa, así como el trabajo de varias mentes humanas y de una computadora Univac 418", detallaba Didion en una nota llamada "Agua bendita".

Esta semana recordé aquella crónica cuando escuché las declaraciones de la fiscal María Angélica de Miguel, encargada de investigar la crisis del agua potable en Osorno. La fiscal había asumido la investigación por el derrame de petróleo que dejó sin suministro a una comuna de 160 mil habitantes durante una semana. A diferencia del relato de Didion, el agua para Osorno no era transportada desde un lugar lejano, no cruzaba desiertos ni montañas, era desviada desde el río Rahue, el mismo que cruza la ciudad. María Angélica de Miguel visitó las instalaciones de Essal, la empresa encargada de acopiar y distribuir el agua potable, y según explicó en una entrevista a la televisión, lo que encontró le pareció sorprendente: en las instalaciones no había más tecnología que una aguja que marcaba el nivel del estanque y un operador encargado de mirar esa aguja y manipular la válvula del combustible que hacía funcionar un generador; es decir, la noche del incidente todo el sistema dependía de una persona, el operador de turno, que hasta el momento en que la fiscal asumió el caso era indicado como único responsable del derrame, que también acabó contaminando el curso del río.

Los días que siguieron al derrame la información que brindó la empresa a la población fue confusa o sencillamente inexistente: durante días no hubo claridad sobre la reposición del servicio, incluso el Presidente Piñera parece haber sido mal informado durante su visita a la ciudad, anunciando una solución en cuestión de horas que no fue tal. Transcurrida una semana desde el corte, aún no había suministro de agua potable en toda la comuna. El gerente de Essal, en tanto, le respondía indignado a un periodista que le pedía información precisa: "Te pido respeto, esta situación es demasiado grave. Estoy siendo transparente para que toda la comunidad tenga claro lo que está pasando. La situación supera todas las expectativas", dijo, como quien se siente ofendido ante una consulta indiscreta.

Mientras la emergencia cundía, el expresidente Ricardo Lagos explicaba en un matinal que el proceso de privatización de las sanitarias llevado a cabo durante el segundo gobierno de la Concertación incluyó los derechos de agua solo en tres provincias -Santiago, Valparaíso y Concepción- y que lo que sucedió en Osorno fue diferente: allí la empresa tiene una concesión, no la propiedad. "Ellos no son dueños del agua", dijo Lagos, y añadió que "lo que fue entregado en concesión son los fierros para administrarla y hacer las inversiones que tienen que hacer". En ese punto de las declaraciones del expresidente resulta inevitable volver sobre la imagen de un operario solitario durante la noche frente a una aguja mecánica mientras abre una válvula de combustible. El expresidente sostuvo, por último, que era posible que una vez terminado el plazo de concesión –15 o 20 años- el gobierno en el poder podría eventualmente retomar el control de la empresa.

Gran parte del país vive una sequía intensa. Según organismos internacionales, el cambio climático provocará en el futuro próximo emergencias hídricas agudas en varias zonas del planeta, Chile incluido. La crisis de agua potable vivida por Osorno es gravísima, indignante. pero no la única: hay otras tantas ocurriendo inadvertidamente en áreas rurales de nuestro país, no solo en el norte seco, también en el sur lluvioso. Tal como Joan Didion escribiera hace 40 años, la manera en que los cursos de las aguas son intervenidos puede ser prodigiosa, esparcir prosperidad y bienestar. La política puede lograr eso, pero también puede arrastrarnos a un futuro de aguas turbias si frente a las negligencias no hay responsables y frente a una necesidad vital la única respuesta posible es asegurar un negocio sin competencia y escasísimo control.

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