¿Debería casarme después de la cuarentena? (3ª parte)

Vos no podrías -dijo-. Vos pensás demasiado antes de hacer nada (La Maga, Rayuela).


Avanza agosto, se asoma el sol y ya muchos sueñan con asados dieciocheros. ¿Tendremos fiestas patrias? ¿Volverán los niños a clases? ¿Me podré casar? Estas y muchas otras preguntas transitan en mi pantalla y entre la consulta virtual y las noticias se me produce una confusión, pues a través del mismo dispositivo me informo, trabajo y hago vida social.

En este encierro tecnológico, Clemente, un cliente que vengo acompañando hace ya un par de meses, me sorprende al aparecer -a la hora acordada- en un hermoso jardín. La señal no es muy buena y tras unos pequeños ajustes y unas pruebas de sonido, mi cliente prende un cigarro y le tira humo a la pantalla, a la espera de que se conecte el audio.

Es raro Sebastián, pero desde que me fui a vivir con mis amigos, nunca había sentido la necesidad de venir a la casa de mis viejos. Siempre lo hacía porque quería o porque tenía, pero cuando le pedí matrimonio a la Lore, sentí la urgencia de venir acá.

¿Qué te urgía?

Ufff… no sé… todo y nada… Fue lindo pedirle matrimonio. Pese a su discurso feminista, estaba emocionada y me dijo que sí. Sin peros, sin reparos. Aceptó el anillo y me dijo que le encantaba. Hasta ahí, todo bien, pero al día siguiente… cacha la webada tonta que te voy a contar… me angustié pensando cómo se lo iba a tomar Javier, qué me iba a decir Rodrigo, mis compañeros de depa. Y de repente se me hizo un mundo comunicar la noticia y casi no podía respirar cuando me imaginé el matrimonio y los desafíos sanitarios… Todo se complicó en mi cabeza y fingiendo absoluta calma, le dije a la Lore que quería viajar donde mis viejos para contarles en persona la noticia.

¿Y qué pasó?

La Lore estuvo de acuerdo y después de dejarla en la casa de su mamá, caché que solo le había contado la noticia a sus dos mejores amigas, pero a nadie de su familia ni de la U. Me dijo que ella también quería hablar primero con sus viejos y no quiso que la acompañara. Estaba súper nerviosa y su sonrisa era exageradamente amorosa. No quise darle tantas vueltas en ese momento, y en realidad, al verla bajar, me puse feliz porque me quedaban varias horas de carretera para procesar las cosas.

¿Qué tenías que procesar?

Parece súper obvio casarse a los 32 después de tantos años juntos, pero al volante me pregunté por qué algo tan obvio no había pasado antes. ¿Por qué no me casé a los 30? Y después me cuestioné por qué ahora, en la mitad de la pandemia, y no después. ¿Por qué no casarme cuando todo se acabe, a los 33… o a los 43? Te juro que me hice tantas preguntas que las cinco horas de viaje se me hicieron cortas y cuando llegué al portón de mis viejos me quedé un rato estacionado. Apagué el motor y seguí pensando.

En ese momento Clemente prende un segundo cigarrillo y no pude dejar de preguntarme si siempre habrá fumado o si fuma desde que explicitó sus deseos de casarse. Tras exhalar y toser, Clemente desaparece de la pantalla y reaparece con una lata de cerveza que inmediatamente usa de cenicero.

Cigarro, cigarrillo

Sorry que fume. Ni yo me reconozco fumando. Son de mi viejo y no encontré un mejor cenicero. Hace años que no fumaba, pero en esta casa hay cajetillas por todas partes. En Santiago ya son pocas las casas donde encuentras cigarros en todos lados y por eso venir para acá es como trasladarse a otra época.

Clemente apaga el cigarrillo después de toser por segunda vez.

No sé qué esperaba, pero supongo que la reacción de mis viejos te dará una idea de lo que pasa por mi cabeza. Mi viejo, tras contarle, no dijo una palabra y mi vieja puso una sonrisa forzada. Como mi viejo no reaccionaba, le pegó un codazo, pues ya le había insinuado que sacara algo para celebrar. Mi viejo, totalmente mudo, trajo un vino blanco del refri. Mi vieja lo miró con cara asesina y mi viejo retrocedió sobre sus pasos, dejó el vino en el refri y reapareció con un whisky y una hielera. Tras el primer trago mi vieja volvió a darle un codazo a mi viejo, quien de manera automática levantó el vaso y brindó por la “buena nueva”. Me tomé el whisky de una, me paré y salí a la terraza y ahí me fumé el primer cigarro de la década.

¿Y qué pasó después?

Mira, mi papá está viejo y lleva meses sin construir. A mí no me ha dicho nada, pero si sumo toda la información que he recibido de mis hermanas y hermanos, asumo que debe estar al borde de la quiebra. Supongo que en su cabeza, financiar un nuevo matrimonio, no es la mejor noticia, pero también me pasé el rollo de que no está de acuerdo con que me case con la Lore. La verdad, estoy especulando, pues me ha evitado. Los días que llevo acá mi viejo se la pasa peinando a los caballos.

¿Perdón?

Si, no sé mucho de mi viejo, pero sí te puedo decir dos cosas de él. Una es que es constructor y que su vida ha sido una sucesión de proyectos, aciertos y errores empresariales. Y lo segundo es que tiene una relación tan intensa con los caballos, que les agarré mala.

¿Por qué?

Porque cada vez que mi viejo se encierra en los caballos, significa que está pa’ la cagada y que no le puedes hablar. Y según mi vieja, lleva meses así.

¿Así cómo?

Cepilla y cepilla a los caballos. Les habla, los alimenta, los acaricia. Y fuma. Es divertido, pocas veces lo veo a montar a caballo. Es como que le gusta estar con ellos y punto. Y cuando digo estar con ellos me refiero a que se puede pasar toda la mañana, toda la tarde y hasta la noche con ellos. Y la pelea con mi vieja es que venga a comer.

¿Y qué crees que piensan los caballos de tu papá?

Puta, la verdad, yo creo que le tienen pena y deben pensar que este pobre viejo lo único que quiere es ser un caballo.

¿Y qué crees que piensa tu papá de ti?

No sé Sebastián, no tengo idea lo que piensa mi viejo de mí, ni de la Lore, ni de nuestro matrimonio. Mi viejo es un misterio, pero si le creyera a mi vieja, te diría que está orgulloso.

¿Y le crees?

No mucho, porque yo creo que el rollo que tiene mi viejo con los caballos tiene que ver con su libertad. Mi viejo es el mayor de ocho hermanos y padre de seis hijos. Yo creo que el weón nunca se ha sentido libre y supongo que en alguna parte de su corazón le da pena que pierda mi libertad.

¿Pierdes tu libertad al casarte?

Supongo que así lo ven mis viejos y mis hermanos. Y para ellos está bien. Tal vez no piensan mucho en esto, pero al final cepillan caballos, se pasan horas en el gimnasio o alrededor de una parrilla.

¿Qué quieres decir?

Supongo que no sabemos hablar ni decir las cosas, pero creo que mi relación con la Lore es distinta.

¿Te quieres casar?

Pese a mis viejos si, pero me aterra terminar como mi papá y creo que las noches que me las pasé acostado leyendo fueron un poco así. Me puse a leer y a leer para no pensar en mí, para no pensar en todo lo que implica casarse, pues sé, por las experiencias de mis hermanas y hermanos, que en mi familia uno nunca se casa como quiere.

¿Y cómo se casan?

Como quieren mis viejos, como se casaron ellos, como se casaron sus familias y sus amigos. Estando acá es inevitable llenarse de recuerdos y he revivido los matrimonios de mis hermanas, de mis hermanos, las alegrías, las tensiones, las ilusiones, las peleas y los llantos. Soy el sexto Sebastián y aunque tengo pánico, me quiero casar, quiero que sea distinto y temo que todo termine igual. ¿Tú me recomendarías casarme?

No lo sé Clemente, llevas años en una relación y supongo que con matrimonio o sin matrimonio tienes que tomar una decisión y no creo ser la mejor persona para aconsejarte.

En ese instante veo la hora de mi computador. Estamos unos minutos pasados la hora y Clemente, sin demora, me saca del apuro.

Sé que estamos en la hora Sebastián y aunque me hubiera gustado conocer tu respuesta, te agradezco haberme escuchado, pues ni yo me aguanto. Si, tengo que tomar una decisión. Y tal vez, aunque suene ilógico, lo más fácil para mí sea pedir matrimonio y confiar en el piloto automático familiar.

Tras despedirnos, cierro la pantalla y resoplo. Estoy exhausto y me siento profundamente incompetente como consejero matrimonial. Aún sentado, reclino mi cabeza hacia atrás, después intento que mi hombro izquierdo toque mi oreja izquierda y que mi hombro derecho toque la oreja de ese lado. Suenan mis vértebras cervicales y me pongo de pie, estiro las manos y como si en alguna parte de mi cerebro lo supiera, agarro el teléfono y veo que tengo un mensaje de Clemente.

Acabo de hablar con la Lore y me contó que fue un desastre contarle a su vieja que nos casábamos. Su viejo también reaccionó mal y ahora estamos convencidos que nos tenemos que casar, solos, en un lugar perdido y sin mascarillas de por medio. ¡Un abrazo y muchas gracias por escuchar!

Lea la primera parte de esta columna aquí.

Lea la segunda parte de esta columna aquí.

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