¿Cuándo el azar deja de ser azar? La importancia de entender sobre algoritmos

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Contra muchos de los sesgos difundidos por la prensa y el gobierno, el Sistema de Admisión Escolar (SAE) no es una «tómbola», los cupos no se asignan «al azar» y el algoritmo no es «imposible de explicar».

El 94% de los establecimientos reconocidos por el Mineduc se rigen por el SAE. Este permite que padres, madres y apoderados elijan con libertad el colegio para postular a sus hijos, ya que los establecimientos no pueden exigir antecedentes de ningún tipo, ni realizar pruebas académicas o entrevistas obligatorias.

El funcionamiento es simple: se toman en cuenta las preferencias de padres, madres y apoderados, se transparentan los cupos disponibles de cada colegio y se asignan a los estudiantes. Si hay cupos suficientes, todos quedan en el colegio que más desean. Si no, se favorece a los postulantes según criterios sociales: tener hermanos en el colegio, ser hijos de funcionarios, ser prioritarios en el sentido de que «la situación socioeconómica de sus hogares dificulte sus posibilidades de enfrentar el proceso educativo» (Ley 20.248), entre otros. Mediante estos criterios, cada colegio determina un orden de preferencia de los postulantes.

El algoritmo de Gale–Shapley encuentra una asignación a cada estudiante y colegio evitando «preferencias cruzadas». Es decir, si Alberto quedó asignado a Colegio A y Beatriz quedó asignada a Colegio B, no puede suceder que Alberto haya preferido al Colegio B por sobre el Colegio A al mismo tiempo que el Colegio B haya preferido tener a Alberto por sobre Beatriz. Además, la solución es estable incluso sin considerar las preferencias de los colegios: cada vez que se modifica una asignación para beneficiar a un estudiante, necesariamente se perjudica a otro u otra estudiante.

El algoritmo ha demostrado resolver el problema de asignación escolar de manera óptima en reiteradas ocasiones, en Chile y el mundo. Según datos del Mineduc, en 2018 el 59,2% de los estudiantes quedó en su primera preferencia y el 82,5% en una de sus primeras tres. El sistema toma media hora para postular, evita el misterio sobre los cupos y largas pruebas de selección (con criterios opacos), además de procesos aberrantes como filas el día de la matrícula.

¿Por qué se insiste en dar pie atrás? Lo que había antes no era un sistema: era un traje a la medida de colegios que podían «descremar» hasta quedarse con los estudiantes con mejores calificaciones y luego vanagloriarse de sus resultados —que, como se ha demostrado una y otra vez, se relacionan principalmente con variables socioeconómicas—.

El deber de las instituciones educativas es precisamente ese: educar a todos sus niños y niñas. Si de verdad importa el mérito, enfoquémonos en el mérito de los colegios que integran, incluyen y se preocupan por sus estudiantes, no por sus resultados.

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