Columna de Jade Ortiz: ¿Cómo hacer frente al impacto psicológico de un desastre natural?

Imágenes de las consecuencias de los incendios forestales en la comuna de Tomé

El impacto psicológico de un desastre natural es diverso y depende de las características de cada persona. No obstante, en condiciones extremas es normal que podamos quedar paralizados o acelerarnos, que aumente la ansiedad y se generen crisis de angustia o crisis de llanto. También es esperable sostener sentimientos de soledad, impotencia y desesperanza, así como volvernos más irritables, impulsivos y con menor tolerancia de la frustración. Podemos incluso experimentar somatizaciones físicas que van desde dolores vagos hasta la intensificación de síntomas de una enfermedad preexistente.

En este sentido, la dimensión del desastre y sus secuelas pueden intensificar los síntomas e impedir que volvamos a un estado normal de funcionamiento psíquico y físico debido a que nuestro sistema de alarma cerebral sigue despierto. Es en este contexto que la atención de primeros auxilios psicológicos se convierte en el mejor predictor para que estos síntomas no se transformen en un trastorno en el tiempo. Sin embargo, no todas las personas pueden acceder a ella.

Entonces, ¿qué podemos hacer para ayudarnos a enfrentar una situación de tales características y apoyar a otros? Partamos por manejar el sistema de alarma del estrés a través de recomendaciones de carácter fisiológico, como aprender a manejar nuestro sistema respiratorio. La ansiedad tiene un patrón de respiración corto y rápido que si no se detiene a tiempo genera hiperventilación, lo que provoca mareo, opresión y -paradojalmente- se vive como “me falta aire”, cuando lo que ocurre es que nos sobra. La estrategia es ayudar a quemar el exceso de oxígeno que está en nuestro pecho, ya sea a través de inspiraciones profundas y lentas que lleven el aire a nuestro estómago y no al pecho; mediante respiraciones de cuatro tiempos, tapando uno de los orificios de nuestra nariz; o respiraciones de diez tiempos en una bolsa de papel y luego fuera, hasta lograr volver a la normalidad.

Por otra parte, se recomienda “ocuparse”, es decir, hacer cosas que nos distraigan o que aporten a resolver la situación en la que estamos, obviamente dependiendo de la afectación de cada caso. Por ejemplo, ayudar a limpiar y despejar la zona de desastre, apoyar a los que están más complicados, seguir trabajando o armar una rutina nueva. Lo peor -psíquicamente hablando- es quedarse sin hacer nada durante largos tiempos. Por ello movilizarse, aunque sea un poco, es una buena estrategia.

Pese a lo anterior, hay personas que primero requieren reorganizar sus pensamientos y pueden necesitar más tiempo antes de ponerse a actuar. Al respecto, es importante considerar que un desastre implica una desorganización de la vida cotidiana y nuestro cerebro requiere tiempos de adaptación y de reorganizar lo que sabe para luego actuar. En síntesis, debemos asimilar los cambios, procesar esa nueva información para tomar decisiones sobre cómo funcionar de aquí en adelante. Ese proceso lleva dolor, confusión y angustia. A medida que se ordena se restablece el funcionamiento afectivo. Para ayudar al proceso de adaptación nuestro cerebro toma distintos caminos, algunas personas requieren contar una y otra vez su experiencia. Otras el silencio. Cada uno con su propio ritmo.

Foto: Reuters

En relación con los pequeños, es importante considerar que el desastre los afecta, pero aún más los impacta la reacción de los padres o seres queridos frente a la situación vivida. En este sentido aprender a sostener una reacción de calma, de autorregulación y con un sentido de esperanza los ayuda a enfrentar de mejor forma todo lo que viene por delante. Dejarles jugar sobre el incidente es bueno, ya que es en el juego donde elaboran lo que ha pasado.

En síntesis, existen muchas técnicas para enfrentar y comprender el impacto de un desastre. Lo central para sobrellevarlo y reconstruirnos es la actitud de humanidad compartida, del legítimo deseo humano de aliviar el sufrimiento del otro y de todo ser vivo que este requiriendo de ayuda. Para los que no estamos frente a frente con el desastre y que también nos impactamos, podemos generar redes de apoyo colaborativo ya sea donando o con pequeños gestos de contención, según cada uno. Entonces, ¿cómo se enfrenta un desastre?: Como grupo humano. Con el recuerdo y la convicción de lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros, es decir, ayudándonos. Eso es esperanza, eso es reconstrucción.

*Docente en la Escuela de Psicología de la Universidad Santo Tomás.

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