Antártica Extrema: los tiempos están cambiando


Hemos pasado página. El pedrusco ha terminado de dar otra vuelta alrededor del sol y es época de cambios y cosas nuevas, o eso nos auto-engañamos. Pero esta vez la profecía se ha cumplido y con el año nuevo ha llegado nuestro peor enemigo, el viento. Ya son dos los días que debemos ver desde la ventana como se encabritan las aguas de bahía Fildes. No sólo no podemos salir al mar, si no que además lo poco que estuviesen creciendo las microalgas se va a perder pues el viento, cual cucharita que remueve el café, va a mezclar todo alejando a nuestras microalgas de la superficie y reduciendo la cantidad de luz que reciben lo que a su vez limita su capacidad para hacer fotosíntesis y por ende crecer.

Pero ahora mismo nuestros problemas van más allá del destino de las pequeñas algas unicelulares que habitan estas aguas. Nos quedan ya pocos días en Isla Rey Jorge. Nuestra estadía se agota mientras el parte meteorológico empeora por momentos y eso reduce los datos que podemos tomar, pero sobre todo y especialmente nos complica la maniobra de salvamento que tenemos pendiente.

¿Salvamento?, sí, salvamento. Acaso hemos perdido algo en el agua y cual prestidigitador lo he mantenido oculto ante todos ustedes mediante subterfugios y falsas indicaciones. No, hace un año dejamos fondeado un equipo en estas aguas, y ahora llega el crítico momento de rescatarlo tras 13 meses sumergido en estas gélidas aguas.

El equipo completo consta de: varias boyas, 40 m de cabo, una sonda para medir las condiciones del agua (temperatura, salinidad y concentración de CO2), y un equipo que nos permite liberar el peso que nos ancla al fondo y así reflotar todo el conjunto hasta la superficie donde ansiosos lo esperamos. Esta maniobra siempre entraña ciertos riesgos, pero nos permite desplegar los equipos en un mismo punto por largos periodos de tiempo con una alta frecuencia de muestreo. Por ejemplo, en este caso hemos registrado las condiciones en la bahía cada tres horas por un periodo de 13 si todo ha ido bien. Un gran “si” ahora mismo que el equipo aún yace sobre el lecho marino.

Esta estrategia para tomar datos es perfecta para la Antártica, pues sólo podemos pasar aquí unos pocos meses al año y desconocemos que ocurre más allá de la primavera-verano cuando nosotros no estamos aquí.

El problema es que a los riesgos habituales que tiene colocar un anclaje oceanográfico (equipo anclado al fondo del mar por un periodo largo de tiempo) en cualquier otro lado del globo sumamos aguas muy frías que acortan la vida útil de las baterías de nuestros equipos y la presencia de icebergs que de pasar por la zona del instrumento pueden dejarlo reducido a una pulpa irreconocible e inservible de chips, grilletes, plástico, hierro y cobre.

Por eso hace un año tomamos todas las precauciones posibles y exploramos el fondo de la bahía hasta encontrar una zona cerca del glaciar donde los icebergs más grandes, peligrosos y aviesos no pudiesen alcanzar nuestro equipo.

Tener cero riesgos con esta maniobra en Antártica es imposible, pero intentamos reducir los riesgos todo lo humanamente posible. Los equipos son muy caros y los datos que van a registrar son únicos e irremplazables y sólo podemos acceder a ellos una vez recuperamos el equipo del fondo marino.

Algo que me ha quitado el sueño alguna que otra vez durante este último año pensando cosas como: qué pasa si el equipo no está, lo ha destrozado un trozo gigante de hielo o no se libera. Gajes del oficio o el precio de hacer negocios en el continente blanco.

Viendo el parte meteorológico para la semana decidimos planificar el rescate para el martes por la mañana. No es el mejor día, pero la meteo es bastante buena. Mientras zarpamos pienso en mi cabeza ¨dados para el éxito¨, grave error. Antártica nunca regala nada. Llegamos al punto geográfico donde hace 13 meses el equipo se hundió hacia el fondo del mar y comenzamos a preparar toda la maniobra y equipos que necesitamos para hacerla.

Es un momento de máxima expectación, imagínense que llevamos esperando 13 meses para saber el final de esta película. Ahora mismo si quieren es un anclaje de Schrödinger, está vivo y muerto a la vez para nosotros y sólo sabremos de qué lado ha caído la moneda una vez lo veamos resoplar de nuevo en la superficie del océano.

Con esta mezcla explosiva de expectación, nervios, y porque no decirlo algo de miedo, arrancamos y a medida que pasan los minutos sin que pase nada ni tener comunicación con el equipo aumenta el miedo y la desesperación. Lo primero que pienso, quizás Poseidón y Bóreas se han confabulado para destrozar nuestro anclaje con un trozo de hielo del tamaño de una cabaña. Quizás le entró agua al equipo. Quizás un barco arrastro su ancla por el fondo y lo redujo a pulpa. Mientras sigo intentando establecer comunicación con el equipo por todas las vías posibles empiezo a recitar mentalmente todas las cosas en las que yo me pude equivocar hace un año o potenciales desgracias que han podido ocurrir durante estos 13 meses.

Un gigante iceberg a la deriva el pasado 14 de enero en la Antártica. Foto: Reuters

Un ejercicio fútil de autoflagelación que no lleva a nada productivo, pero la forma en que opera mi pobre mente. Por suerte mientras ya estoy planeando mentalmente como podríamos ¨pescar¨ el equipo del fondo seguimos haciendo pruebas con el equipo que llama y busca a nuestro anclaje, y en mitad de las exhaustivas pruebas me doy cuenta de que hay algo que no está bien con el equipo que estamos usando. Eso me deja como el cerdo agridulce; mitad dulce, aliviado porque el problema podría no estar en el equipo anclado, mitad agrio, preocupado porque sin el equipo que está fallando puede ser muy difícil o imposible recuperar el anclaje. Pero no hay tiempo para cocinar, así que dejamos de lado al cerdo agridulce y regresamos a la base Escudero. Es hora de ver qué pasa con el equipo, repararlo si se puede y hacernos de nuevo a la mar esta tarde antes de que la meteo empeore.

De vuelta en la base y con la ayuda de nuestro amado ¨chispas¨ descubrimos lo que ya sospechábamos. El uso del equipo ha comprometido la conexión de un cable del equipo y debemos rehacer la conexión antes de poder usar el equipo de forma apropiada. Digo ¨debemos¨ cómo licencia poética porque sin la ayuda del electricista de la base hubiese sido imposible reparar el equipo. Una vez reparada la conexión hacemos una rápida prueba en el laboratorio y efectivamente, el equipo funciona correctamente ahora. Es hora de rock and roll. Han pasado unas pocas horas y con la ayuda de los patrones nos hacemos de nuevo a la mar mientras la niebla se cierra y las condiciones del mar empeoran. Es ahora o nunca, pues la meteo estará complicada hasta el sábado cuando por itinerario ya deberíamos estar empacados y esperando nuestra salida.

Zarpamos a bordo de la lancha Isabel del INACH rumbo al anclaje de Schrödinger, donde el éxito o un rotundo fracaso nos esperan. Comenzamos la misma maniobra de la mañana, pero ahora antes de que mi cerebro pueda procesar el hecho de que el fondeo nos ha ¨respondido¨, Dana (la patrona) grita: ¨¡¡allá están!!¨.

El equipo ha soltado el peso tras el primer intento, y una vez perdido el peso las boyas lo han arrastrado hasta la superficie donde vemos cuatro hermosos puntos naranjas flotando frente al glaciar Collins. Aún nos queda recuperar el equipo del agua, pero el nudo de mi estómago ha aflojado ahora que podemos ver el equipo.

Nos acercamos con el bote y recuperamos el equipo, que se ve en perfectas condiciones quitando la vida que ha crecido sobre todas las cosas durante estos 13 meses de fondeo. Con el equipo en nuestro poder es hora de regresar al laboratorio de la base Escudero. Debemos limpiar todo, quitarle la sal, y dejarlo en perfectas condiciones para almacenar los equipos hasta la próxima vez que se usen. Y claro, también debemos descargar los tan ansiados datos que el equipo registró durante estos 13 meses.

Tras descargar los datos. Un rápido vistazo a los datos me indica que en general las sondas del equipo funcionaron correctamente quitando algunos momentos puntuales. ¡¡¡Vamos!!! Descanso ahora que sé que tantos desvelos y horas no han sido en vano, mientras a la vez mi corazón se encoge.

En esta primera exploración de los datos veo como las aguas de bahía Fildes estuvieron anormalmente cálidas desde enero a principio de junio del año que se acaba de terminar. Un aumento de unos 0,5 o 1 grado centígrado no parece demasiado, pero piensen lo caro que resulta calentar el agua en su hervidor cuando llega la cuenta de la luz.

Pues lo mismo ocurre con el agua del mar, para calentarse ese grado centígrado de más bahía Fildes ha tenido que acumular una enorme cantidad de energía tiendo en cuenta que hablamos de millones de metros cúbicos de agua en la bahía.

Piensen que el Océano Austral se estima que tiene unos 71 millones de kilómetros cúbicos de agua, así que imagínense cuantos hervidores habría que usar para calentar esa masa de agua, aunque sólo sea 1 grado centígrado. Aún nos quedan muchos análisis, comprobaciones y calibraciones que hacer, porque la paciencia es la madre de la ciencia, pero todo apunta a que estamos ante el registro de una ola de calor marina muy fuerte. Estas son como las atmosféricas que sufrimos en nuestras casas y ciudades sólo que no las apreciamos de forma directa pues por desgracia no vivimos flotando en el océano. Este nuestro humilde registro viene a confirmar y explicar el déficit de hielo marino que hubo este pasado invierno Antártico. Como comenté en la primera columna de esta serie los eventos extremos están siendo cada vez más frecuentes en la Antártica y como canta el gran Bob Dylan Los Tiempos están Cambiando, y de seguir por la senda que llevamos la Antártica que conocemos, y algunos amamos, dejará de existir.

Nueva Antártica será menos fría, con menos hielo y que nos ayude menos a regular el clima del planeta. Ya no será nuestra Antártica, si no la de nuestros hijos o nietos, pero como las deudas o los traumas los habrán heredado de las generaciones que les precedieron, nosotros. Feo legado que dejar a las nuevas generaciones.

Nuestros días en la base Profesor Julio Escudero están a punto de terminarse. Espero el avión que me lleve de nuevo al mundo ¨real¨ mientras escribo estas líneas, y quería aprovechar la ocasión para dar las gracias a todas las personas que hacen posible que podamos tomar datos como de los que hoy les hablo.

Por ejemplo, tras leer esta columna es obvio que nada de esto hubiese sido posible sin patrones y electricistas, pero no sólo son ellos. Detrás de cada dato y cada muestra que tomamos aquí hay un tremendo equipo humano que nos apoya, cuida y alimenta antes, durante y después de cada expedición. Por ejemplo, imagínense que no podríamos hacer nada aquí sin el apoyo de la gente que recibe con todo el cariño nuestra carga en Punta Arenas y se preocupa de que toda ella llegue a la Antártica.

Aunque a alguno de ellos nunca lo veamos aquí ellos también forman parte de la familia Antártica. De igual manera los ¨cuquis¨ (personal de cocina en el argot antártico) son un miembro más de nuestro equipo, aunque nunca hayan tomado un dato o muestra con nosotros en el bote. Podría seguir así durante otras 40 líneas más dándoles ejemplos para cada una de las personas que forman esta familia Antártica, pero la columna ya está quedando demasiado larga y espero que con estos ejemplos entiendan lo que quiero decir y sentimiento que hay detrás. De igual manera, aunque yo soy el responsable de estas torpes líneas no crean que este es un esfuerzo individual. Somos muchos y estamos repartidos por todo Chile y el extranjero.

Desde colegas científicos que colaboran en terreno, análisis de muestras, equipos, etc., hasta estudiantes y asistentes que apoyan con el trabajo en terreno, el análisis de muestras y datos o la logística pre- y post-expedición. ¡Gracias equipo!

Es hora de irnos, y abandonar estas latitudes. Nuestro tiempo prestado aquí llega a su fin. Una expedición más, una expedición menos.

* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).

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