La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Siguiente”

28 Junio 2023 Fachada del Palacio de La Moneda Foto: Andres Perez

"Boric no es Macrón, brillante intelectual con precoces logros profesionales y políticos. Tampoco es Trudeau, nacido en 24 Sussex Drive cuando su padre era Primer Ministro. No es Kennedy, héroe de guerra, graduado de Harvard y premio Pulitzer. Por el contrario, como a cualquiera le podría haber pasado, su falta de comprensión de cifras y errores no le hacían mella".


El destino de los pueblos solía estar sujeto a la ruleta genética de dinásticas monárquicas. De estas castas salían notables como Carlos I y “hechizados” como Carlos II. La modernidad ha traído a algunos países el lujo de la democracia representativa. Su ventaja es limitar el poder de los gobernantes, devolviéndolo periódicamente al pueblo soberano para que elija a sus representantes. Sin embargo, no garantiza la designación de los más idóneos.

En la República, Platón alertaba la inhabilidad de la democracia para elegir a “filósofos” que gobiernen con sabiduría. A sus ojos, el voto popular era un mecanismo peligroso. Pero Occidente ha privilegiado fortalecer la libertad política incluso a costa de la calidad de sus gobernantes. Mejor protegernos de las tiranías, incluso si a veces escogemos líderes mediocres. De todas formas, cuando la élite política no cumple con las expectativas, se deslegitima y entran otros a pelear los votos.

Eso ha sucedido en nuestro Chile de las últimas décadas.

Recuperada la democracia, la elite gobernante -la Concertación- demostró un alto grado de efectividad. Los políticos se legitimaban en su lucha por la democracia y sus técnicos en el progreso económico y social.

Sin embargo, se desgastó. La ajustada victoria de Lagos sobre Lavín fue una señal de alerta. El escándalo MOP-Gate levantó suspicacias. Bachelet, ajena a la elite tradicional, marcó un sello de renovación: “Nadie se repetirá el plato”. Sin embargo, las humillaciones del Transantiago, las esperas en salud, las bajas pensiones y el magro desempeño económico sellaron el destino de la Concertación. Piñera hizo el contrapunto con una promesa de eficiencia ante una coalición desgastada. Bachelet y Piñera terminaron repitiéndose el plato. Su preeminencia personal primó sobre la menguada legitimidad de sus elites. Así la revuelta de 2019, el octubrismo con sus consignas y nuevos rostros rompieron el pacto de los políticos tradicionales.

Gabriel Boric llegó al gobierno apoyado por más de un millón de nuevos votantes. Traía novedad y juventud. No era un técnico ni un político tradicional. Su perfil y rebeldía estuvieron en el lugar preciso y en el momento oportuno. Pero su principal característica era haber sido ajeno a la elite tradicional: cualquiera que no sea ellos, pedía el pueblo.

Boric no es Macrón, brillante intelectual con precoces logros profesionales y políticos. Tampoco es Trudeau, nacido en 24 Sussex Drive cuando su padre era Primer Ministro. No es Kennedy, héroe de guerra, graduado de Harvard y premio Pulitzer. Por el contrario, como a cualquiera le podría haber pasado, su falta de comprensión de cifras y errores no le hacían mella.

La elección de Boric es lo más cercano a la revolución cultural de Mao en Chile. Igualdad a toda costa. Cualquiera puede gobernar. Los guardias rojos humillaban cualquier atisbo de autoridad, como lo hicieron los jóvenes de la revuelta: arrasaban contra todo, infraestructura de los treinta años, comercios, cafés literarios, iglesias y símbolos patrios.

China aprendió su lección. Del colectivo igualitarista pasó radicalmente al individualismo. En la meritocracia del ascenso en el Partido Comunista Chino sería incomprensible entregar poder a alguien sin experiencia ni comprobados resultados de gestión política.

Nosotros también estamos aprendiendo la lección. El mayor desafío de nuevo líder es forjar el carácter para lidiar con su responsabilidad. Algo muy difícil para cualquiera, y aún más para un gobierno que vino a dar rápidamente síntomas de inexperiencia e incompetencia en muchas áreas que fueron irreflexivamente inundadas de juventud. Y una administración que vio cómo la corrupción traicionó una de sus mayores promesas.

En esta crónica de un fracaso, la democracia nuevamente hará su trabajo. Pero ¿quién será el siguiente?

* El columnista es autor de “DESpropósito. El sentido empresarial y cómo la corrección política amenaza el progreso”

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