El desafío de la normalización monetaria global

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Tras casi una década desde que estallara la crisis financiera global, las economías avanzadas están logrando consolidar la recuperación que les había resultado esquiva. De acuerdo con las estimaciones del FMI, el conjunto de países desarrollados registraría este año la mayor tasa de crecimiento desde 2010.

Aunque esta recuperación constituye un escenario externo favorable para las economías emergentes -aportando a la recuperación de los precios de los commodities y al mayor dinamismo del comercio internacional-, estas deben enfrentar, a su vez, el desafío que conlleva la normalización de la política monetaria de las principales economías del mundo. Históricamente, estos procesos han generado volatilidad en los mercados financieros y revaluación de activos, lo que ha acarreado dificultades para los países de la región. En esta oportunidad, estos efectos podrían ser más complejos, dado que tanto la Reserva Federal de EE.UU. como el Banco Central Europeo recurrieron a medidas no convencionales para conducir la política monetaria, como los programas de compra de activos (estímulo cuantitativo) y la fijación de tasas de interés de referencia en torno a cero e incluso negativas.

Las condiciones financieras inéditamente laxas están llegando a su fin, luego de varios años especialmente favorables en que fueron complementadas por la recuperación de las expectativas y del apetito por riesgo. La capacidad que tengan las economías emergentes para transitar satisfactoriamente desde este escenario a uno de mayor estrechez financiera dependerá de la solidez de sus fundamentos macroeconómicos, así como del conjunto de políticas que los sustentan.

En el caso de Chile, el mix de políticas macroeconómicas -tipo de cambio flotante y libre flujo de capitales- ha permitido amortiguar la contracción de las condiciones financieras. En efecto, la depreciación del peso que hemos observado en lo más reciente ha contribuido a estabilizar la rentabilidad relativa de los activos financieros denominados en moneda local, atenuando la salida de capitales hacia los mercados que están incrementando sus tasas de interés. Por otra parte, la depreciación ha favorecido a las exportaciones e incrementado el costo de las importaciones, provocando con ello un ajuste en la cuenta corriente coherente con el cambio en las condiciones financieras.

En el ámbito fiscal, la economía chilena destaca como una de las más sólidas a nivel global. Aunque el incremento de la deuda pública ha sido motivo de atención en lo más reciente, su nivel actual aún es acotado y hacia el próximo año debería estabilizarse. La institucionalidad fiscal, aunque puede ser perfeccionada, ha contribuido a la sostenibilidad de la deuda soberana, lo que se ha traducido en bajos premios por riesgo, que han favorecido el acceso del sector privado a financiamiento a bajo costo.

En el momento actual, donde un estrechamiento abrupto del financiamiento constituye uno de los riesgos externos más relevantes para la actividad local, parece conveniente destacar la relevancia de la política económica y la regulación en una economía pequeña y abierta como la chilena. Las próximas discusiones en torno a estos temas, como el Consejo Fiscal Autónomo y la reforma tributaria, son una oportunidad para ratificar el compromiso del país con un entorno macroeconómico y financiero favorable para el crecimiento.

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