La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Jugando mejor”

28 Junio 2023 Gente, caminando, trabajadores, pensiones, afp, isapres. Foto: Andres Perez

"La filosofía política ha intentado definir si la naturaleza humana es colaborativa o competitiva. Bajo la primera seríamos los animales sociales de Aristóteles, mientras bajo la segunda necesitaríamos al Leviatán de Hobbes para protegernos de nuestro estado natural, proclive al conflicto, caos y destrucción".


A todos nos gusta jugar. Jugamos desde la infancia hasta la vejez. Sabemos que la actitud que tomamos al involucrarnos en un juego puede cambiar radicalmente su naturaleza y deleite. Reflexionar sobre el juego nos da luces sobre nuestras vidas, sistema político y mejores maneras de vivir en comunidad.

Habrían dos categorías de juegos, finitos e infinitos, sugiere James P. Carse en su libro Finite and Infinite Games, A Vision of Life as Play and Possibility. En los primeros el objetivo es ganar, mientras en los segundos es continuar jugando.

Para Carse, la vida es una mezcla de juegos finitos e infinitos. Entenderla como una serie de juegos finitos o infinitos cambia radicalmente nuestra predisposición en cómo vivirla e interactuar con los demás. El anhelo desenfrenado por ganar subentiende una serie de juegos finitos, sin embargo, cuando concebimos nuestras vidas como un continuo de interacciones, el ahínco se traspone en mejorar el deleite del juego.

La filosofía política ha intentado definir si la naturaleza humana es colaborativa o competitiva. Bajo la primera seríamos los animales sociales de Aristóteles, mientras bajo la segunda necesitaríamos al Leviatán de Hobbes para protegernos de nuestro estado natural, proclive al conflicto, caos y destrucción.

La misma disyuntiva entre colaboración y competencia radica en la predisposición frente a juegos finitos o infinitos. Somos competitivos en los primeros y colaborativos en los segundos.

Más aún, la ciencia del comportamiento ha demostrado que las expectativas influyen en nuestra actitud frente a los demás. Somos generosos cuando esperamos que los otros lo sean. Somos mezquinos o violentos cuando esperamos lo mismo de los demás.

Estas dinámicas describen parte de nuestras vidas modernas. Antes vivíamos en pueblos de talla humana, en encuentro continuo con vecinos. Era fácil concebir la comunidad en un juego infinito. Ahora en las grandes metrópolis, interactuamos con desconocidos en lo que podrían ser juegos finitos, predispuestos a tomar una actitud competitiva.

La gran diferencia entre ciudades amenas e inhóspitas es la calidad del trato entre sus ciudadanos. En las primeras, no solo se respeta la ley sino que se viven normas de convivencia que nos predisponen a ser respetuosos y generosos con los demás, creando las bases para que los demás también lo sean.

Por el contrario, nuestro instinto de sobrevivencia nos pone en modo “fight or fly” cuando percibimos cada interacción como una amenaza y esperamos lo peor de los demás, erosionando aquella esencia invisible que alimenta el bienestar cívico.

En las mejores ciudades y naciones, los encuentros entre desconocidos se enaltecen con los saludos de buenos días, las mirada honesta a veces acompañada con una sonrisa, con el cuidado por adultos mayores y niños, con un entendimiento basado en lo que tenemos en común en lugar de nuestras diferencias. Estos contrastes nutren toda comunidad, vecindario, ciudad y nación.

En el meollo de nuestros repetidos fracasos políticos y sociales está la calidad de nuestra convivencia. ¡Cuánto valor tendría ver a nuestra vilipendiada clase política dando ejemplos concretos de fraternidad! Romper con la desidia, mezquindad y violencia es muy difícil. Sin embargo, los liderazgos que han hecho la diferencia en la historia han sabido inspirar las virtudes que tanto necesitaban sus pueblos.

Construir un Chile mejor no es una batalla entre rivales, sino un juego infinito de generaciones cuyo objetivo principal es mejorar nuestra convivencia mediante el ejemplo de valores cívicos y virtudes humanas. Ya es hora de que salgamos jugando de este entuerto en que nos hemos metido.

* El autor es ingeniero civil y autor de “DESpropósito, El sentido empresarial y cómo la corrección política amenaza el progreso”

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