Trastornos de la imagen corporal

divinas

La española Patricia Soley fue modelo y se traumó, luego estudió sobre el cuerpo y escribió este ensayo, ganador del premio Anagrama 2015, que desde la inocencia logra demoler la historia: la divina descubre que es una niña frágil y se rebela ante lo que le imponen.




Paula 1182. Especial Moda, sábado 12 de septiembre de 2015.

La española Patricia Soley fue modelo y se traumó, luego estudió sobre el cuerpo y escribió este ensayo, ganador del premio Anagrama 2015, que desde la inocencia logra demoler la historia: la divina descubre que es una niña frágil y se rebela ante lo que le imponen.

¿Por qué las mujeres quieren ser flacas? una respuesta larga, documentada e implacable la da este libro, ¡Divinas!, con su lapidario subtítulo: "Modelos, poder y mentiras". Por una imposición de falsa divinidad, dice su autora. Lo que proponen las modelos, la publicidad, el consumo, es tan falso y lejano que perturba nuestra imagen del propio cuerpo. Es algo culturalmente comprobado, dañino y que hay que rechazar, o al menos pensar y revisar. El culto al cuerpo es una trampa más que una salvación, y las supermodelos lo saben: las modelos, al fin, son las mujeres más acomplejadas del mundo. El mito de Narciso es cruel.

Las modelo son como actrices calladas, dijo Isabella Rosellini: Soley indaga con todo detalle cómo es que no tuvieron mucha voz desde su aparición comercial, a mediados del sigo XIX. Desde la inocencia adolescente de ser linda Soley comprende los mecanismos que vuelven a las modelos cuerpos para consumir y desechar. Ella se "quemó", dice, a los 24, porque querían una chica linda como "Soley pero que no sea Soley". Hay que borrarse: se es un tipo, un signo, absolutamente manipulado. Una de las instrucciones que les dan a las modelos es: "Tu aspecto debe ser el de alguien a quien la ropa lleva, que no parezca que seas tú quien lleva la ropa".

"Sé bella y cállate", dice una frase francesa. La mujer ideal del cirujano plástico es tan elegante que guarda silencio. Soley registra desde las primeras amigas de modistillas, en el siglo XIX, que modelaban para los ricos; luego la supuesta liberada mujer de los años 20, o el sueño dorado de la Barbie, la ama de casa guapa. La ilusión de la aristócrata rebelde, la chica pop, la gélida heroin chic: son puro cuento de un trato cruel. Lo atroz de "ser divina", de borrarse.

Desde muy antiguo, propone Soley, el cuerpo de la mujer es "algo para ser inscrito", un receptáculo de mensajes. De ahí ve a la mujer idolatrada, vaciada, cuya identidad "es una actividad que requiere esfuerzo: hay que desplegar un proyecto vital y comunicar a través de la apariencia". El cuerpo es el proyecto personal del reality, que puede ser prediseñado y accesible. Tenemos el mandato cultural y social de cultivar el cuerpo: un culto feroz que trastorna en lo profundo. Soley propone que es mejor asumir la precariedad, ser solidario y buscar algo más inclusivo y verdadero.

Su sanación

Patricia Soley fue modelo en la Barcelona del destape, pero le quisieron imponer una femineidad dócil y resultó herida. La trataron de travesti y de puta: como respuesta puso en su moto la pegatina "Me gusta ser una zorra". Dejó la publicidad y las fotos, y se fue a estudiar a Edimburgo, donde se sanó, dice, por el conocimiento. ¿Qué es lo que proponen las modelos y la ropa? No es algo frívolo: "El vestido arraiga profundamente en la vivencia de nuestros cuerpos". Ella fue modelo porque vivía su cuerpo con orgullo y desinhibición. Hoy es doctora e investigadora en Antropología en la Universidad Pompeu Fabra.

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