Todos somos migrantes: la propuesta integradora de Cecilia Anríquez

Cecilia Anríquez.



Sin saberlo, Cecilia Anríquez fue recibiendo señales.

Primero, como consultora en el Ministerio de Educación, descubrió que las mejores prácticas de convivencia escolar tenían que ver con cómo los niños migrantes se integraban al sistema chileno.

Después, se percató de que aunque Chile había vivido una migración importante de peruanos, estos no necesariamente venían con sus niños, por la cercanía de los dos países. Algo distinto estaba pasando con las familias venezolanas.

La periodista empezó, entonces, a hacerse preguntas junto a su equipo de la Fundación Cámara Mágica (enfocada en la creación de narrativas de impacto social para formar infancias receptivas y tolerantes a la diversidad cultural). ¿En qué condiciones migran los niños? ¿Vienen a Chile con algún trauma? ¿Cómo es ingresar a un colegio donde todo -compañeros, juegos, expresiones- es nuevo? Cecilia sabía que algo tenía que hacer.

Pero, quizás, la mayor señal que Cecilia recibió fue la tercera, cuando un grupo de personas incendió en Iquique una serie de pertenencias de personas migrantes. Incluyendo juguetes y coches de guagua.

“Nos dimos cuenta de inmediato que había un trabajo importante que hacer porque los niños migrantes no estaban siendo lo suficientemente incluidos. Lo que pasó en Iquique fue uno de los puntos álgidos para nosotros, nos hizo poner acelerador para poder sacar un proyecto con esos niños adelante. Ahí nos dimos cuenta de la urgencia de cambiar la narrativa en torno a la migración”, comenta.

Para ella, hablar de narrativas no es hablar de discursos. “Para eso tenemos políticos de sobra”, dice. No se trata de imponer un mensaje, sino de detonar una reflexión profunda en cada uno. “Cómo yo me enfrento a la migración: yo como migrante, yo como hija de migrante o yo como vecina de migrante. Cómo me enfrento desde la historia personal que me permita decir ‘ah, esto es un migrante, no es lo que los medios de comunicación me están diciendo’”, explica.

El duelo del migrante

Tras investigar con su equipo el trabajo que podrían hacer con niños, Cecilia descubrió que un aspecto central en la historia de todas las personas migrantes era el duelo.

Un duelo que se explica por la pérdida múltiple y masiva de vínculos -con el entorno físico, social y cultural-, por el dolor y la frustración de expectativas que se producen por el hecho de trasladarse. Por la comparación entre un sitio con vínculos afectivos a otro nuevo, al que las personas migrantes tienen que adaptarse y desarrollar nuevos lazos. Y ese duelo ocurre siempre. Tarde o temprano aparece la nostalgia y la comparación con su vida previa.

La Fundación Cámara Mágica sabía que ese tenía que ser el punto de partida de su proyecto. Un libro sobre eso. Y eligieron a Cecilia para redactarlo. Esa fue la cuarta señal.

Los migrantes viven un duelo que se explica por la pérdida múltiple y masiva de vínculos -con el entorno físico, social y cultural-, por el dolor y la frustración de expectativas que se producen por el hecho de trasladarse.

Aunque prácticamente no pensaba en eso, ella también es migrante.

Hija de chilenos, nació en Francia y se vino a Chile cuando tenía cuatro años. “Yo no me di cuenta de que era migrante. Llegué acá hace más de 40 años. Por eso, cuando mis compañeros me dijeron que tenía que redactar el libro, tuve que recordar mi propio proceso de migración, conversar con mis padres, y vivir tardíamente mi duelo migratorio”, cuenta.

El resultado fue Mudanza, todos somos migrantes. El cuento narra la historia de Julieta, una niña -inspirada en Cecilia- que debe migrar del campo a la ciudad. Dice así:

Al principio todo le parecía extraño y ajeno. Los niños hablaban demasiado rápido y a veces no lograba comprender lo que decían. En el recreo cantaban canciones que Julieta desconocía y muchas veces no la incluían en los juegos porque no sabía las reglas.

Durante el proceso, Julieta siente tristeza. Piensa que no pertenece al lugar al que llegó y extraña mucho al campo. Pero se depara con personajes que le explican:

Mientras dure nuestra estancia, el lugar que nos recibe se transforma en nuestro hogar (...). Los seres vivos estamos hechos para estar siempre en movimiento.

El relato de su viaje, las emociones al enfrentarse a un lugar nuevo y las lecciones aprendidas, la llevan a descubrir que de una u otra forma, todos somos migrantes.

Cecilia Anríquez

Un paso más allá

A partir del libro, Cecilia sabía que había que detonar una reflexión profunda en los niños sobre cuáles son los viajes de migración.

Por eso, llevó Mudanza, todos somos migrantes a distintas escuelas.

La Fundación invita a los estudiantes de entre 10 y 14 años a pensar sobre dos ideas centrales: primero, descubrir al migrante de la familia. Segundo, pensar en que todo en el universo está en movimiento.

“Estamos en una galaxia que se mueve, en un planeta que rota y se traslada, donde hay aves que migran constantemente, entonces pareciera que todo lo que tiene vida está en movimiento y en esa vuelta, si los pájaros migran, si hay especies de peces que nadan contra corriente para poner sus huevos en otro lugar, si las semillas las traslada el viento y florecen en otro lugar, ¿por qué nos parece tan extraño que las personas también migren? Somos todos transeúntes y no hay nada de extraño en que las personas migren”, detalla Cecilia.

La intervención con los niños tiene tres actores: estos, los docentes que reciben las capacitaciones para poder trabajar en estos temas de entorno seguro y de confianza y los apoderados. Estos últimos cumplen un rol muy importante, destaca la periodista, porque cuando los niños salen de la escuela habiendo pasado por esas interacciones, tienen muchas dudas.

En total, se hacen tres sesiones de trabajo de 45 minutos cada una, en la que se lee el cuento escrito por Cecilia, se entrega a los niños un cuaderno con un set de actividades y los niños van contando qué descubrieron.

“Cuando entramos a una sala le preguntamos a los niños ¿qué es un migrante? Generalmente te van a decir que es una persona que se cambió de un país a otro. Seguimos en esta reflexión, leemos el cuento y entonces les decimos ‘mira, no solo es cambio de país, también es cambio de barrio’, entendiendo este nuevo concepto de migración, ¿cuántos migrantes hay en esta sala? Todos o casi todos. A continuación, invitamos a preguntar si hay migrantes en la familia. Y ahí el 100% de los niños alzan las manos”, comenta.

La conclusión de los estudiantes es siempre la misma: todos somos migrantes.

El rol de los niños

Hasta ahora, el proyecto se ha realizado en Sierra Gorda (norte de Chile), Santiago, Quilicura, Renca y Chiloé.

¿Qué te ha llamado más la atención en este trabajo hasta ahora?

Por un lado, que si bien el cuento es infantil, lo han leído muchos adultos y se han emocionado hasta las lágrimas. Creo que hay una conexión con el niño interno que todos tenemos o con ese niño que migró. Por otro, que en todos los colegios a los que he ido, noto que los niños quieren hablar de migración, quieren entender ese concepto, que va tocando ciertas fibras importantes.

Hay una puerta abierta ahí.

Sí, hay una puertecita para hablar de migración no desde los estereotipos sino que desde el corazón, hacemos hincapié en eso dentro del cuento. Es importante entender que cada historia es importante, que detrás de cada número hay una persona que tiene una historia dolorosa o feliz, que vale la pena ser contada y que tiene que ser escuchada porque la suma de todas esas historias es lo que nos va a permitir cambiar la narrativa. Las narrativas no se cambian de un día para otro, no se tapan con un discurso de “sí, de ahora en adelante vamos a ser todos hermanos latinoamericanos”, eso no va a pasar. Pero lo que sí puede pasar es que si yo hablo del corazón podré unir historias y alcanzar una infancia que sea más receptiva, más tolerante y más amorosa con la diversidad cultural.

Con una diversidad cultural como la de Julieta. O como la de la propia Cecilia.

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