Samanta Schweblin: la madre del suspenso

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La narradora argentina, presidenta del jurado del Concurso de Cuentos Paula 2017 , figura a la cabeza de la generación actual de escritoras latinoamericanas aplaudidas en varias lenguas. Sin apuro, desde 2002 ha publicado cuatro libros y este año la traducción al inglés de la novela Distancia de rescate (2014) fue candidata al gran premio Booker. Porteña de mundo, hace cinco años vive en Berlín, desde donde contesta algunas preguntas.




Paula 1236. Sábado 7 de octubre de 2017.

Ha dicho que con 24 años, en 2002, era demasiado joven cuando publicó su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio, que ganó dos premios importantes. En Buenos Aires, donde nació y creció, apareció siete años después el segundo, Pájaros en la boca, que recibió nuevos premios, publicaciones, traducción a 15 idiomas. Desde entonces vivió en lugares distantes como México, Italia y China, hasta que hace cinco años se instaló en Berlín. Su nombre está en las grandes listas. Es de las mejores y todos lo saben, mientras ella se mantiene lenta, lejana, callada.

Ha contado que cuando chica, en el colegio, dejó de hablar. De a poco recobró la voz y, al entrar a la universidad, se dedicó a escribir con máxima precisión. Desde los 17 iba a talleres literarios y ahí se forjó su trabajosa labor. Su única novela, Distancia de rescate, que apareció en 2014, es la prueba total de esa artesanía. Formada por un diálogo cruzado entre una madre  y un hijo, tan intensa que, aunque sabiendo que ella no es madre, dan ganas de preguntarle cómo fue capaz de retratar la intensidad de ese vínculo. Siete casas vacías, otro libro de cuentos publicado en 2015, también escudriña el tema.

"Muchas veces –tantas, que esto me llama poderosamente la atención– los periodistas y los lectores que acaban Distancia de rescate me preguntan si soy madre", comenta por correo desde Berlín. "Entiendo por qué lo hacen, pero también me desconcierta. Si escribiera policiales no me preguntarían '¿y usted mató mucha gente?, ¿sabe de lo que está hablando?'. Creo que ya estamos muy acostumbrados a escribir ficción alrededor del tema de la muerte, pero es muy poco lo que investigamos todavía sobre la maternidad desde la ficción. Tanto, que todavía nos es un tema incómodo, sobre el que no cualquiera puede decir, pensar o reelaborar".

En Distancia de rescate la maternidad, entre otras perspectivas, es vista desde el pánico hasta la pérdida. ¿Qué otros aspectos exploras?

Muchos otros. En Pájaros en la boca también hablo de maternidad y de paternidad, el miedo a tener hijos, la repulsión que los hijos adolescentes pueden generar en algunos padres; el rechazo, la violencia, hasta la búsqueda obsesiva por tener hijos. Son temas de los que nunca leería, no me generan interés por sí mismos, tardé tiempo en descubrir cuán metidos estaban en mis historias.

La oscuridad del amor más profundo.

No digo nada nuevo con que el amor es complicado y peligroso, que el amor nos duele, es uno de nuestros grandes temas literarios. En los dos últimos libros en particular, Distancia de rescate y en Siete casas vacías, abordo las relaciones entre padres e hijos. Me interesa esa relación que posiblemente sea la más amorosa y bienintencionada de todas, pero que es a la vez una gran fatalidad. Porque cuidar de otro, prepararlo, educarlo, formar a los hijos, por más amor que haya, siempre implica también deformar, limitar, transferir miedos y prejuicios, mandatos familiares, casi no hay forma de escapar a esta desgracia. Creo que ni los mejores padres podrían esquivar estas consecuencias.

Leí que cuando eras chica jugabas con tu abuelo a hacer un diario y al final copiaban poemas de Storni y Mistral. ¿Es el origen de tu amor por la literatura?

Todo empezó con la poesía. También leíamos a Almafuerte y a César Vallejo; a mi abuelo le encantaban y a mí me fascinaba la pasión con la que él los recitaba. Era muy malo recitando, pero él lo disfrutaba tanto que yo sentía que me estaba perdiendo de algo, quería entender esa pasión, quería que me pasara todo lo que a él le pasaba cuando leía sus poemas de pie y se le caían las lágrimas de los ojos. Así que cuando escribí mis primeros cuentos los escribía como poesía. Quiero decir, lo que escribía eran cuentos, historias, pero como lo único adulto que había leído hasta ese momento era poesía, en lugar de escribir en prosa escribía en versos.

Distancia de rescate sorprende por el suspenso: el diálogo cuestiona el mismo proceso de escribir. ¿Cómo se armó la novela?

Empezó como un cuento del que escribí decenas de versiones, pero no terminaba de gustarme. Simplemente, no funcionaba. Fue en uno de esos tantos borradores que apareció la voz de David. Cuando David habló, lo ordenó todo. Cuando le pregunta a Amanda, constantemente, ¿qué es lo importante?, me lo estaba preguntando a mí. Obligándome a no bifurcarme, a avanzar lo más rápido posible pero también atenta a cada detalle. Descubrí que era una historia que necesitaba introspección: la revisión y la búsqueda que solo un diálogo intenso entre dos personas me podía dar. Y, sobre todo, necesitaba 130 páginas más de las que estaba acostumbrada a manejar.

Te tomas tiempo para escribir.

Soy lenta, sí. Me gustaría ir más rápido pero tengo metabolismo de tortuga, necesito mi tiempo, y escribir es lo que más tiempo lleva. Escribo y reescribo muchísimo. Cuando los cuentos empiezan a tener su forma los doy mucho a leer, los pruebo y me tomo muy en serio las devoluciones. Para mí una narración es como una gran planilla de instrucciones. Si quiero que el lector haga exactamente el recorrido que quiero, tengo que asegurarme de que cada paso funciona.

Tu trabajo también es de taller.

Me formé en talleres literarios. Vengo de esa tradición, y es un honor ser un eslabón más que la continúa. Aprendí mucho: a escuchar, a leer, a hacer críticas más formales sobre los textos. A tomar distancia de lo que escribo, a leer en los textos lo que realmente dicen, y no lo que a mí me hubiera gustado que digan. Aceleraron algunas lecturas que fueron grandes influencias.

¿Qué lecturas?

Por ejemplo, haber leído autores como Raymond Carver, John Cheever o David Lodge, a los 18 años. Mi biblioteca familiar era bastante reducida, estaban los autores del boom, había mucho Kafka, mucho Cortázar, y algunos buenos best sellers de la época, pero sin los talleres literarios me hubiera llevado años llegar a esos autores norteamericanos e ingleses que fueron tan claves para mis primeros años de formación. Pero lo más importante de los talleres fue que me pusieron en contacto con otra gente de mi generación que también escribía con mi mismo compromiso. En ese momento conocer la vida de esos escritores tan de cerca, conocer sus casas, sus bibliotecas, sus procesos creativos, me daba mucha curiosidad, me resultaba fascinante. En Argentina estamos acostumbrados a que estos talleres sean más informales, y a que casi siempre sucedan en las casas de los escritores.

Ahora tú eres la escritora que abre su casa, con los talleres literarios en español que haces.

En Berlín esto puede parecer un poquito raro al principio. Los asistentes a mi taller son sobre todo latinoamericanos y españoles, escriben en español pero igual vienen de otras ciudades y otras culturas, y a veces les cuesta entender esto del taller en la casa. Después, cuando se animan y ven el nivel de compromiso con el que se trabaja, se enganchan enseguida.

Has dicho que aunque estés en Berlín siempre escribes sobre Argentina.

Es verdad, en general, en cuanto me siento frente a mi escritorio y empiezo a trabajar mi cabeza viaja inmediatamente al escenario argentino. Argentina ha sido siempre, por defecto, mi espacio literario. No es que no pueda escribir de nada más, ahora, por ejemplo, estoy escribiendo una historia que sucede en 25 ciudades diferentes de todo el mundo. Así que, quien sabe, quizás al fin salga un poco de mi Argentina.

¿Cómo te va allá, en Berlín?

Hace cinco años que vivo en Berlín y han sido los años más productivos de mi vida. Lejos de Buenos Aires, y sin dominar bien todavía el alemán, mi mundo se convirtió en un espacio mucho más pequeño, es un aislamiento buscado que me ayuda a sumergirme en mi trabajo. Creo que vivir como extranjera también tiene que ver con la escritura. Muchas cosas están aún cargadas de gran extrañamiento, uno siempre está corrido de lugar, hasta las cosas más simples pueden suponer nuevos descubrimientos o absurdos malos entendidos. Y es de ese desfasaje entre lo que creo que son las cosas y lo que las cosas realmente son que surge gran parte de mi material de escritura. Vivir como extranjero es vivir constantemente en alerta y, a la vez, asumir que es imposible entenderlo todo, asumir lo extraño y lo desconocido como parte de la normalidad.

Te han puesto a la cabeza de un boom literario femenino latinoamericano, que me parece es más que una movida marketinera-periodística.

Hay notas un poco exageradas, y me incomoda también porque hay muchas narradoras latinoamericanas de mi generación que son muy buenas. Sí creo que están pasando muchas cosas con la literatura latinoamericana escrita por mujeres, entonces es obvio que se le dé espacio. Me gustaría, eso sí, que se recuerde más seguido que ese espacio ganado no es porque el género lo merece, es por pura y maravillosa calidad.

¿Qué opinión te merece el feminismo actual? ¿No te parece que se abusa de la preeminencia del género?

Siempre hay extremos, por supuesto, pero el promedio no lo considero exagerado, sino todo lo contrario. Creo que es un momento interesante para ser mujer. Porque sí, es verdad, la desigualdad de derechos y oportunidades sigue siendo muy despareja, sigue siendo –en algunos sectores– hasta abusiva, injusta y peligrosa. Pero es una tendencia que está cambiando. Así que es un momento interesante no solo para luchar por eso, sino también para pensar qué vamos a construir en esos nuevos espacios que estamos ocupando, qué necesitamos reformular. Lo que quiero decir es que creo que es un muy buen momento para pensarnos, y la literatura es un gran espacio para eso.

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Récord de postulaciones

520 trabajos llegaron este año al Concurso de Cuentos Paula. El jurado se encuentra deliberando. La ceremonia de premiación será el 11 de enero y contará con la presencia de Samanta Schweblin. Para entonces, ya estará impreso el libro con los cuentos ganadores y finalistas (Alfaguara).

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