Psicobiología del hambre: ¿Qué nos impulsa a comer?




Antes de seguir perpetuando la culpa por comer o continuar con esa lucha incansable por no sentir hambre, recordemos que el hambre nos dice que nuestro cuerpo está vivo, que necesita de energía para que todas nuestras células continúen funcionan en armonía, y que necesita nutrición. Y todo esto sin olvidarnos del placer, de todo lo emocional y social que nos evoca comer.

Aquí les contaré cómo funciona a nivel biológico y psicológico el acto de comer, dilucidando interrogantes como qué es lo que nos impulsa a comer, qué diferencia hay entre el hambre y el apetito, por qué no siempre nos impacta de la misma manera, por qué a veces nos cuesta parar de comer, o por qué seguimos comiendo aún cuando estamos llenas.

Antes que nada tenemos que recordar que somos seres sociales, emocionales y racionales. Hace poco escuché la frase “Somos el único animal al que hay que enseñarle a comer, porque todos los demás animales saben de manera instintiva qué alimentos comer”. Creo que es visión reducida y carente de ver el acto de comer. No es que tenemos que aprender a comer -aunque claro que hay mucho que aprender y desaprender-, pero no olvidemos que somos los animales más complejos y que no solo comemos para subsistir, sino que comemos por una serie de otras razones. No siempre que comemos lo hacemos desde el instinto que nos impulsa a buscar alimentos. Comemos por imitación, por sentirnos pertenecientes, porque tenemos memoria y recuerdos de lo sabroso que es ese alimentos, porque nos recuerda a la infancia, y también porque aprendimos que ese alimento en particular tiene una serie nutrientes potenciales a darnos un beneficio a nuestro cuerpo.

En el acto de comer interfieren 3 áreas de nuestro cerebro: el cerebro reptiliano – instintivo, el cerebro límbico – emocional, y el cerebro racional. Así es como nuestras decisiones alimentarias siempre estarán teñidas e influencias por lo físico, emocional y mente, generando hambre y apetito.

Desglosando. El hambre surge desde nuestro estómago porque se percata que no hay alimento y con ello nuestras células y nuestra flora bacteriana envían señales de que ya es hora de reponer energía. Un tipo de hambre mas visceral y físico donde está nuestro cerebro más primitivo (Reptiliano) ejerciendo su función para buscar energía.

El apetito es lo que nos mueve a la búsqueda de alimentos, es la motivación y el motor que puede o no ir de la mano con el hambre. Muchas veces estamos motivadas a comer algo y no necesariamente es porque nuestro estómago o células lo piden, puede ser simplemente por las ganas y el placer de sentir sabores. Como bien sabemos, no solo comemos desde el estómago, la necesidad de subsistir y comer alimentos altamente nutritivos para nuestra salud. El apetito puede surgir desde nuestro lado emocional y social, como cuando estamos frente a un llamativo y atractivo aperitivo con amigos o cuando vemos un postre en una cafetería y sentimos el olor irresistible a café.

O también podemos decidir desde lo más racional: “No he comido en 5 horas y lo más probable es que no tendré tiempo después”. Entonces elijo comer, algo que he aprendido que me entregará energía, vitaminas y minerales para continuar mi día.

Como vemos, no es sólo desde las células que reclaman por energía. Hacer que estas tres áreas conversen y se validen entre sí, puede ser un cambio profundo hacia cómo nos han enseñado y percibido el acto de comer. Más que luchar para que una prime sobre otra, se trata de observar que hay veces en que podemos decidir desde diferentes lugares de acuerdo a las necesidades propias y contextos del momento.

Este nuevo entendimiento nos puede permitir ser más compasivas y amables con nosotras. Y nos abre camino hacia reformular creencias que tanto daño nos han hecho para comenzar a confiar en las señales de nuestro cuerpo.

Camila es Nutricionista – Health Coach. Instagram: @camilaquevedot

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