Nuestra decisión de aceptar la infertilidad




“Con mi marido llevamos casi 12 años juntos. Nos conocimos en el colegio, donde fuimos amigos hasta que, por distintas razones, nos distanciamos. Después de pasar casi cuatro años sin saber del otro, en 2012 nos reencontramos y comenzamos una relación. Nunca más nos separamos. Seis años después nos casamos en una linda ceremonia en la playa.

A los meses de casarnos, decidimos que yo dejaría de tomar pastillas, con la excusa de que llevaba muchos años tomando y que quería desintoxicarme. No estaba en nuestros planes tener hijos, pero tampoco nos negábamos a ser padres. Que pasara lo que tuviese que pasar, pensamos.

Igual en nuestras conversaciones siempre rondó la idea de que el mundo actual no es propicio para ser padres, con problemas de sobrepoblación y dificultades económicas. Ahora que miro hacia atrás, pienso que de cierto modo nos estábamos poniendo un escudo frente a lo que comenzábamos a visualizar: un problema de infertilidad. Pues pasaba el tiempo y no quedaba embarazada.

A pesar de nuestras reflexiones, ambos decidimos hacernos exámenes médicos por separado. Mi esposo acudió a un urólogo para revisar su situación con un varicocele que ya estaba diagnosticado, mientras que yo visité a una ginecóloga debido a mis menstruaciones dolorosas. La conversación con la gine partió por los dolores menstruales, pero de a poco se fue desviando hacia el tema: llevábamos más de dos años sin cuidarnos y no me embarazaba.

Me pidió una serie de exámenes de sangre, ecografías, lo normal. En la segunda consulta, con resultados en mano, me dijo que me tenía que derivar a un especialista en fertilidad. Con mi marido quedamos sorprendidos y, no miento, un poco desconcertados. Una cosa es declarar que no estamos seguros de querer ser padres, pero otra distinta es que te aseguren que no puedes serlo. A pesar de eso, decidimos no hacer nada, hasta que en un almuerzo familiar, lo comentamos. La hermana de mi marido, que es matrona, nos recomendó un doctor de una clínica de fertilidad muy conocida. Según ella había ayudado a algunas amigas y era muy bueno.

Nuevamente con la excusa de simplemente saber qué nos pasaba y no con la idea en mente de meternos en algún tratamiento, tomamos una hora virtual. Nos sentimos como en un negocio de hacer guaguas de laboratorio. Le mostramos los resultados de mis exámenes y los de mi marido también. Mandó a mi marido a tomarse muestras de sus espermios y a mí una radiografía de pelvis.

En la segunda consulta, nos dijo que al parecer todo estaba en orden para comenzar un tratamiento, así que el paso siguiente era una inseminación artificial después de algunos pinchazos para estimular mis óvulos. Y si eso no resultaba, vendría una fertilización in vitro.

Las veces que habíamos hablado de la posibilidad de hacer un tratamiento de este tipo, mi marido me decía –con lo poco que sabíamos del tema– que no le gustaría hacerme pasar por esos procedimientos. Nunca desmereciendo o juzgando a quienes sí deciden realizarlos, simplemente en nuestro caso preferíamos invertir nuestra felicidad, emociones, tiempo, y obviamente lucas en otro tipo de sueños.

Sin embargo, antes de la visita a esa clínica, él dejó de fumar por un tiempo, pues le dijeron que afectaba su fertilidad. Y para mí su esfuerzo generó un cuestionamiento sobre si yo también debía hacer un esfuerzo y someterme al tratamiento.

Ante las dudas, dejamos pasar el tiempo. Hace más o menos un año y medio, un compañero de trabajo de mi marido le recomendó otro ginecólogo. Le dijo que era una eminencia y que él y su señora habían ido por los dolores menstruales de ella, se había operado de endometriosis, y al mes se había embarazado.

Fuimos y me agradó porque se interesó en nuestro estilo de vida, en lo que buscábamos en el futuro y principalmente en ayudarme a mí, no sólo en buscar un embarazo. Me dijo que por mi historia familiar y médica, lo más probable es que tuviera endometriosis y que debía operarme. Decidí hacerlo, pensando en mí y en mis dolores, pero no miento, también guardaba la secreta esperanza de ser parte de ese porcentaje de mujeres que después de esta cirugía, se embaraza.

Me operé en secreto, no le contamos a nadie y vivimos todo el proceso los dos solos. Juntos. Lo recuerdo con mucho amor y como una muy bonita experiencia juntos, nos unió mucho.

De esa operación ya ha pasado un año y acá estamos, unidos, viviendo nuestros sueños –nos vinimos a vivir a la playa– con nuestro perro que adoramos y que nos tiene vueltos locos de amor y felicidad, pero infértiles. Los dolores bajaron, las emociones no. Las dudas siguen.

Mi marido, a diferencia mía, es muy cercano a los niños. Tenemos muchos sobrinos por ambos lados y todos se dan con él de una forma que me hace cuestionarme mucho nuestra decisión de no hacernos un tratamiento de fertilidad.

Cada mes los cuestionamientos, dudas y esperanzas de que no llegue la regla están presentes. En fechas especiales como el día de la mamá, inicio del año escolar, cumpleaños infantiles, baby showers o noticias de embarazos cercanos, me sumerjo en un mar de emociones y contradicciones. Y honestamente, con los años estas emociones han ido en aumento. Hoy tengo 34 y ya van seis desde que dejamos de cuidarnos.

Me operé en secreto, no le contamos a nadie y vivimos todo el proceso los dos solos. Juntos. Lo recuerdo con mucho amor y como una muy bonita experiencia juntos, nos unió mucho.

La inevitable incertidumbre de qué podría pasar en un futuro y cómo esto podría afectar nuestro matrimonio es un monstruo constante, al menos para mí.

De vez en cuando conversamos sobre esto. A veces lloramos, a veces nos reímos, a veces peleamos, a veces nos abrazamos.

Lo único que paró fueron las preguntas de nuestros familiares. Y por suerte. Porque lidiar con la presión social es difícil.

A pesar de que somos muy felices juntos y tenemos nuestra mente muy ocupada construyendo nuestra casa y armando nuestra nueva vida en el sur, para mí, esta es la dificultad que la vida nos puso en el camino. Trato de pensar que a cada persona y pareja la vida le pone pruebas y dificultades, y que ésta, es la nuestra. Solo espero que sepamos llevarla bien, y por sobre todo, juntos”.

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