Levantar los brazos: “Tenemos que generar los espacios donde nuestro mundo interior no sea tapado con miedo o vergüenza”




“Desde muy pequeña tuve problemas de sobrepeso, lo que implicó que constantemente me molestaran. Eso me fue cohibiendo entre mis pares, al punto de que casi todo me daba vergüenza porque, pasara lo que pasara, siempre tendría miedo de ser un objeto de burla. Era una pesadilla ir a la escuela, y a medida que fui llegando a la pubertad, descubrí cómo el ser mujer se fue volviendo cada vez más incómodo. Desde dejar que se me pesara en un gimnasio frente a todos mis compañeros sin decir nada, hasta miedo de los hombres que me hacían bullying porque era gorda, me acosaban sexualmente e incluso se sentaban en la silla de atrás para manosearme”, cuenta la diseñadora gráfica Sara Andrade (36).

Para ella, la libre expresión se fue haciendo cada vez más difícil, y haber vivido todos estos episodios afectó tremendamente su autoestima y desarrollo en todo sentido. “Pero por sobre todo, ya no tenía ganas de vivir mis espacios en paz. Tuve que crear una coraza súper fuerte, donde solo me enfoqué en estudiar y aumentar mi conocimiento en todo lo que podía, sin preocuparme de ser amorosa o interactuar. Era eso o dejarme hundir por la depresión”.

Su historia grafica por qué muchas mujeres viven constantemente cohibidas e inhibidas. Para María de los Ángeles Encina, psicóloga clínica de adolescentes, docente de la Universidad de los Andes y post ítulo en Terapia Breve Estratégica del Centro MIP, la autoestima se define como “la valoración que tenemos de nosotros mismos, una que fluctúa entre extremos negativos o positivos, y que se ve influenciada por ser aceptados por nuestros pares. Por eso en la exigencia social que hay para las mujeres, empezamos a construirnos desde lo que los demás quieren que hagamos, y en el intento de adecuarnos a ese estándar aceptable, callamos”.

Es difícil imaginar un mundo donde podamos ser nosotras mismas si enfrentamos constantemente un juicio, que a su vez genera un miedo a vivir nuestra identidad. Como explica Paula Pavez, psicóloga evolucionista, docente e investigadora del Laboratorio de Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de la Playa Ancha, “desde la temprana infancia, es nuestro sistema nervioso central el que regula y moldea las motivaciones a expresar o no según las experiencias que vivimos con nuestros vínculos de apego. Cuando somos niñas ese rol lo cumple la madre, pero a medida que vamos creciendo, van entrando los amigos y las parejas”.

Si no hemos tenido experiencias con los vínculos importantes que nos hagan saber que alguien recibirá nuestra emoción cuando la sacamos hacia afuera, la autoestima se verá afectada cada vez que nos enfrentamos a un juicio. “Cuanto más emocional es una situación, es mucho más probable que la guardemos en nuestra memoria y sepamos cómo actuar la próxima vez que nos enfrentemos a algo similar. Es un aprendizaje que en el caso de la inhibición, se da a través del miedo e incluso el trauma, y si las mujeres vivimos en una cultura que constantemente nos somete a ellos, nuestra expresión se va a cohibir y mezclar con una sensación de desagrado y ansiedad”, dice Paula.

Isabel Margarita Bravo, psicóloga de la Universidad de Chile y Magíster en Psicología Clínica Infanto-Juvenil, explica que el punto de inflexión entre la cohibición y el sacar la voz “se da cuando se abren estos espacios para externalizar lo que tengo inhibido, y lo que digo es recibido desde un lugar amoroso y respetuoso. Por eso la sororidad funciona, porque ahí nace todo el coraje que hemos tomado las mujeres para sentirnos valoradas y eso nos permite superar el miedo”.

Eso explica el hecho de que cuando Sara terminó la educación básica y se cambió a un liceo femenino que llevaba solo dos años aceptando hombres en sus salas, encontró algo que la hizo despegar. “Era un lugar rodeado de mujeres donde alumnas y profesoras éramos mayoría, y donde los hombres nos trataban con respeto porque sabían que habíamos llegado primero. Me sentía mucho más acompañada y segura, e hice verdaderas amigas. Se notó el cambio en mi expresión y desempeño en los espacios que participaba y hasta aprendí a cantar, algo que siempre me había gustado pero nunca me atreví a probar”.

Aunque las redes de apoyo y contención entre mujeres pueden cambiar nuestras vidas en ese sentido, es necesario comprender que la liberación de nuestra expresión conlleva también un trabajo más arduo y personal, que irá sumando para los espacios que habitemos juntas después. Porque la cohibición no significa que la emoción desaparezca de nuestros seres, sino que todo lo contrario, “ésta terminará expresándose por otra vía como la depresión y una falta de amor propio difícil de superar”, según explica Paula Pavez.

Para Sara fue así. Cuando salió de la enseñanza media, “esa seguridad de haber crecido entre mujeres desapareció, porque tuve que ocupar espacios que no prometían ser así de amigables. La depresión creció, seguí aumentando de peso y muchas cosas me daban pánico”.

Puede ser problemático concebir la autoestima solo como una valoración influida por lo que dicen los demás, porque cuando no podamos sentirnos seguras o rodeadas de apoyo, podemos caer de nuevo. María de los Ángeles Encina explica que para eso, “hay un concepto que nos puede ayudar a sacar la voz y sanar la inhibición desde lo profundo. Se trata de la ‘auto-compasión’, que entiende la autoestima como algo más influido por lo que llevamos dentro Aquí el amor propio no depende de extremos, sino de tratarnos a nosotras mismas de manera más amable, con intermedios y reconociendo nuestras fortalezas en vez de criticarnos y creer que no somos suficientes”.

Camila Alarcón (20) lo descubrió en la época escolar, cuando se dio cuenta que cuando sus compañeras pasaban a hacer disertaciones, los demás se reían y la profesora tenía que poner orden para que pudiesen seguir. Pero cuando le tocaba a ella, “nadie hacía ni un solo ruido, porque sabían que si me interrumpían o buscaban molestarme, lo iban a recibir de vuelta tres veces peor. Así formé una personalidad dura que me ahorró varios momentos incómodos, pero solo porque tuve la necesidad de mostrarme inquebrantable. En realidad, todo tenía que ver con una disparidad en el trato si es que eres mujer”, cuenta.

“Si bien no tenía complejos con ser una mujer biológicamente, descubrí que el género no binario no incluía esta carga de expectativas”, continúa Camila. “Sentí que tenía la posibilidad de ser una hoja en blanco y levantar mis brazos en los espacios no desde mi apariencia, sino desde el estudio constante de todos los temas que hablo. Pero se que eso no es algo que haya logrado siendo una persona de autoestima elevada al extremo. Vivo en intermedios y aún tengo mucha seguridad que trabajar, pero el gran acto de valentía, fue aprender a respetarme, a que puede que no me sienta segura, pero que eso no me convierte en menos”.

Mostrarnos tal y como somos también nos recuerda que no estamos solas. Trabajar ese amor propio luego nos permitirá levantar los brazos sin miedo, así como también integrar espacios más sanos y de apoyo. Isabel Margarita Bravo explica que “lo que nos ayuda a salir de la herida profunda de la inhibición, es definitivamente validarnos a nosotras mismas, pero también generar los espacios donde nuestro mundo interior no tenga que ser tapado con miedo o vergüenza. Las figuras de apego que participan en estos procesos son importantes, porque quien sea capaz de mirar esas necesidades y acogerlas desde afuera, nos dará la fuerza para desarrollar la conexión cerebral que nos dice que tenemos que auto-validarnos también”.

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