La relación madre-hija en el diván

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Amor-odio, cercanía-lejanía, empatía-desencuentro, admiración-rechazo. La relación madre e hija es intensa y pasional, y tiene un desarrollo que, al menos en la teoría freudiana, retoma la armonía de los primeros años cuando esa hija se transforma en madre. En esta entrevista la sicóloga y sicoanalista Eugenia Valdés desmenuza esta trama común a todos.




Paula 1198, Especial Madres. Sábado 23 de abril de 2016.

Siempre se escucha sobre el complejo de Edipo referido a la relación entre hijo y madre. ¿Cómo se aborda, desde el sicoanálisis, la relación hija-madre?

El complejo de Edipo habla de una relación de amor y odio con el padre del sexo opuesto. Se puede hablar de Edipo positivo y de Edipo negativo. El Edipo negativo en la mujer está relacionado con el amor que siente la hija por la madre. Como en el niño, la primera relación de amor de una niña es con su madre. Ella desea ser su objeto exclusivo, pero en la medida de que percibe que hay un tercero en la relación, el padre, y que él posee algo distinto de la madre, el pene, ella también desea tenerlo y de a poco va trasladando su amor al padre. A este amor intenso de la niña hacia la madre se le denomina Edipo negativo.

Se suele decir que la relación con la madre es la más determinante de todas las relaciones que puede experimentar una persona. ¿Es así?

Así es. Todo el amor que la madre entrega en esa relación primera, y que el hijo o hija es capaz de recibir, es estructurante en términos de constituir el primer pilar del aparato mental.

¿A qué se refiere con "primera relación"?

Esa primera relación comienza desde que la madre concibe la idea de tener un hijo. Si la madre desea un hijo del padre y si este hijo se empieza a concebir dentro de un ambiente que lo desea, las condiciones son favorables. Desde el embarazo la madre tiene expectativas, amor y ternura hacia el hijo que espera, y de alguna manera esos sentimientos son percibidos por la guagua. Hay investigaciones de ecografías seriadas que avalan estas ideas. El siquiatra y psicoanalista argentino Roberto Oesler, radicado en Estados Unidos, concluyó a través de sus estudios que cuando la madre está tranquila, también lo está el bebé. Durante la espera, madre e hijo constituyen una unidad. Lo que le pasa a uno, repercute en el otro de manera absoluta.

¿Una hija con una relación difícil con su madre tendrá inexorablemente una relación compleja con su hija?

La relación madre e hija está relacionada con la suma de identificaciones que ha tenido la madre con su propia madre y otras figuras significativas. Si una mujer tuvo una mala experiencia con su madre, tendría la tendencia a repetir ese patrón con su propia hija o algunos aspectos de esa relación. Romper los espejos es difícil, sin embargo, esos estilos vinculares pueden ser modificados con ayuda de otros y en eso va a influir la capacidad de la mujer de introducir cambios y el apoyo de quienes la rodean.

La relación madre e hija, ¿es un tema recurrente en su consulta?

Sí. La figura de la madre está siempre presente en el trabajo terapéutico. La relación madre-hija es una relación muy intensa, de mucho amor y odio. La relación primera es muy fuerte, porque la hija debe trasladar todo su amor a la figura paterna. En la hija ese desplazamiento tiene que ver con una desilusión: la madre no es capaz de darle todo lo que debía; esto es el pene del padre. Entonces la niña percibe que la madre carece de "algo". La niña desde muy temprano percibe esa falta. Si el padre logra ser una buena figura que acompaña a la madre y que está presente, se va introduciendo de una manera paulatina, es decir, debe participar cariñosamente a separar la dualidad de madre e hijo y a incorporarse, aceptando ser el tercero de la relación. Si todo va bien, la niña va a trasladar todo ese primer amor que sintió por la madre al padre, sin dejar de quererla.

"En la adolescencia, la niña encara a la madre y establece una especie de competencia con ella: la niña es más linda, más joven, tiene todo por delante".

En terapias sicoanalíticas el terapeuta a veces le pregunta a su paciente si tomó leche materna. ¿Por qué esa pregunta?

La leche materna no solo alimenta las necesidades fisiológicas del bebé. Es también un alimento para la mente. El niño que se amamanta recibe el amor y la entrega de la madre y ella siente que se entrega a ese hijo. Esa pregunta se explica porque como terapeutas nos interesa saber en qué condiciones vino al mundo el paciente. Si fue un niño esperado, si fue amamantado. Esas son sus primeras experiencias, fundamentales en el aparato mental. Para una mujer puede ser provocadora la pregunta, porque la lleva a imaginar que está tomando pecho de otra mujer y entonces se evoca un vínculo homosexual. Y así es. El primer vínculo amoroso de una hija es con otra mujer.

Uno de los momentos más temidos de la maternidad es la llegada de la adolescencia. Ya a partir de los 10 años las madres experimentamos un cambio en nuestras hijas: comienzan a criticarnos y comienzan a rechazar los besos y los abrazos. ¿Me puede explicar qué les pasa?

En la adolescencia –que comienza paulatinamente a los 10 y tiene su peak a los 14 o 15 años– vuelven a aparecer los mismos conflictos relativos a lo incompleta que es la madre. La niña encara a la madre y establece una especie de competencia con ella: la niña es más linda, más joven, tiene todo por delante. Este alejamiento de la madre favorece los necesarios procesos de diferenciación, en donde la niña debe incorporar cosas de la madre y al mismo tiempo rechazar otras. La hija se aleja de manera intensa y eso es doloroso para la madre. Lo hacen huyendo de una relación con tintes homosexuales. El grupo de pares y otras niñas comienzan a ser depositarias del amor que le han quitado a la madre.

¿Qué debiese esperarse de esta etapa?

Al principio se observan los clubs de Pequeña Lulú, en donde las niñas comentan, discuten, rivalizan, se arman grupos de a dos muy cerrados y se prioriza la fidelidad. Las niñas son muy absolutas: la amiga solo las debe querer a ellas, al igual que la madre del primer periodo. Pero como este amor absoluto cansa, buscan a otras y así. En cada una de estas amistades van probando qué rasgos les gusta y acomoda. Es como si hicieran un vitrineo de identidades, hasta que cada una de las características se va consolidando, acomodando y van incorporando de a poco a los niños. A través de estas nuevas amistades con el sexo opuesto comienzan a completar lo que la madre no les dio. Comienzan los pololeos.

La madre que envejece se enfrenta a una hija que comienza a desarrollar su cuerpo. ¿Qué pasa con ambas frente a estos cambios tan potentes?

Es muy difícil. Para las niñas significa asumir un cuerpo sexual femeninamente. La aparición de los pechos y las curvas las obligan a enfrentarse a que son mujeres. Es decir, las niñas enfrentan tres duelos: el duelo de abandonar el cuerpo de la infancia, el duelo de alejarse de los padres de la infancia y el duelo de perder su antigua identidad y de hacer una nueva. Es para niñas y niños una etapa dolorosa. La madre, por su lado, se ve enfrentada al paso del tiempo, debe renunciar a los antiguos estilos con niños pequeños y cambiar la identidad de madre de niños pequeños.

La juventud versus la pérdida de juventud, ¿es un tema que provoque competencia entre madre e hija?

Diría que cuando la madre es sana, ella permite el crecimiento de la hija. Es como el cuento de Blancanieves y el "espejito, espejito". El espejo de una madre sana dice que hay otra mujer que es mucho más linda y toma la determinación de no ser una quinceañera, sino que acompañar a otra quinceañera.

¿De qué manera el comportamiento de la madre marca la sexualidad de la hija?

A través de las identificaciones. Si una hija ha visto dificultad en las elecciones de pareja de la madre, promiscuidad, exceso de inhibición o formas de ser inestables, la niña se va identificando con eso. No quiere decir que todos los patrones sean iguales. A veces también puede operar de una manera opuesta en caso, por ejemplo, de que la niña se haya podido identificar con otros modelos. Un modelo tradicional de familia no garantiza tampoco la salud mental de los hijos. Todo depende de cómo sean vividas y sentidas las distintas etapas y la forma de ir incorporando las distintas experiencias.

Algo pasa cuando las mujeres tenemos hijos. Al parecer comenzamos a ver a nuestras madres con menos severidad. ¿Cómo se explica eso?

Freud menciona que la niña, a diferencia del varón, culmina el Edipo cuando tiene una pareja y cuando tiene un hijo, especialmente si es hombre, porque en ese minuto obtiene el añorado falo que no tuvo y que no le dio esta madre castrada. En cambio en el hijo, esto es mucho más temprano: cuando descubre que tiene pene y quiere competir con el padre, para ser el único objeto amoroso de la madre.

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