Hablar sobre la muerte de mis hijas me ha permitido ayudar a otros

Paula Assler, perdió a dos de sus hijos en el mar.

Después de que dos de sus hijas murieran en un accidente en el mar de Perú, hoy Paula habla del duelo y la muerte en redes sociales para ayudar a quienes han pasado por situaciones parecidas. Han pasado meses y parte de su reflexión es que de lo terrible también salen cosas bonitas.




“En 2016 nos fuimos de vacaciones a Perú con mi familia, hijos y nietos. Arrendamos una casa que tenía una playa cerca. Llegamos un domingo y ese mismo lunes nos fuimos al mar. Yo estaba tendida y no nos dimos cuenta cuando mis hijas, la María José (34) y la Antonia (24), se fueron a bañar. Otra de mis hijas vio que el agua les llegaba hasta las rodillas.

Ellas nunca se metían mar adentro, por ningún motivo. Pero de repente las agarró una especie de turba, un remolino y las tiró como a unos 70 metros hacia las rocas. Yo siempre explico que la última imagen que vi de ellas fue una cabeza y una mano. Se metió mi yerno y mis hijos a tratar de sacarlas. No había ningún guardia, salvavidas, nada en esa playa. Fue imposible sacarlas. Después de varias horas las encontraron en distintos lugares. Fue demasiado duro, terrible, espantoso. Lo peor.

Llevo unos tres meses hablando del duelo y de la muerte de mis hijas en redes sociales. Fue algo que partí de manera consciente. Y si bien en un principio abordaba pequeñas cosas, después seguí porque me di cuenta que podía ayudar a la gente y eso me fue entusiasmando. A todos quienes me escriben, que son hartos, trato de contestarles. Y es que me he dado cuenta de que produce una relación profunda a través del dolor.

Creo que ayudar al otro es mi segundo proyecto en la vida y eso me pone contenta. Sobre todo porque yo no doy ninguna receta. Nada de lo que yo te diga va a ser que se te pase el dolor y la gente se da cuenta de que no hay una receta, es más bien un caminar. Es un tiempo al tiempo. Hay que llorar a la gente.

A la gente no le gusta llorar y menos a los hombres. Tampoco hablar de la muerte. La gente le tiene pánico a la muerte porque en el fondo no sabe cómo es, tampoco averigua. Pero en cualquier minuto uno desaparece, como me pasó a mí con mis hijas. A mi me gusta mucho hablar de eso. Yo abrazo la muerte, es inevitable para todos.

Cuando a mí me venían a ver amigas a la casa, me hablaban de otras cosas y yo lo único que quería era hablar de mis hijas, de lo que pasó, de cómo pasó. Ellas por cariñosas, por ser buenas personas, me hablaban de otra cosa para distraerme. Le he preguntado a muchas mamás que han estado en esta situación y me dicen lo mismo: quieren hablar solamente del hijo o hija que perdieron, todos los otros temas les da lo mismo.

A mí me dio mucha rabia, me sentía incomprendida, hasta que después me di cuenta de que era desde el cariño y del amor. Que simplemente no saben hablar de la tristeza, no saben hablar de las penas.

Con el tiempo me he dado cuenta que sin muerte no hay vida y que todos vamos a pasar por eso, entonces creo que hay que conversarlo. Cuando yo era chica el tema estaba escondido. Se moría alguien y nunca más se hablaba de esa persona, no se entraba a su pieza. Creo que es muy importante hoy, que es un mundo más rápido y diferente, que se hablen de estas cosas.

Es raro lo que pasa porque también me he dado cuenta de que al mismo tiempo la muerte es un tema del que la gente quiere conversar. Todos nos vamos a morir, es lo único que tenemos claro. Y cuando la gente se acerca, logro levantarles el ánimo y eso a mí me encanta.

Nosotros siempre estamos haciendo duelo: te cambias de casa, te separas, se va el día, tu hijo se va a vivir afuera y no lo ves en dos o tres años. Esas cosas también son duelos. Yo escribí un libro sobre cinco duelos míos y ahora digo que, si no los hubiera tenido, tal vez no hubiera salido del tema de mis hijas. La vida me preparó para eso sin darme cuenta. Doy gracias por lo que me pasó antes de la muerte de mis hijas porque por eso pude pararme. Tenía una caja de herramientas que pude usar. Igual el proceso fue largo, duro, triste, horrible. Es como haber estado en el último hoyo del planeta sin ver nada. Pero cuando estuve mejor, me di cuenta que mi segunda misión es ayudar al otro en lo que sea.

Tuve la suerte de haber trabajado en terapia este tema porque uno nunca sale del duelo. Yo siempre las lloro y las echo de menos. A veces pienso ‘qué ganas que bajaran de alguna parte y poder abrazarlas’. Creo que eso va a pasar hasta el día en que me muera, no tengo duda. Pero haber pasado por todas esas emociones hace que puedas salir. Yo tuve rabia, angustia, pena, celos, todas de una. Es una bola de puros sentimientos. Me sirve ser positiva, aunque no me gusta mucho decirlo porque no es fácil para todo el mundo, pero siempre trato de ver la mejor parte del vaso y eso me ha ayudado.

A esa playa volví a los tres años y medio del accidente. Quería volver a ese lugar porque quería llorarlas y pensarlas. Cuando pasó todo esto yo no pude porque tuve que hacer muchos trámites, tenía que ocupar un lado de la cabeza para pensar qué hacer. Siempre me quedó esa sensación de que no las había llorado como me hubiera gustado. Y por eso volví a los tres años y medio, a ese mismo lugar. Fue duro llegar, pero me vine contenta. Me lo lloré todo.

También en ese momento me reconcilié con el mar. El mar me las quitó, pero tuve mucha suerte de que también me las devolvió y pude enterrarlas, eso es un regalo. Cuando las personas no entierran a sus muertos queridos siempre queda esa sensación de nunca cerrar, de duda. Eso es lo que les pasa a las madres de los detenidos desaparecidos, yo pienso mucho en esas madres. Después de todo lo triste, siento que fue un regalo poder enterrarlas.

Al principio pensaba que era algo muy injusto lo que me había pasado. ¿Por qué no le tocó a otro?, pensaba. Pero eso es solamente el ego. Cuando acepté lo que pasó, ahí empecé a hacer el duelo. Antes lo negaba. Al aceptar que no las iba a ver más, que las niñitas se murieron, ahí recién empecé el duelo. Porque también hay culpas. Es inevitable pensar que si no hubiéramos ido a esa playa, no hubiera pasado nada. Pero después te das cuenta de que va a pasar igual, que cuando uno tiene su minuto, va a pasar igual. Esas culpas son normales. Por eso es que siento que hablarlo puede ser un aporte para otra persona.

Yo al principio no salía, y cuando empecé a ir al supermercado veía que la gente se reía. Yo pensaba, ¿por qué se ríen? ¿por qué no lloran conmigo? Veía los autos circulando y no entendía por qué el mundo no se paraba a llorar y eso es un ego tremendo. Veía a mamás caminando con hijas de edades parecidas y me daba unos celos horribles. Cuando cuentas esas emociones y pensamientos la gente dice: me pasó lo mismo. Ves que es normal.

Creo que para mí también es importante no caer en un rol de víctima. La gente te dice mucho, pobrecita, pobrecita. Pero si te quedas ahí, cuesta mucho salir. Te quedas en ese rol de pobrecita. Es fácil caer en eso. Y no solo con la muerte de los hijos, sino con muchas cosas. Entonces yo siempre digo, no soy pobre de nadie. Las cosas que me han pasado, me han pasado a mí.

Con la familia de mi yerno hicimos una especie de bloque y nos agrupamos para hacer duelo y llorarlas juntos. Eso fue súper importante porque venía el cumpleaños de un niño, venía la Navidad. Yo siempre hablo de las niñitas, mis hijos también. Nos reímos de las tonteras que hacían, siempre estamos hablando de ellas, siempre están en la mesa. Yo no las veo, entonces tuve que hacer otra relación con ellas, pero las siento.

“Una vez le pregunté a mi nieta si se acordaba de su mamá. Ella me que no, pero que la conocía. Y sí, la conoce a través de nosotros, de las fotos, de los cuentos, de los recuerdos”.

En las redes sociales me topo con gente que está muy triste por diferentes situaciones. Entonces yo les digo cosas que creo les podría ayudar, cosas que a mi me ayudaron. Conversamos. Me escribe gente de otros países. Me cuentan sus penas y muchas veces nos juntamos a tomarnos un café. Una vez también fui a Viña a conversar con una madre, almorzamos, caminamos por la playa y volví muy contenta de haber podido darle contención. Esas cosas me llenan porque siento que es un granito de arena de ayuda para alguien.

A veces las familias están divididas porque muere alguien y cada uno hace su duelo por separado. Creo que es muy importante hablar de nuestros muertos. Lo hablo con mis nietos, con los hijos de la María José. Una vez a la más chica le pregunté: ¿Te acuerdas de tu mamá? y ella me dijo: no me acuerdo, pero la conozco. La conoce a través de nosotros, de las fotos, de los cuentos, de los recuerdos.

Para mí lo más importante era que ellos tuvieran a su mamá presente, que le conversaran, que la lloraran, que hicieran un duelo. Cuando ella murió yo pensé que ellos morían con ella. Hoy son niños felices. Me di cuenta que las personas se pueden reemplazar y gracias a Dios, porque estos niños tenían que seguir viviendo, tenían que ser niños felices. Se acuerdan, la lloran, pero son felices. Y mi yerno ha sido un padre y una madre extraordinario. De lo terrible también salen cosas bonitas”.

* Paula es escritora y artista.

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