Fernanda Salazar, actriz y creadora de La Venus de las Plantas: “Cuando cuidas una planta, te cuidas a ti misma”

En poco tiempo, la actriz pasó de no ser capaz de hacer sobrevivir un cactus a convertirse en una experta en jardinería. A través de 'La Venus de las Plantas', realiza asesorías y talleres amigables para que la gente pierda el miedo y encuentre, como lo hizo ella, un vínculo que puede ser sanador. “Para mí la jardinería es una meditación activa”, dice.




Cuesta imaginar que la actriz Fernanda Salazar (32), conocida por sus roles en las áreas dramáticas de TVN y Mega, fue alguna vez el tipo de persona a la que se le moría cada planta que cuidaba. “Yo no tenía ninguna relación con ellas, no me interesaban. Se me morían hasta los cactus, no era algo que estuviese en mi radar”, comenta.

Hoy la actriz vive rodeada de verde. A través de su plataforma La Venus de las Plantas, que fundó en plena pandemia, ofrece talleres de jardinería y asesorías personalizadas, entrega consejos y contesta dudas. Su objetivo es alentar a quienes piensan que no tienen una “mano verde”. No solo le importa la belleza que una planta pueda aportar, va más allá. Fernanda está convencida de que las plantas son agentes sanadores, que pueden impulsar momentos de autocuidado. Lo dice por experiencia propia.

Las plantas llegaron a su vida en una etapa precisa. A fines de 2018, la actriz iniciaba una nueva relación con quien es su pareja actual, pero arrastraba aún el duelo de la separación con el padre de su hijo. Fue su nueva pareja y su familia quienes la acercaron a un mundo verde del cual se había sentido muy parte cuando niña, pero que en el camino había dejado atrás. Hundir las manos en la tierra fue fundamental para empezar de nuevo.

¿Qué importancia tuvo para ti esta conexión con las plantas?

Fue súper terapéutico en mi largo proceso de separación. A pesar de que yo estaba en una nueva relación, las separaciones, sobre todo con un hijo de por medio, no son sencillas. Hay muchos duelos que se van viviendo durante harto tiempo. Mi pareja me arregló el jardín con su hermana cuando recién estábamos saliendo y yo me empecé a ocupar tiempo después. Me empecé a encantar con lo que pasaba cuando lo hacía. Me relajaba porque estaba muy presente y me ayudaba cuando sentía ansiedad o algún tipo de tristeza.

¿Te sorprendió ese vínculo?

Me empecé a dar cuenta de que en realidad, desde muy chica, yo ya tenía un vínculo con las plantas, pero es algo que estaba olvidado y bloqueado. Revisando fotos y conversando con mi familia me di cuenta de que cuando era chica me gustaban mucho las plantas. Me gustaba observarlas, inundar el jardín y ver qué pasaba con el agua, los micromundos que se formaban. Volví a reconectarme con algo de mi infancia que había abandonado completamente.

¿Por qué crees que te desconectaste de ese mundo que ahora es tan importante en tu vida?

Creo que fue por el ritmo de vida de la ciudad. Después del colegio, entré a la Universidad a una carrera súper demandante como lo es Teatro. Empecé a trabajar muy chica, en mi segundo año, de manera profesional y no paré en mucho tiempo. Entonces estaba metida en una máquina que iba a toda velocidad donde no había mucho tiempo para nada más. Ser mamá y luego la separación marcaron un antes y un después súper fuerte en mi vida. Lo aproveché al máximo también porque era consciente de que estaba teniendo una oportunidad que se le da a muy pocas personas, sobre todo cuando no vienes de un ambiente que tenga que ver con el arte. Antes de ser mamá, en 2016, estuve en una parada de aceptar absolutamente todo lo que viniera sin importar los horarios y el desgaste.

Acercar a las personas a las plantas

Su renovada conexión con las plantas, a fines de 2018, cambió rápidamente el entorno donde vivía. De tener pocas, pasó a rodearse de una selva. Empezó a vender algunas primero a sus amigos, que insistieron, y luego a otras personas.

Al principio fue como un hobby, pero cuando llegó la pandemia el interés por las plantas creció y el negocio se armó solo, como “sin querer”, dice. “Las plantas fueron un boom y empecé a vender mucho, equiparaba mi sueldo en televisión”, confiesa. Fue entonces cuando decidió profundizar sus conocimientos. No solo porque quería entregar buenos consejos a través de redes sociales –donde está su negocio–, sino también porque sentía la responsabilidad de hacer un acompañamiento a todos sus clientes.

Con los meses, La Venus de las Plantas fue mutando a algo mucho más integral. Uno de los motores fue la culpa.

“Los precios de las plantas en general empezaron a subir porque no estaban entrando tantas a Chile, era poco lo que se estaba produciendo acá. Subieron los valores de movilización, de transporte, entonces me vi vendiendo plantas a precios muy altos. Me empecé a sentir culpable. Mi rollo con las plantas siempre ha sido que ellas son sanadoras y que conectarte con una planta es automáticamente conectarte contigo mismo. Es un ejercicio de autocuidado, de detenerte. Tener ese mensaje y estar vendiendo cosas súper caras a personas que lo estaban pasando mal, a personas que las habían echado de sus pegas, que estaban buscando una salida, me hizo sentirme muy incoherente”.

Así fue como La Venus de las Plantas cambió de enfoque y pasó de ser un negocio de venta tradicional de plantas y jardinería a un espacio de enseñanza. “Quisimos usar todo lo que habíamos aprendido y retornarlo”, dice. La actriz empezó a dictar talleres de jardinería básica y de medicina con plantas. El año pasado, comenzó a realizar asesorías personalizadas a domicilio y también lanzó clases más asequibles online que empiezan en los 5.000 pesos.

“Me interesa acercar a las personas a las plantas y que pierdan el miedo de cuidarlas, que sepan que no existe la mano verde, porque todos somos capaces de cuidar las plantas. También me interesa que cambiemos el enfoque de ver a las plantas como un objeto de decoración y entendamos que son seres vivos que nos entregan mucho, pero que también hay que entregarles a ellas. Ese es mi objetivo principal. Empoderar a las personas a hacerse cargo y que, en ese ejercicio de cuidar las plantas, se cuiden a sí mismas”.

¿Crees que el interés que genera aprender sobre esto es una forma de desconectarse de lo virtual?

Claro. Uno de los básicos que yo enseño es que la jardinería requiere presencia. El poder ver qué le pasa a tu planta, qué necesita, requiere presencia, requiere que tú realmente estés ahí, que sea lo único que estés observando, que sea un minuto en el que te detengas. Para mí la jardinería es una meditación activa. Sobre todo para las personas que vivimos en ciudades, es una oportunidad de bajarse de esta rueda infinita del trabajo y de las responsabilidades externas, del tener que cumplir, cumplir y cumplir. Te obliga a observar. A ver qué está pasando en las hojas, a ver si hay bichos, a analizar qué está pasando con el color, con la temperatura. Y en esa detención es inevitable que uno empieza a observarse a uno mismo. Ahí empiezan a aparecer las reflexiones que no nos hacemos a diario: al cuidar a una planta, me empiezo a cuidar a mí.

¿Notas que eso la gente lo agradece y percibe en los talleres?

La gente lo percibe. Yo diría que la mayoría de las personas que llegan a mis talleres son personas que ya tenían ese bichito. Son personas que se han acercado a las plantas por un duelo, por una separación, por una depresión, por miles de factores que tienen que ver con acompañarse de las plantas. También me ha pasado que llegan personas al taller pensando en las plantas como un objeto de decoración y cambian su mentalidad, se dan cuenta que nunca se habían detenido a pensar en que las plantas también tienen sus necesidades, empiezan a mirar su entorno de otra forma.

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