El hombre en la copa del árbol

Así define su mujer a Fernando Villegas: un hombre en la copa de un árbol que mira desde arriba todo lo que sucede y, desde ahí, también opina y analiza. Y el huraño panelista de Tolerancia Cero, le encuentra toda la razón porque vive encerrado en su casa jugando ajedrez, leyendo, escribiendo y haciéndole el quite a la gente. "No empatizo mucho. La capacidad de simpatía no es mi fuerte", dice.




Paula 1182. Sábado 29 de agosto de 2015.

Pero si él no está", dice Yvette, su mujer, desde el citófono. Fernando Villegas, se ha ido a clases de Pilates y ha olvidado por completo esta entrevista. "Pero pasa, pasa", agrega, abriendo el portón de su casa en una tranquila calle ñuñoína.

Yvette Duhau, la mujer que ha estado con Villegas hace treinta y cinco años, una sola sonrisa, el pelo largo, castaño con dos mechones colorines a cada lado, los ojos vivaces, madre de sus tres hijas, acompañada de un par de perros mestizos, en buzo negro y zapatillas, camina por el sendero de piedras que lleva a la puerta de esta casa de arquitectura imponente. El antejardín, se excusa ella de inmediato, es de Fernando y tiene prohibido tocarlo. "Él no corta nada", dice. Como la cabeza de pelos revueltos del sociólogo, se trata de un pequeño bosque desordenado: hay un eucalipto en la mitad, unos cipreses que crecen desparramados, un par de crespones, un magnolio, cactus, suculentas, y un pobre pino que intenta crecer bajo la sombra de un enorme aromo en flor. El jardín de atrás, en cambio, es de ella. La casa es de decoración sencilla, pero hay cuadros, hay esculturas, y libros amontonados en el escritorio de Villegas, que apenas dejan espacio para un par de sillas. Mientras esperamos en la cocina, Yvette prepara té verde, y da algunas luces de cómo es su marido –ese personaje fastidiado que comenta actualidad y política los domingos en la noche en el programa Tolerancia Cero– puertas adentro. Y dice que es tímido, educado, que nunca reclama por la comida, que el ruido lo pone frenético, que rehúye de la vida social, que tiene pocos pero buenos amigos, todos hombres, que a veces salen los dos a comer a un restorán peruano o a un chino, que es olvidadizo, que no le gusta que le discutan sus ideas y que –aunque se hace el duro– le duelen, y mucho, las críticas que recibe por sus comentarios en T0. Por eso, la noche que llegó a su casa después del programa donde le dijo a Carmen Gloria Quintana, la sobreviviente del Caso Quemados, que la reconciliación, si antes lo fue, ya no era tema en Chile, que pasó la vieja, ella prefirió guardarse su propia opinión. "Lo encontré tremendo por él. Yo lo entendí, pero me dio no sé qué. Pobrecita, además ella como está, que alguien le diga que esto no es tema, lo hallé horroroso. Fernando puede ser tan crudo", explica. Se pone a picar unas frutillas y agrega: "Fernando tiene esa cosa como que se sube arriba de un árbol y analiza las cosas desde ahí. Pero nosotros estamos aquí", dice zapateando el suelo. "Siempre le digo: 'bájate del árbol'".

"No traiciono lo que pienso, y eso me ha costado caro. Me cuesta insultos, me cuesta ataques, me cuesta que el día de mañana me peguen un balazo".

Y entra a la cocina Fernando Villegas, agitado, con una botella de bebida en la mano. "So sorry", dice y pasamos a su escritorio. "Siéntate ahí. Yo me siento acá como un rey en el sillón de lectura", y se hunde en el bergere de cuero negro reclinable. "Ya, pregunta".

Tu mujer dice que miras el mundo desde arriba de un árbol.

Sí. Cuando uno analiza está arriba de un árbol mirando el paisaje. Lo hace todo el mundo que piensa.

Eso te quita conexión.

Tienes que desconectarte de la gente. Es al revés. Si estás con la gente lo único que haces es repetir tonterías, clichés, gritos, vociferaciones, eslóganes. Para pensar hay que alejarse de la gente. Todo pensamiento es un acto de separación de la cosas, ¿no es así?

Al escucharte en Tolerancia Cero, al leer tus columnas, da la sensación de que te molesta Chile.

Nunca me ha gustado mucho mi propio país, y eso me pasa desde niño, porque desde niño tuve la misma dificultad para tratar con los demás porque estaba arriba del árbol como dice mi mujer. Este país es un poquitito básico, entonces si tú eres un poquitito más cultivado, llamémoslo así, te vas a encontrar con problemas.

¿No te cansas de opinar?

Trato de no opinar. Trato de analizar. Opinar es decir cualquier cosa. Lo que sí me da lata es toparme cada vez con mayor tozudez, mayor estupidez. Pero, lo que non da natura, Salamanca non presta, decían los españoles. El que es tonto es tonto, no tiene vuelta.

Todo lo que se escribe de ti en redes sociales es bastante violento. ¿Cómo luchas contra eso?

No se puede, le haces el quite, es como cuando estás en una playa y se te viene una ola inmensa, sales apretando cachete, a no ser que seas el salvavidas y que te paguen por estar ahí, como es el caso mío. ¿O tú crees que voy a perder el tiempo explicándoles las cosas a las unwashed masses (masas de ignorantes)?

Entonces, eres un vendido.

Es absurdo eso que estás diciendo, ¿así que si uno trabaja es un vendido? No. Trabajo, tengo una familia, lo importante es que yo no traiciono lo que pienso, y eso me ha costado caro. Me cuesta insultos, me cuesta ataques, me cuesta que el día de mañana me peguen un balazo.

Antes, en la cocina, contó su mujer: Le ha costado que lo traten de fascista. Ir en auto con su nieta y que le griten "maricón" y que la niña le pregunte qué significa eso. Le ha significado que una de sus hijas se haya mudado a Argentina porque ya no toleraba que cualquier persona se diera la libertad de decirle lo que fuera sobre su padre.

"¿La gente es la vida? La gente es una molestia, una lata, te arrastran a sus cosas. No sé cómo será en otros países, pero acá predomina el pelambre y la mala leche".

SABIO LOCO

Fernando Villegas creció en una familia de clase media en el centro de Santiago. Su padres se separaron cuando era una guagua y, salvo ya de grande y cuando la muerte lo acechaba, nunca tuvo una relación con su padre. Su madre, empleada del Banco del Estado, militante comunista, con quien vivió hasta los treinta años cuando se casó, era quien le alimentaba su intelecto con plata para que fuera a comprarse los libros que él quisiera, fue la que le compró guantes de box y lo hacía pelear con su único hermano para que aprendieran a defenderse. Se iba al San Agustín, su colegio, caminando. Para entretenerse en el trayecto se ponía "problemas", como tratar de descifrar por qué se usa la corbata. "Y me ponía a analizar el tema ta-ta-ta-ta-tá. Y después a la vuelta, otro tema ta-ta-ta-ta-tá".

¿Cómo eras de niño?

Igual que ahora pero más chico.

Debes haber sido de difícil manejo con tantas ideas y tanta opinión.

No. Mis opiniones me las guardo siempre. En general, mantenía mis rollos adentro de mi cabeza o los anotaba en una libretita.

Aprendió rápido a reprimir sus ideas frente a los demás niños. Aprendió cuando llegó a primera preparatoria sabiendo leer y escribir mientras que sus compañeros hacían rayas en el cuaderno –palotes– para aprender a usar el lápiz. "Quedé en shock. Empecé a hablar con un cabro y le conté que había leído una enciclopedia que me había regalado mi mamá, y me miraba como si yo hubiera llegado de otro planeta. Se empezaron a burlar. ¡Oye, sabio loco!", dice. "Después el sabio lo sacaron y dejaron loco, no más. El loco Villegas. Así que aprendí rápidamente que uno se tiene que distanciar y tener los contactos diplomáticos menores posibles".

"La derecha no es un sistema de ideas, es una subcultura, una agrupación, un clan y yo no pertenezco a ese mundo. La derecha es un estrato social, es la clase alta".

¿En el colegio, no tuviste ningún amigo?

La verdad, parece que no.

Una infancia medio triste.

Te equivocas, era un niño muy feliz. Llegaba a mi casa y estaba lleno de libros. Me sumergía, me echaba en la cama a leer con un cojín, ¿cómo no iba a ser feliz? ¿Qué me importaba a mí lo que hacían mis compañeros de curso con sus palotes?

Los libros también son un escape.

No es un escape. El escape es meterse con la gente.

La gente es la vida.

¿La gente es la vida? La gente es una molestia, una lata, te arrastran a sus cosas. No sé cómo será en otros países, pero acá predomina el pelambre y la mala leche.

Fernando Villegas es un prolífico escritor de libros, ha publicado más de quince, algunos son sobre sus ideas y algunos son novelas. El crítico Héctor Soto, calificó una de ellas "Una novela rosa", como oscura, retorcida y enferma y a sus personajes como cucarachas despreciables. "Esa es la opinión de él. En la literatura tú no le das en el gusto a todo el mundo, además que ni siquiera quiso decir algo malo", dice.

¿Ahí viertes tu lado oscuro?

Seguramente vierto mi lado oscuro, por qué no.

¿La depresión es parte de tu lado oscuro?

Eso está muy controlado.

¿Cómo la controlas?

Muy simple. Tú te pones a hacer algo con tu intelecto y te sumerges en eso. Se acabó tu persona. Si estoy demasiado lateado empiezo a jugar ajedrez o a resolver problemas de ajedrez. Pero, sí, tengo algunos demonios que los he manejado y les he sacado partido. Cuando uno no tiene ninguna tensión interna, uno se convierte en una cataplasma. En un paño mojado que cae. Te conviertes en un gato que pasa todo el día durmiendo. Tienes que tener unos demonios que se te asoman y que te cuchichean al oído. Y tú también los tienes, te tengo cachada hace rato. Hay que poner a trabajar a todo el mundo, incluso a los demonios.

NO EMPATIZO CON NADIE

Fernando Villegas, el hombre poco sociable, entró a estudiar Sociología en la Universidad de Chile, para estudiar ese fenómeno del que se sentía tan ajeno: la gente. No pudo terminar porque cuando la universidad fue intervenida por los militares, consideraron que su tesis era neomarxista. Él fue un joven de izquierda. Votó por Allende y perteneció al Movimiento Revolucionario Manuel Rodríguez, o MR2. "Cuando descubrí a los gallos diciendo que había que ir a quemar Santiago me di cuenta de que eran una tropa de huevones. Yo creo que me metí para observar, porque después me sirvió para escribir un libro".

¿Cuándo dejaste de ser de izquierda?

Cuando me di cuenta de que esa cuestión no rentaba; la evidencia empírica, pues corazón. El socialismo basado en la teoría igualitaria, en el control del Estado, no funciona.

Los que parecieran sentirse más cómodos contigo en Tolerancia Cero son los de derecha.

Ese es un problema de ellos. El hecho de que no sea de izquierda no significa que sea de derecha.

¿Dónde te ubicas?

Arriba del árbol.

¿Si no te gusta la izquierda por razones empíricas, por qué no te gusta la derecha?

Es que la derecha no es una sistema de ideas, es una subcultura, es una agrupación, es un clan y yo no pertenezco a ese mundo. La derecha es un estrato social, es la clase alta.

¿Por quién votaste en la última elección?

Por la Evelyn Matthei.

¿Por la Evelyn Matthei?

¿Por qué? ¿Cuál es el problema?

Ninguno.

Te echaste para atrás, se te dilataron los ojos, las cejas se te subieron hasta la coronilla. Será de derecha y esto y lo demás y me importa un pito, pero hubiera sido mejor presidenta de la que tenemos ahora.

¿Qué te provoca Pinochet y la dictadura?

¿Por qué me tiene que provocar algo?

"(Mónica González) no es ninguna competencia, sino que todo lo contrario. Ella hace ese trabajo investigativo de que 'Perico dijo', de que 'el papel dice', y yo no hago esa huevada. Somos mundos paralelos, que no se juntan".

¿Cuál es tu mirada?

Fue un proceso inevitable políticamente hablando y todo lo que vino después, también. Forma parte de la lógica de estos regímenes. No voy a entrar a evaluar si es bueno o es malo. No voy a derramar lágrimas de sangre o a aplaudir al tatita. Insisto: miro el mundo desde un árbol. Si le preguntas a un entomólogo, ¿qué opina usted?, las hormigas negras están batallando con las hormigas rojas, ¿qué siente? No siente nada. Eso mismo me pasa a mí.

¿No empatizas con la gente que sí sintió, con la que estuvo ahí?

Es que no empatizo mucho con nadie. No tengo esa capacidad de simpatía. No es mi fuerte.

La empatía se trata de comprender a la otra persona.

Si tú me dices, esta persona sufrió unos terribles apremios, ¿que sientes tú? Nada, po.

Ver a Carmen Gloria Quintana y su rostro, ahí en frente, ¿no fue algo fuerte para ti?

No me preguntes eso, por favor.

Quizás no empatizas porque no te ha pasado nada.

Me han pasado cosas, pero no las ando contando.

¿Qué cosas te ha pasado?

No te voy a contar mis cosas privadas.

¿Pero tuviste algún costo político cuando fuiste de izquierda?

Supongo que el costo es que mi carrera, ser sociólogo, se convirtió en ser paria. Perdí mi carrera pero para mí, eso, fue finalmente una fortuna. Me hice otra vida, lo que fue razonable, porque si yo hubiera seguido una carrera académica, no hubiera servido. No tengo dedos para ese piano. Para ser una académico de verdad no basta con tener ideas o ser bueno para pensar, tienes que ser trabajador. Me di cuenta que escribir no tiene ese rigor. Puedo en mis columnas poner las ideas que considero correctas, pero no tengo que probarlas con un trabajo de veinte años.

Cuenta que cuando trabajaba junto a Carolina Rossetti en el programa Domicilio Conocido y Pinochet era comandante en jefe de Aylwin, hizo un comentario sobre su sueldo como funcionario público y el costo de una casa que había adquirido que le molestó al militar, quien se querelló por injurias y calumnias. "Fui condenado y estuve un año yendo a firmar al Patronato de Reos, pasándola muy mal, y nadie supo nada porque no dije nada. Pude haber hecho una conferencia de prensa para mostrar mis muñones", ironiza y cambia la voz como hablándole a una multitud. "¡Yo, por decir la verdad, por preguntar, soy un mártir del periodismo. Heme aquí yoooo, heme aquí, pecador!". Vuelve a su voz natural. "Me la mamé solo. Pero no lo toques, todas estas cosas las encuentro una rotería. Mi madre nos enseñó la postura del caballero. El caballero no se agarra a patadas para subirse a un bote en el Titanic, sino que pide un whisky y se hunde con un whisky en la mano".

Se te ve incómodo en Tolerancia Cero desde que llegó Mónica González.

¿Cómo vas a concluir que estoy incómodo? Estoy igual que siempre.

Pones cara de fastidio.

Qué quieres que te diga, qué quieres que te diga. No voy a entrar en ningún comentario. Somos personas complicadas, nos estamos acomodando y qué te puedo decir.

Ella es una mujer que se dedica al periodismo investigativo, que maneja el dato al dedillo.

Qué bueno.

Implica cierta competencia.

No es ninguna competencia, sino que todo lo contrario, porque ella hace lo que yo no hago. Ella hace ese trabajo investigativo de que "Perico dijo", de que "el papel dice", y yo no hago esa huevada. Somos mundos distintos, paralelos, que no se juntan.

¿Por la política?

Por todo.

¿Te gusta trabajar con mujeres?

Me da lo mismo.

No te da lo mismo. Te voy a citar:

A ver, ¿qué dije?

Dijiste en esta misma revista: "Mira, yo trabajé con una mujer en un programa que se llamaba Domicilio Conocido, con Carolina Rossetti, y créeme, no fue fácil… No se trata solo de lo que podamos hacer o decir con ella, sino que, además, las mujeres que llegan a estos puestos ejecutivos se comportan sobreaceleradas y llegan a extremos que bordean la histeria tratando de demostrar que somos iguales".

¿Eso hace cuánto tiempo fue?

Seis años.

He evolucionado mucho (se ríe). Bueno, puede ser, hay mujeres que se hiperventilan. Lo único que pido es gente que razone.

¿Y eso se cumple con Mónica González?

Estamos viendo, estamos trabajando en eso. Supongo que razona. Todos razonan, unos mejor que otros (se pone a jugar con un sacapuntas). Tienes lindas piernas.

Me habían advertido que eras coqueto.

No digas esas huevadas, por favor, ni en broma. Esa es una de las cosas malas de este país. Uno es amable con una señora, le dice una cosa así y ¡ay, este tipo es un lacho! Y empiezan las tontonas. Y tú te lo comiste. No escuches más lo que dice la gente. El 99,9% de la opinión de una persona sobre otra es para fregarlo.

¿Puedes ser feliz en este mundo que no te acomoda?

Este es mi mundo, aquí, no el de afuera. Yo estoy aquí todo el maldito día jugando ajedrez, escribiendo o leyendo. Entonces yo no tengo contacto. A ver, ¿quién está? (apunta hacia una ruma de libros). Aristóteles, ¿quién más? Peter Brown, ¿hola, cómo está, colega? Allá hay otro gallo, otro genio de la época victoriana. Acá están Cicerón, Schopenhauer. Aquí están mis amigos. En todo caso, no creas que no tengo amigos de carne y hueso, con los que todos los viernes nos juntamos y tomamos como animales.

¿Qué toman?

De todo. Lo que se ponga por delante. Y podemos estar discutiendo los temas más absurdos. Tengo amigos que son ingenieros, matemáticos, abogados de derechos humanos. Hablamos de minas, de arte, y vamos chupando y escuchando jazz.

¿Cómo mantienes tu matrimonio?

Cuando uno no tiene una idea equivocada de las cosas, salen mejor. Yo tengo una idea precisa de lo que es un matrimonio, que me ha durado 35 años: una empresa. No es un "¡ay, mi corazón se dilata de amor!".

Pero, ¿hay lugar para las emociones en tu matrimonio?

Me sentí muy contento el día en que vi recibirse a mi hija de ingeniera mecánica en la Universidad de Chile. Y cuando mi hija menor me contó que la habían contratado como procuradora en uno de los estudios más prestigiosos de Chile.

Pero con tu mujer.

Eso ya lo habrás averiguado, estuviste conversando con ella mucho rato mientras yo venía para acá. ¿Te quedas a almorzar con nosotros? ¡Yvette! Voy a avisarle que tenemos un invitado. ¡Yvette!

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