Después del Covid-19

Las Condes se mantendrá con cuarentena total. Foto: Luis Sevilla


Como en el resto del mundo, vivimos una situación excepcional y extrema. Las restricciones para evitar la propagación del coronavirus están afectando gravemente a la economía mundial, incluida la nuestra. Una masa significativa de actividades han dejado de operar y muchas familias -demasiadas- han visto mermados sus ingresos. En ese contexto, el gobierno y el Banco Central han tomado decisiones extremas, las que se justifican por la excepcionalidad del momento. 

Pero una vez que pase la emergencia, ¿volverá todo a la normalidad? ¿Y a cuál normalidad? ¿A la de la zona cero, los encapuchados y los perdigones; o a la de la mediocridad e indiferencia previa al 18 de octubre? Nadie sabe con certeza. Pero me aventuro a señalar que durante la salida de la emergencia sanitaria viviremos un momento único, donde se jugará el futuro de mediano y largo plazo de Chile. Y en eso lo peor será improvisar. Es ahora, en medio de la crisis del Covid-19, cuando hay que apelar a nuevos liderazgos que llamen a la grandeza y al coraje.

Esos fueron los principales ingredientes que tuvo la transición a la democracia: anticipación, liderazgo, grandeza y coraje. Lo opuesto es la improvisación, la desconfianza, la pequeñez y el cortoplacismo.

Nuestro punto de partida: (a) una clase media mayoritaria, que surgió como contrapartida de la reducción de la pobreza. Pero se trata de una clase media precaria y vulnerable, y que siente que está abandonada a su suerte. (b) Una economía que ha perdido su dinamismo y vigor. Y (c) una clase política desacreditada, con liderazgos débiles y fugaces. 

Me atrevo a señalar que la salida hacia un futuro mejor requiere pensar en “el-país-posible-que-queremos”. El país que queremos, así a secas, es distinto dependiendo de a quién se le pregunta. No existe el país que todos queremos. “El país-posible-que-queremos”, en cambio, requiere del coraje de ponernos de acuerdo. En “el país-posible-que-queremos” no hay soluciones inmediatas para los problemas estructurales, pero sí existe la urgencia de empezar desde ya a abordarlos. En “el-país-posible-que-queremos” el crecimiento económico no es un fin en sí mismo, pero recuperar el dinamismo económico es una necesidad histórica para mitigar las precariedades y vulnerabilidades de la gran mayoría de los chilenos. En “el país-posible-que-queremos” las necesidades sociales más queridas no son un derecho de las personas en tanto no esté asegurado su financiamiento. Pero, con la misma fuerza, esas necesidades sociales representan una obligación permanente del Estado. 

Disculpen que me repita, pero deseo terminar esta columna con algo ya dicho: durante la salida de la emergencia sanitaria viviremos un momento único, donde se jugará el futuro de mediano y largo plazo de Chile.

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