Columna de Javiera Parada: Memoria, democracia y futuro

Después de su victoria en 1970, Allende fue derrocado por un golpe de Estado en 1973. AFP

Después de los sucesos de estas últimas semanas, donde diputados y consejeros constitucionales de derecha reivindican el Golpe y la dictadura y grupos de izquierda pretenden clausurar el debate sobre lo que antecedió al Golpe, parece difícil poder concurrir a la invitación que nos hiciera el Presidente Boric para la conmemoración de estos 50 años, pero quiero pensar que sigue siendo una tarea posible.



En tiempos en que la democracia está en franco retroceso en el mundo y que, según estudios como el Democracy Index de The Economist y el Reporte de la Democracia de la Universidad de Gotemburgo, los gobiernos autoritarios ganan terreno, la invitación hecha por el gobierno de Chile para la Conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado a construir como sociedad un consenso sobre el valor de la democracia y los derechos humanos, frente a cualquier coyuntura, por grave que pueda ser, parecía una señal alentadora.

Una generación que no fuimos responsables del quiebre democrático, más allá de nuestros sectores políticos y biografías, estábamos siendo invitados a firmar un pacto simbólico en el que nos comprometíamos con las generaciones futuras a que nosotros haríamos hasta lo imposible para preservar nuestras instituciones, el diálogo democrático y que nos opondríamos siempre a la tentación del uso de la violencia política y de métodos que violen nuestro orden constitucional y jurídico.

Somos muchas y muchos quienes sabemos que la posibilidad de construir nuestro país pasa, primero, por asumir ese compromiso inquebrantable con la democracia y los derechos humanos al que nos invita el gobierno. Y, segundo, por estar convencidos de que, para que tenga sentido, ese compromiso debe ir más allá de quienes fuimos víctimas directas o estuvimos a su lado.

Para algunos de quienes llevamos una vida trabajando en la defensa de los derechos humanos, poder sumar a este compromiso a quienes son parte de un sector que fue contrario a la Unidad Popular, ha sido y es un enorme desafío. Escuchar y sumar a otros ha sido siempre una labor ardua, pero imprescindible.

La tragedia del golpe de Estado no nos pasó sólo a quienes perdimos familiares y amigos, le pasó a nuestro país entero. Una fractura gigante y desgarradora se instaló en nuestra convivencia, un dolor que persiste y que nos ha hecho muy difícil convivir estos años, debido a las deudas pendientes en materia de verdad y justicia que aún cargamos. Por eso, es tan importante el Plan Nacional de Búsqueda de Detenidos Desaparecidos lanzado hace algunos meses por el Presidente Boric, porque demuestra la voluntad del Estado de asumir sus responsabilidades y de no descansar hasta encontrar la verdad.

Crecí en los patios de la Vicaría de la Solidaridad, del PIDEE, de las iglesias que albergaron durante la dictadura las reuniones secretas de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Llevo marcado en mi memoria el esfuerzo titánico y generoso de todos los familiares de las víctimas de la represión y de los trabajadores de los derechos humanos por encontrar verdad, justicia y reparación durante todos estos años. Aprendí de ellos que todos los seres humanos, independiente de cualquier condición, merecemos respeto y somos depositarios de derechos que nos corresponden por el solo hecho de ser humanos. Aprendí que defender la democracia y la libertad es un imperativo ético, para que todas y todos podamos expresar siempre nuestras opiniones, sin miedo a ser reprimidos ni censurados.

Con el tiempo, también aprendí que el gobierno derrocado del Presidente Allende, de quien toda mi familia fue ferviente defensora, cometió errores. Y que todas las fuerzas políticas los años anteriores al Golpe, descuidaron el diálogo y la amistad cívica. Por supuesto que nada de esto justifica la barbarie, los crímenes de lesa humanidad y el terrorismo de Estado. Pero comprender cómo llegamos hasta ahí, también es un imperativo ético. Porque el Golpe, a la par de ser injustificable, también era evitable.

Después de los sucesos de estas últimas semanas, donde diputados y consejeros constitucionales de derecha reivindican el Golpe y la dictadura y grupos de izquierda pretenden clausurar el debate sobre lo que antecedió al Golpe, parece difícil poder concurrir a la invitación que nos hiciera el Presidente Boric para la conmemoración de estos 50 años.

Quiero pensar, sin embargo, que sigue siendo una tarea posible. Que nuestra generación política será capaz de encontrarse en el reconocimiento del dolor provocado por el quiebre democrático y que, por lo tanto, haremos todo lo que esté en nuestras manos para defender la democracia, sus valores y principios, por muy difícil que a veces nos parezca. Y así, en la diversidad, seremos capaces de construir un futuro juntos.

Porque sin memoria no hay democracia y sin democracia no hay futuro. Memoria, democracia y futuro.

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