Columna de Tamara Agnic: “Juventud, divino tesoro”

"Una de las tantas deudas que tenemos con la juventud es legar una Constitución que cierre los espacios a la odiosa diferencia en la aplicación de la justicia, que castigue de manera ejemplar la corrupción, que persiga el delito de cuello y corbata tan severamente como el portonazo y que haga de la ética un valor esencial de la democracia. Este nuevo proceso constituyente debe ser dura con la corrupción y con las diferencias a la hora de enfrentar a los Tribunales.



En pocas semanas, volveremos a las urnas para elegir al Consejo que tendrá la misión de redactar nuevamente la Constitución Política de la República que será propuesta a la ciudadanía para su aprobación o rechazo. No sólo pondrá a prueba la capacidad del sistema político de llegar a acuerdos transversales que interpreten a las grandes mayorías, sino que también tendrá la misión de devolver la confianza a la ciudadanía que ya sufrió una gran decepción tras el primer proceso constituyente.

Y hay un aspecto que tal vez no estemos sopesando lo suficiente y que dice relación con que esta Constitución va a regir esencialmente la vida a las nuevas generaciones, la de nuestros hijos, nietos y quienes van a vivir y trabajar en este país por los próximos 50 años y, en menor medida, la de quienes nos tocó vivir los procesos de la guerra fría, la dictadura y la transición. Y justamente, los jóvenes, niños, niñas y adolescentes son quienes menos confían en la política, los que menos participan de las elecciones y quienes, paradójicamente y al mismo tiempo, han empujado movimientos sociales de profundas repercusiones en los últimos años.

El reciente estudio de Chile Transparente y el INJUV sobre “Percepciones, experiencias y significados que tienen las y los jóvenes sobre el fenómeno de la corrupción en Chile” nos ofrece un panorama preocupante y desalentador respecto de qué piensan las personas jóvenes entre 18 y 29 años del país respecto de uno de los fenómenos más devastadores para la integridad de nuestras democracias como lo es la corrupción. Para empezar, los consultados en el estudio vincularon de manera inequívoca a la corrupción con la palabra “políticos” y consideraron que instituciones como el Congreso, Carabineros o los Municipios tienen altos o muy altos niveles de corrupción.

Pero entre los hallazgos más lamentables, el estudio muestra que cierta parte de la juventud chilena está dispuesta a considerar “aceptables” o “tolerables” situaciones de corrupción cuando éstas provocan daños menores o consecuencias menos graves. Al mismo tiempo, consideran que cuando la corrupción se realiza para beneficiar a un tercero por un motivo altruista, es más comprensible o “tolerable” que cuando la corrupción es movida por el beneficio propio. El tema es que la corrupción nunca debe ser tolerada, para ningún propósito, nunca.

La explicación tal vez la encontremos en que durante muchos años Chile fue permisivo o poco claro y nítido en la sanción política, social y jurídica de los casos de corrupción en todo el sistema empresarial y político, dejando la sensación de que la justicia castigaba con severidad delitos cometidos por gente común y corriente, pero era más indulgente con los poderosos.

En ese contexto, una de las tantas deudas que tenemos con la juventud es legar una Constitución que cierre los espacios a la odiosa diferencia en la aplicación de la justicia, que castigue de manera ejemplar la corrupción, que persiga el delito de cuello y corbata tan severamente como el portonazo y que haga de la ética un valor esencial de la democracia. Este nuevo proceso constituyente debe ser dura con la corrupción y con las diferencias a la hora de enfrentar a los Tribunales.

Se suele decir que la juventud es un divino tesoro, cargado de idealismos, esperanzas y sueños. Más nos vale tomar un poco de eso y dejar algo de lado el pragmatismo que nos ha traído mucho mal a la hora de entender lo que es bueno en el largo plazo para nuestra democracia.

* La autora es presidenta de ETICOLABORA.

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