Columna de Paula Escobar: Persona non grata


Lo primero: en ninguna parte de la conversación entre Manuel Antonio Garretón con el escritor Patricio Fernández este incurrió en algo que pudiera definirse como negacionismo, esto es, la negación de acontecimientos, evidencias o hechos históricos.

“Lo que uno podría empujar, con todo el ímpetu y con toda la voluntad, es decir: okey, tú, los historiadores y los politólogos podrán discutir por qué y cómo se llegó a eso, pero lo que podríamos intentar acordar es que sucesos posteriores a ese Golpe son inaceptables en cualquier pacto civilizatorio”, dijo el exasesor presidencial.

¿Qué hechos se niegan allí? Ninguno.

Tampoco es efectivo que relativice el Golpe de Estado; no hay ninguna duda de su postura de rechazo frente a este.

“Patricio Fernández y yo concordamos en que el Golpe militar no tiene ninguna justificación, ni explicación, ni contexto que permitan legitimarla”, dijo el mismo Garretón en un video realizado cuando ya escalaba el tono de la polémica y se pedía la remoción de Fernández.

Garretón llamó a ver el video entero, pero nada de eso sirvió.

El linchamiento simbólico -también le ofrecieron violencia física- fue de tal envergadura, que en una carta sobria y elocuente Fernández renunció.

“Quiero creer que, a pesar de las dificultades, los chilenos estaremos muy mayoritariamente por encarar lo que se nos viene en paz, comprometidos con la democracia y los derechos humanos, alimentando la curiosidad por los distintos y el interés por aprender de aquellos que han tenido vidas y experiencias diferentes de las propias”, concluyó en su misiva al Presidente.

Manuel Antonio Garretón aseguró que “se comete una injusticia cuando se le ataca del modo como se le ha atacado, lo que no quiere decir que quienes lo han hecho, lo hacen por maldad o por intereses políticos subalternos”, añadió el premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.

Es evidente que quienes más sufrieron, y los familiares de quienes padecieron las peores barbaries, tienen una voz esencial, principal, que debe ser escuchada y respetada. A 50 años falta verdad, falta reparación, falta justicia, y el notable libro La Búsqueda, de Cristóbal Jimeno y Daniela Mohor, lo refleja con nitidez. Y también es cierto que la crítica sobre el quehacer de cualquier funcionario público es legítima y necesaria. Pero las diferencias sobre el énfasis de la conmemoración debieron encauzarse de otro modo.

En el caso de Fernández hubo a priori una descalificación personal (“posmoderno, liberal”), y luego una petición de salida por algo que no hizo, como es tener una actitud o expresiones negacionistas o avalar el Golpe. Se le condenó por tener ideas que no tiene y que no expresó.

Aquello constituye un daño injusto no solo a Fernández, sino a la posibilidad de una reflexión pública lo más amplia y profunda posible. Si se lo acusa -y condena- por lo que no dijo, ¿qué debate público puede haber?

Por otro lado, Fernández es una persona de izquierda, apoyó a Boric, en la Convención Constitucional se jugó por el Apruebo, siempre ha sido detractor de la dictadura, nunca apoyó el Golpe.

Si en la reflexión sobre los 50 años una voz como la de Fernández no puede ser escuchada y debatida, ¿qué pueden esperar las demás personas?

Justamente la pregunta que se hacían Garretón y Fernández en esa entrevista era cómo logramos consenso en la condena al Golpe de Estado, la dictadura y las violaciones a los DD.HH. Y es muy necesario que sea una reflexión amplia e inclusiva, para que esto no pase nunca más, máxime en un momento en que la mayoría de los chilenos nació en democracia y en que las encuestas han mostrado preocupantes datos sobre la tolerancia al Golpe. En la encuesta CERC-MORI, un 36% de los chilenos justifica el Golpe de Estado de 1973 (versus el 16% hace 10 años). Y especialmente porque el partido que hoy está en auge es de ultraderecha, reivindica el Golpe y considera a Pinochet “un estadista”.

Contrarrestar todo esto requiere -reitero- el consenso amplio de que un Golpe de Estado, romper la democracia, es inaceptable bajo cualquier punto de vista. Que lo único que protege de la barbarie es la democracia, un pacto civilizatorio básico de respeto irrestricto a los DD.HH. y al Estado de Derecho.

El fallecido psiquiatra Ricardo Capponi, autor de Chile, un duelo pendiente, decía que era clave tener presente lo sucedido, “para elaborarlo una y otra vez, para que así podamos crecer como sociedad y no volvamos a repetirlo”.

La caída de Fernández no ayuda a seguir elaborando esta tragedia nacional. No ayuda a sacar lecciones compartidas para lograr consenso en materia de respeto a la democracia y los DD.HH. y rechazo a la dictadura, sino, en cambio, a tomar posiciones defensivas, a retrotraerse a la visión del grupo propio.

O a callar.

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