Columna de Patricio Hales: Los ataques a Pinochet desvían la atención



Al sumarse a los merecidos repudios a Pinochet y personalizar la historia en el dictador, los promotores del “olvido” pueden conseguir que el “Nunca Más” quede en el éter de las ilusiones. Así nuestros niños solo sabrían de un ogro depositario de todas las responsabilidades, un fantasioso vampiro de los horrores, de historias apasionantes que nubla las lecciones profundas acerca del golpe, la dictadura y la crisis previa de la que yo soy en parte responsable.

Las democracias siempre son frágiles y requieren memoria global. Confinar en una persona el relato de crisis sociales y políticas es siempre más entretenido, más novelesco, más cinematográfico y quizás más artístico, pero no enseña a evitar repetirlas. Siempre ha fascinado, universalmente, conocer perversidades personales del poderoso, fantasear de sus pulsiones, sus intrigas, su autoritarismo, sus placeres y sus horrores. Personalizar es más emocionante, pero es muy peligroso para construir buen futuro, porque reduce la comprensión de los procesos políticos y sociales, olvida la responsabilidad colectiva y los adoctrinamientos con valores dañinos, de ideas que consiguieron masas de adherentes. Algunos tienen genuino entusiasmo contra el dictador y otros, clara intención política distractiva.

El Partido Comunista, en Chile y en el mundo entero personalizó en Stalin, en 1956, el repudio a los crímenes del socialismo sin cambiar el socialismo. Valientes denuncias de Kruschev en el XX del PC de la Unión Soviética, abrieron esperanzas renovadoras que, con habilidad, el conservadurismo comunista trancó, reduciendo la crítica a la persona de Stalin, pero no a la ideología, ni al leninismo, ni al partido, ni a los miles de responsables. A fines de los 60 me sumé a esa crítica focalizada en Stalin; así, separando a Stalin, pude ilusionarme con la ideología y fui militante del PC hasta los 90. Concentrado contra la dictadura, viviendo en Chile, naturalmente demoré más mi reflexión.

Hoy, concentrar en Pinochet la crítica histórica al golpe y sus horrores inseparables, dificulta construir la comprensión amplia del propósito de un “Nunca Más” y lo transforma en algo parecido a “borremos la historia y cuenta nueva”. Algunos concentran su repudio en Pinochet por respetable ignorancia del paisaje histórico, pero sectores de derecha lo hacen por hipocresía oportunista. Prefieren hablarnos de una pesadilla provocada por un monstruo, olvidando cuánto lo adoraban ayer. Lo evocan hoy como el jefe de Manuel Contreras y un grupo que ya está condenado o va serlo. Por conveniencia electoral evitan despersonalizar el debate de fondo. Pinochet es su chivo expiatorio. Ninguno de los errores que cometimos con el Presidente Allende justifica los horrendos crímenes que fueron culpa de un proyecto político y de un loco suelto.

Esa mirada reductiva de la historia la alienta el pinochetismo latente, que se libera atacando a Pinochet. Es una parte de la derecha, que evidencia cinismo de su responsabilidad originaria del golpe y su apoyo a 17 años de horrores que bien conocía participando plenamente de la dictadura. No es separable el día 11 del 12, ni 1973 de 1986 cuando todavía se asesinaba y a algunos, felizmente, solo nos seguían metiendo presos. Iluminar solo las evidentes culpas de Pinochet permite esconder el resto del escenario y a los que siempre están entre bambalinas de derecha y aunque distintas, también de izquierda.

Esta focalización contra Pinochet también entusiasma a la ignorancia, la vulgaridad política, la mirada superficial de la historia que busca vivir en la calma del avestruz que esconde la cabeza o descansa en la pereza ideológica, alimentando inocentemente al cinismo de otros.

El fenómeno nazi, al personificarlo en Hitler, redujo la explicación del extermino de judíos, campos de concentración de comunistas, gitanos y discapacitados. Diferentes conveniencias políticas y económicas de poderes de post guerra concentran aún los horrores en un supuesto loco, en un personaje aislado y en un grupito fanático. La abundante cinematografía enseña poco del origen de esas perversidades ideológicas, doctrinas políticas y del fanatismo nacionalista alemán humillado en la post primera guerra mundial. Hay que seguir reflexionando del porqué de ese horror, del que casi nadie parecía haber visto nada. Tan gigantesca maquinaria de guerra y exterminio bien pensada, no fue obra de un enfermo mental ni de un dictador en soledad, sino de un sistema de ideas y acciones que cierta historia interesada no quiere que sea estudiada en sus complejidades y prefiere arrinconarlas en un hombre.

En Chile, ciertos derechistas alientan el enfoque que concentra en Pinochet el golpe y sus horrores esenciales; son algunos políticos que van creando una atmósfera de olvido de la sustancia fundante que debería constituir el compromiso de un “Nunca Más”. Buscan simpatía electoral atacando a Pinochet, por eso hablo de cinismo político.

No hubo un Pinochet solitario. No hubo espontaneidad en el golpe, sino mucho dinero previo, grupos políticos y económicos y liderazgo chileno y extranjero, organizado bien pensadamente para resolver la crisis, usando la violencia contra la Constitución y la ley, permitiendo todo tipo de mentiras para justificar lo injustificable durante muchos años. Hoy ocultan su compromiso político culpando además a los militares, que estaban más cerca de la “obediencia debida” que de las aspiraciones de políticos aún vigentes. A eso hay que decirle “Nunca Más”.

No se trata de perseguirlos sino no develar la manipulación. Pinochet no es el ángel caído que dirige el infierno sino un vulgar personaje escondido hasta 1973 a quien la conspiración chileno-extranjera y la presión social y política sobre las FFAA, lo obligó a sumarse al golpe en la crisis de un gobierno que no supimos conducir. Pinochet era un don nadie bien posicionado que se sumó el 9 de septiembre y creció el 11. Con razón el periodista suizo Jacques Depré me dijo en 1983: “es verdad que Pinochet no hizo el Golpe, pero a Pinochet lo hizo el golpe”.

No clamo venganzas contra nadie al repudiar el cinismo reduccionista. La venganza no es el camino. No intento funar a los cómplices gobernantes en dictadura, ni sus ideólogos, ni sus siervos. Yo sigo a José Zalaquet en cuanto a que el perdón es parte de la justicia y yo agrego: pero no el olvido.

Escribo para que las mayorías, que queremos un Chile de paz, fundemos el “Nunca Más” en la reflexión del panorama completo, incluidos nuestros errores, no solo por un compromiso con los DDHH sino con una forma de hacer política sin violencia, respetando la libertad y la democracia. Para eso debemos rechazar el cinismo reductivo que nos embriaga por inocencia, con telenovelas históricas sobre un dictador, fascinándonos con fruición de sus secretos de alcoba, pelambres de pasillo o tormentos en los subterráneos para deleite del dictador.

Escribo para que Pinochet no sirva para alimentar este esfuerzo expiatorio de las responsabilidades políticas en que el dictador renace al servicio de esa parte de la derecha que, con derecho a buscar el poder en democracia, evita el diálogo de comprensión completa, que nos permitiría construir un país de paz política. Porque cuando se echa a perder la política se echa perder el resto de la vida en comunidad.

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