Columna de Natalia Piergentili: Contigo aprendí

Gobernar no solo implica relevar aquello que importa a los tuyos, sino ser capaz de hacer renuncias que impliquen hacerse cargo de los planteamientos y dolores de las mayorías.



En esta columna nuevamente haré referencia a la música, en particular a este bolero que lleva por nombre “Contigo aprendí”, donde un joven enamorado le declara a su amada con sutileza, poesía y romanticismo todas las cosas que, amor mediante, se pueden ver distintas, como ver la luz del otro lado de la luna…

Algo parecido es lo ocurrido con el Presidente Boric a propósito de su planteamiento: “La lógica gobierno/oposición no es necesariamente útil para poder enfrentar el problema. Yo sé que desde la oposición deben estar pensando: es muy fácil decirlo ahora que eres gobierno, pero cuando eras oposición nos sacaste la cresta para . Hay algo de cierto en eso y ahí hay un aprendizaje que en algún momento todos debiéramos decir ya basta”.

En este caso, el gatillante de esta declaración no fue el amor, como en la canción, sino más bien, el asumir de manera implícita lo difícil que es, no solo conducir el gobierno, sino que hacerlo, sin tener mayorías, enfrentando agendas que han impuesto los ciudadanos como la de seguridad, que no era de los principales ámbitos contenidos en el programa del gobierno y donde todos los esfuerzos son vistos como insuficientes o, peor aún, como hechos a contrapelo de las convicciones.

De este sincero y oficioso planteamiento es preciso sacar algunas lecciones. Lo primero es que gobernar no solo implica relevar aquello que importa a los tuyos, sino ser capaz de hacer renuncias que impliquen hacerse cargo de los planteamientos y dolores de las mayorías. También, que un sistema político con este nivel de fragmentación es un atentado a la gobernabilidad de cualquiera que sea electo. Y, más aún, que el concepto que conocemos de oposición como un grupo humano y político que simplemente se “opone” es una conducta que, tanto por los problemas que enfrentamos, como por la razón de ser de la política en tanto contribuir al bienestar de los ciudadanos, debiese dar un giro. Debería volverse parte más activa de la construcción de soluciones, ya que el pensar que el único que pierde es el gobierno, cualquiera que éste sea, es una mirada no solo estrecha, sino también, una flaco favor a la democracia y a la credibilidad del valor de la política para los ciudadanos.

Los peligros que nos acechan cuando se pierde la esperanza y se abren vacíos que no le permiten visualizar a los ciudadanos donde poner sus expectativas, demandas y sueños pueden transformarse en populismo, anomia y retroceso. No olvidemos que los Chávez y los Maduros son fruto del hastío con la clase política tradicional y sus discordias inútiles.

Con esto no digo que si la oposición del presente y las que vendrán no se flexibilizan terminarán siendo los culpables de futuros fracasos en la gobernanza del país. Lo que sí es posible afirmar es que el obstruccionismo responde más a élites polarizadas que a ciudadanos polarizados, por lo que volver a la labor primordial de la política, que es, representar a otros más que a sí mismos y a instituciones como bastiones de verdades reveladas es, sin lugar a dudas, el mayor pendiente de la política actual.

Ante eso, la aproximación de la política a la realidad compleja en que vivimos no puede radicarse en la promesa de un “proyecto único” a conquistar. La gente con razón mira de reojo esa noción de un “otro mundo posible”, porque sabe que algo no cuadra, la imaginación del futuro aparece como una amalgama muy distinta a la de un ideal utópico; lleno de pliegues y quiebres

La credibilidad va a radicar más en cómo abrirse a entender el mundo, y desde ahí ofrecer respuestas más que en un discurso mesiánico con una gran oferta de cambiarlo todo, cuando la gente intuye que eso no es verdadero. Por ello esperemos que la política pueda decirle a los ciudadanos, tal como lo hiciera el gran Armando Manzanero, “que yo nací el día en que te conocí”

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