Columna de María José Naudon: Oír la voz del pueblo

Foto: Andrés Pérez


El reciente plebiscito ha evidenciado que la ciudadanía no establece una conexión directa entre la resolución de sus problemas más apremiantes y la constitución. Los temas ciudadanos clave; migración, seguridad, corrupción, crecimiento y crisis educativa no se reconocieron en la opción “A favor”. A pesar de la insistencia durante el periodo previo al plebiscito y en particular a la franja, la ciudadanía votó mayoritariamente En contra. Varios factores pueden haber influido. La desinformación y la confusión son algunos de ellos, pero resulta imprescindible no simplificar.

Si la opción A favor hubiera prevalecido, la insatisfacción podría haberse interpretado como dirigida principalmente contra el gobierno. No obstante, la lectura del resultado amplía el descontento hacia toda la clase política. Y no es exclusivamente a los extremos, es muy sistémica. Por esta razón, es esencial tener presente que lo que podría parecer un fortalecimiento del centro (si aún puede seguir llamándose así) puede, en realidad, representar un paso más en dirección al populismo, especialmente si se sustenta en temas vinculados a la seguridad. Visto así, este escenario podría desencadenar dinámicas políticas que se aparten de soluciones equilibradas y se inclinen hacia propuestas más radicales.

Tres aspectos quisiera abordar en este contexto:

Primero, ¿se oirá realmente el mensaje de la ciudadanía? Parece que no, y este desencuentro con la realidad nos lleva a un callejón sin salida. Aun cuando el mantra de “la política debe escuchar” abunda, el costo inmediato de ese ejercicio y de cambiar la ruta, no parece estar disponible a ser pagado. Al menos ayer pocas fueron las voces que hablaron de lo central: reformar el sistema político. Mientras tanto la ciudadanía solo ve muecas, ya no palabras, y el diálogo, la mediación y la representación se vuelven cada vez más difíciles. Los líderes que aspiran a dirigir los años venideros deben ser conscientes de esta brecha. Ser duros en seguridad y migración no impide ser dialogantes en otros aspectos y esta es una estrategia necesaria. Alcanzar reformas claves, demostrando habilidad para liderar y negociar, es imperativo. También, demostrar en la práctica cambios concretos. La experiencia y los logros visibles serán herramientas relevantes.

Segundo, ser general después de la batalla respecto del acuerdo del 15 de noviembre, es absurdo. El reclamo de que la crisis no debió ser constitucionalizada es injusto, porque no evalúa adecuadamente las circunstancias que lo rodearon. Pero, luego de dos batallas parece lógico pensar las cosas de otra manera. Hoy cabe hacerse cargo de las lecciones y proyectarlas al futuro. Y el nombre se llama: reformas.

Por último, ¿fue la votación, como señaló Carmona, más en contra del proyecto que a favor de la Constitución del 80? La respuesta a esta interrogante es esencial para medir la fuerza que tendrá este proceso como cierre de la discusión constitucional. La inestabilidad derivada de la falta de un cierre, tendrá un impacto directo en la economía y en la vida de los chilenos. Resulta evidente que hoy las aguas no están para un nuevo debate constitucional, pero las aspiraciones de la izquierda solo están dormidas y a la espera de una oportunidad para despertarlas.

La forma en que abordemos estos desafíos determinará el curso de nuestra nación en los años venideros. La tarea es colosal y la encrucijada fundamental. Los mensajes de ayer, sin embargo, no parecieron auspiciosos.

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