Columna de María José Naudon: Irina y el poder

Irina Karamanos.

En un primer plano Karamanos parece renunciar al poder, sin embargo, su objetivo inicial se ve contradicho por su decisión de dar entrevistas y mantenerse en el centro de atención mediática.



Las recientes entrevistas a Irina Karamanos, dan cuenta de una paradoja que invita a una reflexión sobre el poder y sus contradicciones. Su decisión de “desmantelar” el cargo de Primera Dama, presentado como un acto de consecuencia, adquiere una dimensión intrigante al examinar la relación entre sus palabras y sus acciones. Retrospectivamente, el gran acto de rebeldía política de quien no era “ni primera, ni dama”, se ha reconfigurado como un ingenioso truco de relaciones públicas.

En un primer plano Karamanos parece renunciar al poder, sin embargo su objetivo inicial se ve contradicho por su decisión de dar entrevistas y mantenerse en el centro de atención mediática. El hecho de que Karamanos haya elegido compartir su perspectiva con la revista española Vein y luego recalcar que se le dio “demasiado volumen” en una entrevista con La Segunda, para luego “estrenarse” en los medios como curadora de arte, sugiere una dualidad entre sus acciones y declaraciones. La contradicción se vuelve más evidente al considerar que el hecho de haber sido primera dama le otorga una plataforma única y una visibilidad que va más allá de lo común.

El poder, es un concepto complejo y como tal nos atrae, seduce y desafía, pero también incomoda y asusta. En torno a él se hace visible una verdad incómoda que Karamanos expresa muy bien: nadie quiere tener menos poder, pero demostrar una excesiva avidez o una desmedida atracción por este es peligroso. En cierto sentido, el poder exige una dinámica que podemos pensar como una danza donde la sutileza y la elegancia son fundamentales. Como todo baile, el poder tiene reglas y dentro de ellas resulta fundamental sospechar de quien se vanagloria de desdeñar el poder y se instala desde la superioridad moral. Quizá aquí esté la clave. Alardear de un exquisito sentido democrático y de justicia puede ser un alarmante indicador.

Pero más allá de lo anterior lo más preocupante es que Karamanos emerge como representante de una generación que no reflexionó seriamente sobre el significado del poder (al menos hasta su arribo a la Moneda) y que como consecuencia obvió que este, por su naturaleza, no es estático y fluye. El hecho de no reconocer que en ausencia de una acción consciente el poder puede ser tomado por otros, revela una peligrosa falta de comprensión de la naturaleza competitiva e intrínseca del mismo. Ignorar esta dinámica puede expresarse en una falta de respuestas adecuadas a desafíos cruciales. La validación de la violencia, Temucuicui y el narcotráfico son algunas de ellas.

Por último, es imposible obviar el tipo de lenguaje usado por Karamanos en sus apariciones. Su última declaración (aunque quizá la más decidora fue la explicación de roles en su relación el presidente) sostiene que; “mirar mi paso por la Moneda desde un ángulo diferente fue demasiado alternativo para la manera canónica de presentarse como figura política”. Esta elección lingüística caracterizada por opacidad, el velo y la complejidad excesiva, evita las respuestas directas. Karamanos parece optar por una retórica de “decir sin decir” que puede ser utilizada, estratégicamente, para mantener el control de la narrativa y proteger intereses.

En todo esto lo único que queda claro es que ha emergido un nuevo desafío para el gobierno: repesar el rol de la ex primera dama.

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