Columna de Karin Moore: “Integridad corporativa”

"Considerando la crisis de confianza que ha afectado la relación de las empresas con la sociedad y la incertidumbre política y económica que predomina en nuestro país, es importante impulsar una cultura de integridad en las organizaciones."



Una buena noticia para comenzar este 2023 es el debut en Chile de la obligatoriedad de la Norma de Carácter General Nº 461 (NCG 461), publicada por la Comisión para el Mercado Financiero (CMF) que impone a las empresas bajo su supervisión el deber de consignar en sus Memorias Anuales los aspectos fundamentales de su gobierno corporativo, así como también las directrices en materia de sostenibilidad.

Hay una dimensión esencial comprendida en la gobernanza de las compañías a la que apunta la NCG 461 con su exigencia de transparencia que repercute en la llamada reputación empresarial, la que se ha convertido en un verdadero paradigma de la buena empresa y que tiene directa relación con la integridad corporativa. Los ámbitos recogidos en la regulación de la CMF como, por ejemplo, la incorporación de los criterios ambientales, sociales y de gobierno (ESG) o la divulgación de indicadores relativos a las personas que trabajan en la empresa o la adecuada gestión de los proveedores, persiguen, entre otros objetivos, poner en valor lo que una empresa hace bien, logrando el reconocimiento de los stakeholders.

Sin embargo, contar con normativa adecuada no es suficiente, pues de acuerdo con los resultados arrojados por el Barómetro de Valores e Integridad Organizacional aplicado por Fundación Generación Empresarial, uno de cada tres trabajadores declara percibir un alto riesgo de que su organización se vea involucrada en escándalos de corrupción y faltas a la integridad.

En este sentido, y considerando la crisis de confianza que ha afectado la relación de las empresas con la sociedad y la incertidumbre política y económica que predomina en nuestro país, es importante impulsar una cultura de integridad en las organizaciones. Estudios de la OCDE y Transparencia Internacional, acreditan que las organizaciones con una cultura de cumplimiento y rectitud sólidamente arraigada y absorbida por todos sus colaboradores son significativamente más rentables y productivas que las que carecen de estos valores empresariales.

Crear y desarrollar estos valores en las organizaciones y que estos se conviertan en su ADN es un gran desafío que debe originarse y transmitirse desde el directorio – e incluso desde los propios accionistas- permeando al CEO, ejecutivos y colaboradores de la empresa, logrando esta transformación cultural a partir del ejemplo de coherencia y consistencia de los gestores, con la convicción de que esto solo deriva en beneficios para las compañías y para la sociedad.

Así mismo, la implementación de sistemas eficientes de control y auditoria que vigilen el cumplimiento de las obligaciones y lineamientos de compliance, contar con códigos de conducta y mejores prácticas empresariales, diseñar procesos de capacitación y entrenamiento, habilitar procedimientos de denuncia y mecanismos de transparencia, son acciones que darán vida a una política de integridad que transformará gradual y sólidamente a la organización hacia una cultura de buenas prácticas.

Vale la pena volver sobre las reflexiones del Papa Benedicto XVI, recientemente fallecido, en la encíclica Caritas in Veritate, donde señala que “la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también, el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen, ineludiblemente, implicaciones morales”.

* La autora es abogada, investigadora CLAPES UC y Fac. de Economía y Administración UC.

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